Humor y Derechos Humanos
Hoy se ha inaugurado una exposición de humoristas en la sede del Colegio de Abogados de Zaragoza, que es quien la organiza, en apoyo de los derechos humanos. El decano del Colegio me invitó a participar en representación de los demás humoristas y esto es, más o menos, lo que he dicho:
Señoras y señores:
Sé que tengo derecho a guardar silencio y que cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en mi contra pero, como la vieja del chiste… me voy a arriesgar.
Estamos ante una exposición en la que el humor apoya los Derechos Humanos. Esto nos parece lo más normal, pero lo cierto es que también puede suceder lo contrario. Me dirán que, entonces, eso no es realmente humor, pero ahora mismo no voy a entrar en disquisiciones filosóficas.
El caso es que quiero aprovechar la oportunidad que me brindan nuestro distinguidos anfitriones, para hacer pública una petición o exigencia:
Creo que, por respeto a los Derechos Humanos, precisamente, señoras y señores, los poderosos y poderosas del mundo, así como sus lacayos y lacayas, deberían prescindir de cultivar su sentido del humor en público. No tengo nada en contra de que lo practiquen en la intimidad, como hacen con el Lapao, por ejemplo, pues la intimidad es sagrada y no seré yo quién se meta en ella, no sea que me multe el señor delegado del Gobierno. Pero en público tendrían que abstenerse.
Y no lo digo por defender mi profesión de semejante intrusismo, como ya estarán sospechando algunos, sino porque el sentido del humor de los poderosos y poderosas suele ser un ataque en toda regla a los Derechos Humanos más elementales.
En un cuento de Jardiel Poncela, que quizás conozcan, el protagonista, un detective amargado y con úlcera de estómago, decide visitar al médico. Entre otras terapias, el doctor le anima a sonreír. El detective, completamente desentrenado, lo intenta con gran esfuerzo y la cara que pone casi mata al médico del susto.
Más tarde, le contratan para vigilar una fiesta de postín y aprovecha la ocasión para practicar un poco. A un señor que le mira con cierta insistencia le dedica una de sus forzadas sonrisas y el señor, horrorizado, se saca todas las cucharillas de plata que lleva en los bolsillos y sale corriendo.
Pues el mismo efecto produce el sentido del humor de los poderosos y poderosas y el de sus lacayos y lacayas. Quizás, también, por falta de práctica, como le pasaba al detective del cuento. El caso es que el sentido del humor de los poderosos y poderosas da miedo. Mucho miedo.
Por no ponerme obvio recurriendo a ejemplos recientes que todos pueden recordar, voy a contarles algo que me sucedió a mí hace muchos años. Tantos, que yo vivía en Torrero y el señor Belloch no había llegado al Ayuntamiento.
En la inauguración de una exposición como esta, me presentaron al concejal que presidía la Junta de Distrito de mi barrio quién, inmediatamente, empezó a tomarme el pelo sobre la República Independiente de Torrero, una ocurrencia o divertimento de los vecinos, que siempre ha tenido un carácter más festivo que reivindicativo. Yo le seguí la broma hasta que me dijo:
–Podéis consideraros todo lo independientes que queráis, pero nosotros tenemos la Cárcel y el Cementerio y en un momento dado os podemos mandar a cualquiera de los dos sitios. Y ahora que vamos a tirar la Cárcel, al cementerio directamente.
Creo que entenderán mi exigencia de que las poderosas y poderosos del mundo eviten practicar en público su sentido del humor.
Y que entenderán que, como dijo Serrat (don Juan Manuel, no doña Dolores) entre esos tipos y yo haya algo personal.
Señoras y señores, todo lo que les acabo de contar es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, aunque estructurada con premeditación y alevosía para convertirla en metáfora de los tiempos que vivimos. Hemos empezado haciendo risas y ya ven como hemos terminado, con un final que no tiene ni pizca de gracia.
De todas formas, muchas idem por su atención.
2 comentarios
cano -
Vicente -