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12 de octubre

12 de octubre

Escribí este texto para el programa de Fiestas de la Federación de Barrios.

 

Hay que estar en lo que se celebra pero, ¿qué se celebra? ¿La venida de la Virgen? No, porque vino el 2 de enero. ¿El descubrimiento de América? Tampoco, porque la fiesta es anterior. Según los sabios, nuestro 12 de octubre celebra la primera misa que se dijo en Zaragoza, después de que la ciudad fuera reconquistada por Alfonso I, el Batallador.

Quiero creer que la fiesta tuviera unos orígenes más remotos y la Iglesia, una vez más, arrimara el ascua a su sardina.

Porque esta tribu nuestra, ubicada en el desierto, siempre ha debido tener una Piedra sagrada –bendecida por una Diosa Madre– y un Río no menos sagrado que la riega y fertiliza. De ahí la feroz oposición al trasvase. De ahí, el éxito de una tradición tan moderna como la Ofrenda de Flores o de una tradición tan antigua y coherente como la Ofrenda de Frutos, a pesar de que de la huerta zaragozana sólo nos quede el recuerdo.

¿Qué todo esto les suena a cuentos de Maricastaña o a músicas celestiales? Pues, sí. Pero, no se preocupen, que ahora viene la charanga y empiezan las fiestas de verdad.

¡Hala, pues!

 

 

 

Ocurrencio

Ocurrencio

Su buena memoria le permite tener conocimientos enciclopédicos.

 

 

Cuestión de tono

Cuestión de tono

Por los comentarios que recibo (de viva voz, que aquí no opinan ustedes hace años) me equivoqué en la presentación de mi exposición Mi vida según Gracián o el pasado que nos alcanza (vean un poco más abajo con la misma imagen). Pretendí que fuera una pieza de humor negro y me quedó gris cenizo.

Disculpen las molestias.

 

 

Mi vida según Gracián o el pasado que nos alcanza

Mi vida según Gracián o el pasado que nos alcanza

Acabo de inaugurar exposición en la sede de la UNED de Calatayud y esto es, más o menos, lo que he dicho:

 

Esta exposición puede ser importante para mí porque quizás sea la última que celebre como pintor contemporáneo aragonés. A partir de ahora, y visto lo visto, he decidido convertirme en pintor japonés antiguo, lo cual, bien mirado, no es más extravagante que lo anterior.

Pero dejémonos de metafísicas que no interesan a nadie y hablemos de economía, que es lo que se lleva.

Esta exposición ha tenido unos gastos: Catálogo, transporte, seguros, personal, etc…

Que en estos tiempos de crisis aguda y galopante, alguien esté dispuesto a hacer semejante desembolso con el único objeto de mostrar mi trabajo, es algo que me llena de orgullo y satisfacción, así como de un agradecimiento verdaderamente sincero. En justa correspondencia, donaré un cuadro para compensar, aunque sea simbólicamente, los gastos que les he ocasionado.

Alguno de ustedes puede caer en la tentación de pensar que quizás el cuadro que les dejo se revalorice en un futuro más o menos inmediato y que el negocio les salga redondo. Craso error.

Yo, desde que pude zafarme de las manos de los maristas, aposté por lo público: Estudié en le Univesidad Pública, fui profesor en la Enseñanza Pública; siendo de Muface, decidí pertenecer a la Seguridad Social; utilizo habitualmente el transporte público porque no tengo coche ni sé conducir.

Incluso mi carrera artística la he desarrollado en el marco de lo público, lo que es tanto como decir que no he hecho carrera alguna. El arte siempre ha ido por delante de la sociedad y el mundo del arte hace muchos años que está en manos de los Mercados. Y si no estás en el Mercado, no existes. Así que, aquí donde me ven, con más de cuarenta exposiciones individuales a las espaldas y habiendo producido por encima de mis posibilidades, yo no existo. De momento, mantengo cierto equívoco al respecto pagando mis impuestos e intentando ajustar los precios, entre mis escasos clientes, siguiendo las fluctuaciones del Ibex 35. Pero el día que me muera, me temo que todo esto no valga nada. Claro que para entonces, el problema ya no será mío sino suyo. Por eso, ahora que aún estoy vivo, quiero acompañarles en el sentimiento y recordar las sabias palabras de Baltasar Gracián respecto a la vida, que tan bien pueden aplicarse a esta exposición: “Vinimos engañados y nos vamos desengañados”.

