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de profesión incierta

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Prestigio

Prestigio

Hace años, un ejecutivo de cierta entidad bancaria me dijo:

– Eso de que el director general se haga la foto con un artista famoso, no lo volveremos a ver. Eso ya no da ningún prestigio.

Y así ha sido.

Por las mismas fechas, apalabré una exposición con los responsables culturales de otra entidad bancaria. Pero hubo cambios de responsables, por jubilación, y los nuevos gestores no asumieron los compromisos de la anterior directiva. Así que me quedé sin exponer. 

Al principio me molestó, para qué nos vamos a engañar, pero ahora, la verdad, no puedo sino congratularme de que las cosas ocurrieran así. En estos momentos, fotografiarme con el director general de una entidad bancaria, no creo que me diera ningún prestigio.

 

 

El fin del arte

El fin del arte

Dice Donald Kuspit, en el libro que lleva el título de esta entrada, publicado por Akal, que el arte actual ya no es arte y que, además, ha caído en la banalidad más absoluta. Y achaca tan triste caída a que los artistas conceptuales han perdido contacto con su inconsciente, con el niño o el lagarto que todos llevamos dentro. Hasta aquí, parece un texto escrito para el catálogo de mi próxima exposición, que trata exactamente de lo mismo, aunque su título será Blancanieves.

Pero, después, se lía con lo bello y lo feo, con el carácter catártico de lo bello frente a lo feo, en un fárrago de palabras que se podía haber ahorrado citando esta línea de Rilke:

Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, que todavía podemos soportar...

Y luego aún se lía más sobre la necesidad de dominar el oficio para poder llegar hasta el inconsciente, cuando durante todo el siglo XX hemos sabido que para alcanzar el dichoso inconsciente lo que hay que hacer es desaprender las enseñanzas de la academia. No sé, quizás reclama el oficio para alcanzar la belleza y no el inconsciente, aunque no tengo claro si es que la belleza reside en el inconsciente o es que el inconsciente necesita un tratamiento de belleza para salir a la luz. No sé, ya digo, que al final me ha liado a mí también.

Total, para acabar poniendo de ejemplo cosas como la ilustración de ahí arriba. Cágate lorito.

 

 

Muchas gracias por sus visitas

Muchas gracias por sus visitas

Toda la vida distanciado de los números, y no saben lo arropado que me siento desde que, la otra noche, instalé un contador de visitas.

 

 

La Isla en el Cubit

La Isla en el Cubit

El viernes presenté la exposición El coleccionista de secretos del colectivo La Isla en la biblioteca Cubit de Zaragoza y dije más o menos esto:

 

En principio, debo advertirles de que aquí hay un problema de casting. No creo ser la persona más indicada para presentar esta exposición. Primero, porque soy pintor y los artistas de “La Isla” son “conceptuales”. Segundo, porque ellos son jóvenes y yo soy viejo y no domino la jerga profesional que suelen utilizar. Aún así, haré lo que pueda.

 

Para situar históricamente la exposición que van ustedes a ver, me remontaré, si me lo permiten, a la Edad Media. En aquella lejana época, el arte (la pintura) servía para explicar la Biblia a los analfabetos espectadores.

Pasaron los años, llegó el Renacimiento y entre los espectadores más eruditos se puso de moda que el tema de los cuadros se propusiera como acertijo. Así, por ejemplo, “La Tempestad”, de Giorgione, en la que un señor con un callado contempla a una señora desnuda amamantando a un niño, mientras al fondo vemos unas columnas troncadas y un rayo entre nubes, representa, según los estudiosos, la caída de nuestros primeros padres.

El tiempo siguió pasando y la pintura derivó hacia otros territorios más retinianos, que diría Duchamp. Fue él, precisamente, el que renegó de ese arte dirigido al ojo y el que intentó volver a dirigirse a la mente del espectador. Sólo que, en el siglo XX, era bastante difícil retomar como tema los misterios bíblicos, pues los únicos misterios que seguían vigentes eran los del sexo. Por eso, las crípticas obras de Duchamp sólo son, en realidad, emboscados chistes verdes.

Frente a mi cama, tengo un cuadro en el que reuní dos frases. La primera, de Leonardo, dice: La pintura es cosa mental. La segunda es de Bernard Shaw y dice: Todo trabajo intelectual es humorístico.