Muchas gracias.

 

Ocurrencias

Ocurrencias

Algunos amigos consideran una extravagancia que, a estas alturas de la vida, pretenda convertirme en un pintor japonés. No ha sido menos extravagante la pretensión de considerarme artista contemporáneo en Zaragoza. 

 

 

Sucedidos

Sucedidos

Me contó Víctor Juan:

Ya sé que a ti no paran de pasarte cosas, pero a mí también me pasan bastantes.

Fui a buscar las serigrafías de Cossío al taller de Pepep Bofarull y me había dejado una nota en la puerta, avisándome de que estaba en el "María Morena". Vi que había allí al lado un rumano y me acerqué a preguntarle: "Por favor..." "Yo no sé nada", me respondió tajante. Aún insistí: "No, si sólo quiero saber dónde está..." "Que no sé nada".

Víctor consiguió encontrar a Pepe y llevarse las serigrafías.

Que me pasen cosas, una leyenda urbana como cualquier otra, puede venirme por parte de madre.

El viernes pasado, en la playa, paseábamos a mi madre en silla de ruedas, mi hermana y yo. Entré un momento en un chiringuito a comprar una camiseta para mi nieta y, al salir, me encontré las encontré hablando con un joven inglés, grande como un mallo, que lloraba sentado en un murete.

Me explicaron que el pobre mozo había visto a mi madre y se había emocionado mucho porque era exactamente igual que su abuela. Era tal su emoción, que cogía la mano de mi madre y la besaba insistentemente, disculpándose por el choto que llevaba.

–Sorry, sorry...

Así estuvo un rato, hasta que logró tranquilizarse y nos despedimos. Me volví un poco más adelante y vi que seguía sentado, limpiándose las lágrimas.

 

 


Ocurrencias

Ocurrencias

Ahora se les llama Pagafantas, pero de toda la vida de Dios se les ha llamado chevalier servant.

 

 

Bellas Artes

Bellas Artes

El otro día en el Rastro, encontré un cuadro mío de hace quince años más o menos. No me atreví a preguntar el precio.

También encontré, dentro de una vieja carpeta que compré muy barata, algunos papeles mecanografiados por un presunto alumno de Bellas Artes en París.

Mañana, precisamente, tengo una comida con antiguos compañeros de la Escuela de Artes de Zaragoza y me ha parecido oportuno copiar algunos de los apuntes encontrados, para que vean qué diferencia hay entre la Escuela de Zaragoza y la Escuela de París.

Espero que lo disfruten todos ustedes.

 

París era como me lo había imaginado: la liberalidad de la vida sexual flotaba en el ambiente, la liberalidad de la vida sexual flotaba como polen de abril por las orillas del Sena, derramándose generosamente por toda la ciudad e inflamando ciertas partes del cuerpo del mismo modo que el polen inflamaba las narices de turistas y parisinos. Además del polen y la sexualidad, por las orillas del Sena flotaba también la pegajosa melodía del acordeón pero, qué le vamos a hacer, nadie es perfecto.

 

Beaux-Arts participaba de aquel ambiente y yo estaba fascinado. Mis sueños húmedos de interno parecían a punto de hacerse realidad. La sexualidad flotaba en el claustro y en las aulas rivalizando con el olor a esencia de trementina.

El profesor de la escuela de Barbizon compadreaba con los alumnos:

–¿De qué se puede hablar con una puta? De nada, muchachos, de nada, hay que ir directamente al grano. Allons enfants!

La profesora de Passe-partout nos contaba, entre melindres y picardías, que su marido tenía tres testículos y que ella, tan decente, lo descubrió la misma noche de bodas e incluso creyó durante cierto tiempo que todos los hombres eran iguales ya que, antes de festejar con él, no había conocido varón. Lo que no contaba nunca es cuándo descubrió que estaba equivocada.

El profesor de trigonometría tenía dos mujeres (“que alimentar”, apostillaban los compañeros envidiosos); el profesor de Molduras y Colgaduras no paraba de hacer chistes verdes con el nombre de su asignatura y se los repetía a sus alumnas a todas horas:

–En las grandes alturas, los cojones de mulo parecen molduras.

El profesor de perspectiva caballera montaba grupos de teatro para elegir a las primeras actrices entre las alumnas más guapas con no se sabe qué claroscuros propósitos, según murmuraba el profesor de sfumattos.

A veces oíamos gritos en alemán al fondo del claustro y el jefe de estudios, que nos daba clases de Academicismo y Farallones, exclamaba:

–Ya viene hoy Venus con las bragas de cordobán.

Fräulein Venus había nacido en Willendorf. Sólo era la secretaria de aquella Escuela pero, como buena valquiria, llevaba la voz cantante y tronante. Eso, unido a su nombre, la convertía en diana de todas las habladurías. Unos aseguraban que la Fräulein se entendía con el conserje del centro, monsieur Chevelu; otros decían que tenía amores con un señor de la oficina, germano como ella, aunque algo más estirado; algunos aseguraban que la víctima de sus furores era un representante de la casa Faber-Castell, aunque otros aseguraban que lo único que hacía con el representante aquel era llevarse una buena comisión… Incluso se le atribuían romances con su peinadora, pero conociendo a la señora, había que ser muy perverso para tragarse algo así.

En fin, también había un profesor catalán de naturalezas muertas, carente de todo glamour, que preguntaba a las alumnas:

–Usted, señorita, ¿qué hace aquí? ¿No sabe que para pintar hacen falta un par de huevos?

El personal auxiliar participaba de las mismas inclinaciones que el personal docente: el conserje segundo se metía en el cuarto de calderas y se calentaba mirando por un agujero que daba al vestuario de las madames de la limpieza; el conserje primero se entendía con la secretaria, según las malas lenguas antes dichas, y con la jefa de limpiadoras, según las malas lenguas no mentadas hasta ahora; el único conserje serio y formal que había en el Centro presentó un día la dimisión tras alegar que era incompatible con Bellas Artes porque él pertenecía a la Armada y no podía elevarse por encima de un metro sobre el nivel del mar… Como diría Patricia Higtsmith, en aquella Escuela había mucha locura, pero no precisamente la clase de locura que uno habría esperado encontrar allí. Hasta una vecina del barrio cogió la costumbre de plantarse en el vestíbulo y quedarse en pelotas hasta que llegaban los gendarmes y la obligaban a vestirse, para desconsuelo del alumnado que prefería ver a la vecina en el vestíbulo que a las modelos de desnudo en clase.

Las modelos, sin embargo, eran muy discretas. Excepto cuando hablaban de los temas que les interesaban, que entonces no había quién las parase: a una le gustaba la música dodecafónica; a otra, el marxismo; a la de más allá, el esoterismo. Alguna incluso se interesaba por la moda.

 

 

La gran belleza II

La gran belleza II

En una de las múltiples fiestas que componen la película, una niña demuestra lo moderna y lo artista que es, arrojando botes de pintura sobre un enorme lienzo blanco, con la misma furia que utilizaban los pintores de la action-painting, hace sesenta años. Un poco antes o un poco después, una actriz se estampa contra un pilar de piedra, con la misma furia que utilizaban los artistas del body-art, hace cuarenta años.

La niña pinta el lienzo con todo su cuerpo, hecha un Cristo, entre gemidos y sollozos, lo que es bastante plausible, pues enfrentarse a semejante desafío produce mucha angustia y requiere mucho coraje. También los tenistas se ayudan de todo tipo de sonidos guturales. 

La cámara deja a la niña en plena faena y sigue al protagonista de la película y a su pareja, retirándose de la fiesta. Ella observa conmovida que la niña está llorando y él vuelve a hacerse el cínico, una vez más, respondiendo que gana una millonada.

Lo desconcertante es que la cámara vuelve por unas décimas de segundo al lienzo para dejarnos entrever que la pobre niña ha convertido su abrumadora energía en una obra relamida y cursi. ¿Eso qué requiere?

 

 

El dibujante de relatos

El dibujante de relatos

Hoy se presenta el libro de Antón Castro y Juan Tudela El dibujante de relatos. No podré asistir por problemas de salud, pero este es el texto que les escribí como presentación.

 

Si uno abre algún libro de Antón Castro al azar, puede encontrar, en la página 86, exactamente, un personaje que dice como si tal cosa: “Era hermético hasta el asombro”.

A veces, como si intuyera el desconcierto del lector, Antón Castro añade: “Eso me dijo exactamente”.