Me parece muy recomendable mantener el carácter humorístico y juguetón que tuvo en sus inicios el arte conceptual. Lo que pasa es que, al reírse de sí mismo, el arte puede confundir al espectador y llevarle a pensar que el artista se está riendo de él. Eviten ese malentendido. Aquí nadie pretende tomarles el pelo, se lo aseguro. Las obras de estos artistas tienen mucho de juego. Nos hablan de secretos que quizás ni ellos mismos conozcan. Tómenselo como lo que es, adéntrense en sus secretos con curiosidad y sentido del humor y disfruten. Muchas gracias.

 

 

 

Aspavientos

Aspavientos

En el artículo sobre Francesca Woodman, artista que se suicidó a los veintidós años, Muñoz Molina habla de sus padres:

Al duelo sin alivio por la muerte de una hija de veintidós años se mezcla lo que Henry James llamó the madness of art: la locura del arte, la sinrazón de dedicarse obsesivamente a él, de concederle un valor tan desmedido que acaba dañando la propia vida, las vidas cercanas.

Y más adelante, añade:

George Woodman pinta laboriosamente cuadros abstractos que probablemente no va a comprarle nadie, porque al cabo de tantos años de sacrificarlo todo a la pintura no ha logrado casi nada.

Como Van Gogh, se me ocurre pensar.

Y el escritor insiste una y otra vez como si lo que hacen los padres de Francesca Woodman fuera algo extrañísimo:

Betty y George Woodman continúan trabajando con un fanatismo de ancianos que se resisten a la jubilación a pesar de que andan ya encorvados y tienen las manos nudosas de artritis.

¡Cuánto aspaviento! A mí me parece lo más normal. Será que la locura del arte está muy extendida. He comprobado que así se comporta todo el que pinta, sea un autor consagrado, un pintor dominguero, un demente que lo hace como terapia o una niña que garabatea sin más. ¿Vidas dañadas? A saber lo que sería de esos padres si hubieran renunciado a su trabajo por no tener el talento de su hija.

Quizás en estos tiempos sea difícil de entender, pero eres pintor porque pintas cuadros, no porque los vendas. Como dice Natalio Bayo, nosotros no vendemos nuestras obras; si tenemos suerte, nos compran alguna, que no es lo mismo.

No suelo pintar un cuadro pensando en venderlo. Quizás por eso mi estudio se ha convertido en un almacén en el que no cabe nada más y ahora me veo obligado a seguir pintando en casa. No sé qué haré cuando llene la casa. Lo único que me preocupa es el marrón que dejaré a mis herederos.

 

 

Bienvenido, Mister Marshall

Bienvenido, Mister Marshall

Ayer, mientras esperaba al autobús de línea en Bulbuente, vi pasar una caravana de cochazos antiguos y modernos, realmente impresionantes. Los coches eran preciosos, los conductores, no tanto. La mayoría iba dentro del coche con el sombrero tejano calado hasta las gafas de sol y haciendo sonar sirenas de coche policía. Fuera de los coches ondeaban los banderines de Estados Unidos y las banderas sudistas.

Era todo lo contrario de "Bienvenido Mister Marshall": la caravana disfrazada y charanguera, desfilando patosamente ante cuatro lugareños muy serios y dignos. 

No pude fotografiarlo porque, después de una intensa mañana por el monte, me había quedado sin batería. Pero, algunos coches, eran como el de la foto.

 

Entrevista

Entrevista

Myriam Martínez, la intrépida periodista cultural de Huesca, está entrevistando a los ilustradores que exponemos estos días en la Diputación Provincial.

Así ha quedado mi entrevista.

 

1.- ¿Qué le empujó desde lo más íntimo a iniciarse en el campo de la ilustración?

  Me inicié en esta disciplina para ilustrar los cuentos que me contaban mis hijos y plagiar sus dibujos.

2.- ¿Qué halla en el campo de la ilustración que no encuentre en otros terrenos artísticos?

  La posibilidad de aplicar los conocimientos que tanto me costó adquirir como estudiante de Bellas Artes y que en el campo del arte actual han quedado obsoletos.

3.- Le gusta que sus creaciones se caractericen por…

  La sorpresa.

4.- Cuando va a ilustrar un texto, ¿qué es lo que tiene claro de antemano?

  Nada.

5.- ¿Existe un común denominador entre los ilustradores aragoneses o más bien cada uno es de su padre y de su madre?

  Formalmente, más bien… Aunque creo que la mayoría participa de cierto espíritu somarda.

6.- ¿Es sólo una impresión o hay mucho talento en Aragón en este campo?

  No es una impresión: es impresionante.