También es cierto que si uno abre algún libro de Antón Castro al azar, puede encontrar otras voces mucho más previsibles: “No existe ningún abonado con este número” o “Yo también soy pintora”, aunque en este caso, qué curioso, no llega a estar seguro de haber oído tal cosa, cuando es algo que yo llevo oyendo toda la vida, un día sí y otro, también.

Pero, lo que yo quería decir aquí, y me estoy perdiendo, es que, si uno lee que un personaje dice: “Era hermético hasta el asombro”, no puede dejar de preguntarse: ¿Qué aspecto tendrá el tipo que habla así?

 

Ahora lo sabemos.

Juan Tudela realizó unos retratos imaginarios o recordados y Antón Castro descubrió en ellos el rostro de sus personajes.

O sea, que este libro nació como nacían los libros por entregas, antes de que Dickens escribiera “Los papeles póstumos del Club Pickwick” y cambiara las reglas del juego: el dibujante dibujaba las historias que se le ocurrían y el escritor intentaba explicarlas a los lectores.

Antón Castro descubrió en los retratos en blanco y negro (o virados a sepia) de Juan Tudela a sus personajes y reconoció, además, en ellos, la premonición académica o las secuelas cubistas del daguerrotipo.

Antón Castro descubrió en los dibujos de Juan Tudela a sus personajes, Juan Tudela le contó, además, los barruntos de aquellas gentes de Torrero y otros lugares del ancho mundo, los recuerdos de aquellos tiempos en los que él, Juan Tudela, inventó la modernidad gráfica de la Inmortal Ciudad, y Antón Castro puso voz a unos rostros que de inmediato empezaron a decir: “No quiero vivir con el diablo de una identidad inescrutable”, “Tócame como si me fueras a pintar por última vez” o “Yo también soy una poeta desesperada”.

 

De todos es sabido que el surrealismo nace, según Isidore Ducasse, del encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección.

Bastante más tarde, y siguiendo el ejemplo de Mary Shelley o del doctor Frankenstein (que de las dos formas puede y debe decirse), un trocito de aquí, otro de allá, ya saben, el surrealismo engendró cadáveres exquisitos como para parar un tren.

No sé si Juan Tudela y Antón Castro, primero el uno y después el otro, llegaron a Zaragoza en tren, pero no me cuesta nada imaginarlo.

El caso es que en esta ciudad, tan parecida muchas veces a una mesa de disección, el encuentro fortuito de un murciano y un gallego ha dado lugar a este bello artilugio que nos revela una visión forana y, por tanto, original y cosmopolita, de nuestro particular sentido del humor.

Que no es otro que el sentido del humor de los sabios antiguos, valga la redundancia.

 

Que ustedes lo disfruten como lo he disfrutado yo.

 

 

 

Encuentra

Encuentra

Esta tarde inaugura exposición Miguel Ángel Encuentra, en Demodo Gráfico, Manifestación 17, Zaragoza.

Este es el texto que he escrito para la ocasión:

 Nel mezzo del cammin di nostra vita

 mi ritrovai per una selva oscura.

                                                Dante Alighieri    

 

Para esta exposición, Miguel Ángel Encuentra ha traído una selección de obras pertenecientes a tres series distintas, que próximamente se verán completas en Huesca: Negra  Esperanza, Rojas y Yi.

 

Negra Esperanza.

El caso es que, tanto Encuentra como yo, e tutti cuanti, hemos dejado atrás il mezzo del cammin di nostra vita, aunque seguimos encontrándonos en una selva tan oscura que hace cierta la sorprendente afirmación que me hizo nuestro pintor un día: “Al fin y al cabo, el verde oscuro es negro”. También podemos decirlo al revés y basar en ello nuestra esperanza.

A estas alturas, quedan pocas alegrías en la casa del pobre, pero aún hay alguna.

Como que guardemos en nuestros corazones el recuerdo del resplandor en la hierba verde, que te quiero verde, que cantan los poetas, o la de haber sobrevivido a los padres de la infamia, Reagan & Tatcher, que ya llevan tiempo criando malvas, y poder cumplir la profecía de Siniestro Total bailando sobre sus tumbas.

 

Rojas.

“Batirse el cobre” es la excusa que pone Encuentra para cambiar en esta serie el soporte de cartón por el de cobre.

En las superficies rojas de Encuentra aparecen rastros negros más o menos contundentes, de la misma forma que en las manifestaciones de su época, según cuenta Breton en Nadja, era justo y necesario que algunas banderas negras pusieran el contrapunto a la marea de banderas rojas.

Batir es tanto como golpear. Como golpeaba, por ejemplo, la cuña roja de El Lissitzky a los blancos. En aquel cartel, la cuña roja golpeaba desde arriba y hacia la derecha al enorme círculo blanco, mientras que en la pintura de Encuentra la cuña roja puede aparecer por cualquier lado. El que avisa no es traidor.

 

Yi

Para George Rowley, la mejor traducción para el concepto yi es algo así como “sin trabas”, aunque reconoce que “la cuarta y suprema categoría de la excelencia desafía toda definición”.

Así que el yi sólo se podrá alcanzar, si se alcanza, a partir de cierta edad. Encuentra parece estar en camino de conseguirlo.

Sus trazos de tinta china  o de tinte de mora, tan espontáneos como intencionados, sin posibilidad de retoque o arrepentimiento, se alzan ante nosotros con la contundencia de una chopera, se precipitan sobre el cartón con la fuerza de la lluvia en una tormenta de verano, tienen la rectitud de un surco, la profundidad de un congosto o la sutileza del vuelo de un mosquito.

 

Si me permiten terminaré con lo que puede parecer un chiste fácil, Miguel  Ángel sigue fiel a sí mismo, en perpetua búsqueda, para acabar de hacer cierto su apellido, Encuentra.                                                                                                       

 

 

 

Tesis

Tesis

El artículo de que les hablo en la entrada anterior termina así:

Llegados a este punto, permítanme una pregunta que me parece pertinente: Si el consumo de psicotrópicos produce un estado alterado de conciencia capaz de utilizar el color de forma desinhibida, y si la función crea el órgano y viceversa, ¿es posible que una utilización desinhibida del color pueda llegar a producir un estado alterado de conciencia similar al producido por los psicotrópicos? Sí, me atrevo a responder, aunque hubiera preferido no tener que hacerlo.

El final, en realidad, se alargaba un poco más. Esto es lo que falta:

Prueben ustedes a yuxtaponer colores sobre un papel en blanco y, como la cosa vaya bien y funcione (que puede ser que no y que entren en un estado alterado de conciencia muy chungo), verán como se pone su hipotálamo a segregar endorfinas, sus glándulas suprarrenales a segregar corticosteroides o sus testículos a segregar testosterona (en el caso de que sea usted un caballero) o sus ovarios a segregar progesterona (en el caso de que sea usted una señora).

¿Por qué creen, si no, que perseveran los ilustradores en un oficio tan mal pagado?

 

 

Ocurrencias

Ocurrencias

Lo malo no es que te jubiles tú, lo malo es que se jubilen tus clientes.

 

 

Coincidencias

Coincidencias

Anoche se me ocurrió una cosa y hoy la he visto en las noticias de la tele. 

Pensando en que a esta gente tan estirada, lo que más les descompone es la risa, se me ocurrió que estaría bien asistir a sus mítines (públicos, no privados) para reírnos en sus narices.

Ya lo están haciendo. No sé si era en Portugal, pero he visto un grupo que lo estaba haciendo.

 

 

Humor y Derechos Humanos

Humor y Derechos Humanos

Hoy se ha inaugurado una exposición de humoristas en la sede del Colegio de Abogados de Zaragoza, que es quien la organiza, en apoyo de los derechos humanos. El decano del Colegio me invitó a participar en representación de los demás humoristas y esto es, más o menos, lo que he dicho:

 

Señoras y señores: 

Sé que tengo derecho a guardar silencio y que cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en mi contra pero, como la vieja del chiste… me voy a arriesgar.

Estamos ante una exposición en la que el humor apoya los Derechos Humanos. Esto nos parece lo más normal, pero lo cierto es que también puede suceder lo contrario. Me dirán que, entonces, eso no es realmente humor, pero ahora mismo no voy a entrar en disquisiciones filosóficas.

El caso es que quiero aprovechar la oportunidad que me brindan nuestro distinguidos anfitriones, para hacer pública una petición o exigencia:

Creo que, por respeto a los Derechos Humanos, precisamente, señoras y señores, los poderosos y poderosas del mundo, así como sus lacayos y lacayas, deberían prescindir de cultivar su sentido del humor en público. No tengo nada en contra de que lo practiquen en la intimidad, como hacen con el Lapao, por ejemplo, pues la intimidad es sagrada y no seré yo quién se meta en ella, no sea que me multe el señor delegado del Gobierno. Pero en público tendrían que abstenerse.

Y no lo digo por defender mi profesión de semejante intrusismo, como ya estarán sospechando algunos, sino porque el sentido del humor de los poderosos y poderosas suele ser un ataque en toda regla a los Derechos Humanos más elementales.

 

En un cuento de Jardiel Poncela, que quizás conozcan, el protagonista, un detective amargado y con úlcera de estómago, decide visitar al médico. Entre otras terapias, el doctor le anima a sonreír. El detective, completamente desentrenado, lo intenta con gran esfuerzo y la cara que pone casi mata al médico del susto.

Más tarde, le contratan para vigilar una fiesta de postín y aprovecha la ocasión para practicar un poco. A un señor que le mira con cierta insistencia le dedica una de sus forzadas sonrisas y el señor, horrorizado, se saca todas las cucharillas de plata que lleva en los bolsillos y sale corriendo.

 

Pues el mismo efecto produce el sentido del humor de los poderosos y poderosas y el de sus lacayos y lacayas. Quizás, también, por falta de práctica, como le pasaba al detective del cuento. El caso es que el sentido del humor de los poderosos y poderosas da miedo. Mucho miedo.

 

Por no ponerme obvio recurriendo a ejemplos recientes que todos pueden recordar, voy a contarles algo que me sucedió a mí hace muchos años. Tantos, que yo vivía en Torrero y el señor Belloch no había llegado al Ayuntamiento.

En la inauguración de una exposición como esta, me presentaron al concejal que presidía la Junta de Distrito de mi barrio quién, inmediatamente, empezó a tomarme el pelo sobre la República Independiente de Torrero, una ocurrencia o divertimento de los vecinos, que siempre ha tenido un carácter más festivo que reivindicativo. Yo le seguí la broma hasta que me dijo:

–Podéis consideraros todo lo independientes que queráis, pero nosotros tenemos la Cárcel y el Cementerio y en un momento dado os podemos mandar a cualquiera de los dos sitios. Y ahora que vamos a tirar la Cárcel, al cementerio directamente.

 

Creo que entenderán mi exigencia de que las poderosas y poderosos del mundo eviten practicar en público su sentido del humor.

Y que entenderán que, como dijo Serrat (don Juan Manuel, no doña Dolores) entre esos tipos y yo haya algo personal.

 

 

Señoras y señores, todo lo que les acabo de contar es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, aunque estructurada con premeditación y alevosía para convertirla en metáfora de los tiempos que vivimos. Hemos empezado haciendo risas y ya ven como hemos terminado, con un final que no tiene ni pizca de gracia.

De todas formas, muchas idem por su atención.

 

 

 

Blancanieves, el libro

Blancanieves, el libro

Como les anuncié en la entrada de abajo, ayer presentamos "Blancanieves" en Antígona, con escasez de público y abundancia de risas.

Julia, que en la inauguración de mi exposición había hecho equilibrios sobre unos tacones de vértigo, nos deleitó haciendo malabarismos con una cinta métrica, una diadema y una manzana, en una de esas delirantes actuaciones, mitad conferenciante mitad cuenta cuentos, que se ha inventado.

Rosa se quejó de que no le hubiera dejado ser telonera porque como ella habla en serio, prefiere no tener que hacerlo después de Julia. Su análisis del libro se centró en el número tres: Los Grimm, Julia y yo. Como los Grimm eran dos, pensé que éramos como los tres mosqueteros que eran cuatro, pero no dije nada. Rosa se pone muy seria a la hora de analizar un libro pero su brillantez le impide resultar cansina. Y hablando bien de mí, aún me parece más deslumbrante, qué quieren que les diga. Nos prometió pasarnos el texto de su intervención si no lo publicábamos en ningún blog, así que de momento se quedarán sin conocerlo, lo siento.

Después me tocó hablar a mí y dije, más o menos, lo siguiente:

Mi nieta tenía cinco años. Un día que vagabundeábamos por las orillas de la Huecha, me señaló una ramita en horquilla hundida en la tierra y me dijo:

 –Mira, yayo, esta señal puede querer decir algo.

–No sé… En el lenguaje de signos quiere decir que tendríamos que seguir por allí. Es como una flecha.

–No, pero igual quiere decir que aquí hay algo importante.

–¡Ah! No sé.

–Voy a picar a ver. No, no se ve nada. Vamos a buscar más señales.

–Vamos.

 Buscamos más señales y pronto encontramos otra:

 –¡Mira! ¿Qué es?

–Esto es un trozo de baldosa que ha arrastrado el río.

–¡Ah! Eso quiere decir que había una casa y el río la ha arrastrado porque, mira, está todo lleno de trozos de ladrillo.

–Sí, es verdad.

–A lo mejor era la casa de un duende.

–Puede ser.

–Y, a lo mejor, se ha quedado sin casa y lo ha cogido un gigante al pobre. ¡Claro! Entonces, nuestra misión de hoy es ir a rescatar al duende.

 Así que, con las cosas más claras, nos fuimos a buscar al duende. Todo lo que veíamos confirmaba nuestras suposiciones. Había llovido fuerte y la hierba estaba derrumbada.

 –¡Mira esta hierba chafada! ¡Sólo ha podido ser un gigante, ¿verdad?!

–Parece…

–Busca cuevas para ver si está el duende.

–Por aquí no sé si habrá cuevas pero, mira, allí hay una caseta.

–¿De quién será?

–No sé. Vamos a verlo. Está llena de zarzas. Llama tú al duende.

–¡¡Duende… Duende…!! Nada.

 Pasamos ante unos chopos cabeceros.

 –Vamos a ver en esos árboles que están llenos de agujeros.

–¡Sí, sí, ahí puede estar! ¡Duende! Aquí huele que apesta.

–Pues, déjalo.

–¡Mira! Vamos al pozo, a ver si está allí.

–Es verdad. Vamos al pozo. Abre, a ver…

–¡¡¡Duende!!! ¡¡¡Duende!!! Tampoco está, que rabia.

–Bueno, vamos al montón de troncos.

–Es verdad, allí puede estar porque está todo lleno de huecos.

–A ver… Vamos a dar la vuelta por aquí… ¡Mira, allí hay una casa!

–¿Dónde?

–Allí arriba, en el monte. Vamos.

 Mi nieta empezó a preocuparse.

 –¿Será del gigante?

–Puede ser…

–Mira, yayo, está todo lleno de caracoles gigantes.

–Es verdad, es muy raro que haya tantos caracoles en este terreno…

–¡Mira: un árbol quemado!

–Lleno de zarzas y piedras. Aquí podría haber estado escondido el duende y el gigante lo ha descubierto.

–Otro misterio. ¿Por qué está quemado el árbol y la zarza no?

–Pues, a lo mejor, porque la zarza ha crecido después.

–Ah. ¡Mira! ¡Hay más trozos de monte quemados!

 Habíamos llegado a un campo donde habían quemado los ribazos, debajo justo de la caseta a la que nos dirigíamos.

 –¡Es verdad! Igual es un gigante de los que escupen fuego.

 Mi nieta, que se había ido rezagando, se paró en seco y me gritó.

 –¡Ya no sé si lo que estamos haciendo es verdad o mentira! A ver, yayo, mira: ¡¿Hay algún gigante detrás de mí?!

–No, no hay nadie.

–Claro, si, de todas formas, la tontada del gigante me la he inventado yo… ¡La tontada del gigante me la he inventado yo!

 

Al día siguiente le llamé por teléfono:

–Constanza, ¿te acuerdas de lo bien que lo pasamos con la aventura del duende y el gigante?

–(En un susurro) Sí, el duende y el gigante… ¡Total, que al final no sabemos nada!

–¿Cómo que no sabemos nada? Pero si tú misma dijiste que la tontada del gigante te la habías inventado tú.

–Ya, pero algo pasaba porque no es normal que haya tantas casualidades.

 

Bueno, pues esto mío es igual. Lo mismo. Se trata de jugar hasta no saber si lo que estás haciendo es verdad o mentira, hasta que da miedo seguir adelante.

Y quedarte sin saber qué ha pasado realmente porque, aunque “la tontada del gigante” te la hayas inventado tú, no es normal que haya tantas casualidades.

 

 

Blancanieves

Blancanieves

Les dejo este enlace por si quieren leer la entrevista:

http://www.somoslamadalena.net/#!exposicin-blancanieves/c1xw9

 

 

Ocurrencias

Ocurrencias

Llevo tiempo pensando que no tengo ningún futuro en el mundo de la cultura, porque no sé nada de fútbol. El otro día, esta imagen me lo acabó de confirmar.

 

 

Ocurrencias

Ocurrencias

Como saben, este curso volví a la enseñanza, pensando dedicarle algunos años, pero una nueva ley de estabilidad presupuestaria me obliga a jubilarme en agosto.

Así las cosas, ayer estuve de excursión y, a la caída de la tarde, me senté en un banco a disfrutar del día y del paisaje. La tibieza de la temperatura, los colores de la primavera y los gorjeos de los pájaros me hicieron pensar con cierta melancolía premonitoria:

–Esto debe ser la jubilación.

Tan profundos pensamientos me hicieron darme cuenta de que me había sentado junto a la tapia de un cementerio por lo que me repetí:

–Exactamente, esto debe ser la jubilación.

 

 

 

El pintor y el emperador

El pintor y el emperador

Uno de los proyectos que llevo entre manos desde hace años, es una “Antología universal del humor aragonés” que recoja las enseñanzas de algunos sabios de la Antigüedad, como Diógenes o Zhuangzi, por ejemplo, dos auténticos somardas.

Buscando material para mi antología, estoy leyendo unos “Cuentos de los sabios taoístas”, escritos por Pascal Fauliot y publicados en Paidós Orientalia, que me están reafirmando en mi descabellada idea: Los sabios antiguos son muy aragoneses.

 

Veamos como ejemplo el cuento del pintor y el emperador. Yo conocía alguna versión anterior que les contaré después de repasar esta de Pascal Fauliot.

Un emperador quiere un fresco del mejor pintor de su Imperio y le exige representar un dragón azul y otro amarillo, “símbolos de las dos energías primordiales cuya unión engendra la armonía celeste”.

El pintor pide “tiempo, víveres y suministros ilimitados” y se retira a su cueva de la montaña.

Al cabo de un año, el Emperador, impaciente, le mete prisa. El pintor pide más tiempo, más víveres y más suministros.

A los tres años, el pintor regresa a la corte y realiza el encargo. Cuando va a verlo, el emperador descubre “estupefacto dos especies de zigzags burdamente esbozados, el uno azul y el otro amarillo”. El pintor es encarcelado.

Pero, “en lo más profundo de la noche, unos rugidos despertaron al dueño de China. Éste se giró hacia el fresco y, en la estancia totalmente iluminada por un claro de luna, creyó ver dos rayos, semejantes a dragones, el uno azul y el otro amarillo. Se enfrentaban, se entrelazaban…” Etc.

El emperador pide explicaciones al pintor y este le conduce hasta su cueva. Allí, “sobre las paredes, muy cerca de la entrada, estaban pintados unos dragones azules y amarillos como los que el emperador tanto había esperado, con los detalles más realistas, las escamas resplandecientes, las garras aceradas, los ollares humeantes… Pero a medida que la antorcha se adentraba en la oscuridad, despertaba imágenes cada vez más depuradas para convertirse en simples líneas de fuerza. Al final no quedó más que la esencia vibrante de los dragones, las energías primordiales representadas con los mismos trazos de colores que los pintados en el fresco”.

Y acaba el cuento con la emoción del emperador ante semejante anticipación picassiana.

Hasta aquí la versión afrancesada, tan rococó, tan “huy,huy, huy, ay, ay, ay, ne me quitte pas”.

 

En la versión que yo conocía, mucho más escueta, el pintor tiene que pintar un animal, quizás un cangrejo (aunque también he leído algo de un gallo). El pintor se instala en un pabellón de palacio con todas las comodidades y un servicio de veinte doncellas durante cinco años.

Cuando el emperador le reclama su pintura, el pintor pide otros cinco años y otras veinte doncellas.

A los diez años, el emperador vuelve a reclamar su pintura. El pintor dice: “¡Ah, sí, el cangrejo!”, coge papel y tinta y en un momento, con cuatro trazos, pinta un cangrejo ( o un gallo) al que sólo le falta hablar.

 

En Occidente, hay otra versión de este cuento que se atribuye a muchos pintores. Cuando algún cliente le afea al artista que cobre tanto por tan poco tiempo de trabajo, el pintor responde: “Se equivoca usted, su retrato no me ha costado dos horas de trabajo, me ha costado sesenta años”.

 

 

 

 

El dibujo es de Zhuda.