7.- ¿El ilustrador es un artista?

  Aplicado.

8.- ¿Por qué hay tan pocos ilustradores que hayan podido hacer de esta profesión un medio de vida?

  Porque es la profesión peor pagada del mundo.

9.- ¿Qué piensa, qué siente cuando ve la exposición de la Diputación de Huesca?

  Que la “marca Aragón” debería contar con los ilustradores, ya.

10.- ¿Qué es para usted la ilustración?

  Ahí me ha pillado. ¿Qué es ilustración?, dice, mientras clava en mi pupila su pupila azul…

11.- ¿Qué diría si se refiriese en general al panorama actual de la ilustración, desde el punto de vista creativo

  Que, desde hace años, genera nuevos códigos derivados de su propia dinámica y obvia influencias externas.

12.- Recomiende especialmente algún rincón de la exposición de la Diputación.

  Todos. A mi nieta, sin embargo, el que más le ha gustado ha sido el de Isidro Ferrer. 

 

 

Más ilustración aragonesa

Más ilustración aragonesa

Gustavo Puerta me ha dejado un comentario en la entrada “Ilustración aragonesa”, que todavía pueden leer un poco más abajo, y me parece que vale la pena que lo traiga a la portada de este blog.

 

 

Leer las líneas que le has dedicado al texto que escribí para el catálogo de la exposición “Imaginar la palabra. Ilustradores aragoneses en el siglo XXI” ha sido para mí muy estimulante y espero que el debate que abres se alimente aún con aportaciones provechosas que vayan más allá del victimismo.

Más allá de sentar los requisitos necesarios para ostentar la aspirada “denominación de origen”, me interesa indagar en qué consecuencias se derivan de utilizar la baraja identitaria, a quién ha beneficiado su empleo y cómo ha sacado provecho de él.

Si no acabo de ver a los ilustradores aragoneses agrupados como en una “denominación de origen” es porque, tal como lo expreso en el catálogo, “ni existe una cepa ni una forma de “imaginar la palabra” que distinga a los ilustradores aragoneses de los de otras latitudes”. Ahora bien, partiendo del hecho de que tal categoría parece ser aceptada de forma acritica, y que además la Edad de Oro de la ilustración infantil aragonesa ha sido proclamada, me pregunto entonces por los fundamentos de semejantes juicios. ¿Qué distingue y hace superior el oficio del ilustrador y la producción editorial aragonesa sobre los de otras regiones españolas o del mundo: …Su contacto con un valioso legado artístico?, …la consolidación de escuelas y centros de formación punteros?, …el desarrollo de una industria editorial que destaca por su calidad y ventas de derechos en el extranjero?, …la novedad y originalidad de los temas y enfoques planteados?

Que cuestione la “denominación de origen” y, sobre todo, a quienes se han valido de crear el fantasma de la “Edad de Oro” para beneficio propio, no quiere decir que no valore el trabajo y la obra de una serie de profesionales de la ilustración expuestos en la sala de exposiciones de la Diputación de Huesca. Es más, creo que el tema de la identidad merece una reflexión detenida y responsable. De este esfuerzo podría, por qué no, surgir un propuesta colectiva autoexigente y coherente capaz de enfocar, por ejemplo, la literatura infantil desde perspectivas inéditas.

 

Gustavo Puerta Leisse

 

 

 

Ya dije que compartía muchos de los argumentos de Gustavo Puerta y, de todos ellos, en mi texto, sólo pretendí matizar el de la hipotética identidad aragonesa, intentando explicarme en qué pueda consistir semejante cosa o por donde podríamos alcanzar nuestra presunta “denominación de origen”.

Gustavo Puerta, en su comentario, vuelve a ampliar el debate y, como pasa siempre con los especialistas, maneja datos que yo desconozco.

A uno, que suele estar en el estudio trabajando, se le llegan a pasar cosas, al parecer tan cacareadas, como la proclamación de una "edad de oro" de la ilustración aragonesa. No tenía ni idea, se lo juro. Ni sabía que se había proclamado semejante cosa, ni quién la proclamó, ni a quién benefició la susodicha proclamación.

Lo que sí sé es que ahora hay más y mejores ilustradores en Aragón que hace treinta años. Quizás eso sea todo. Podemos considerar que vivimos el mejor de los tiempos respecto a nosotros mismos, no respecto al mundo mundial. A Gustavo Puerta le parece muy poco y seguramente tiene razón. Pero por algo se empieza. Precisamente mi texto pretendía ir un poquico más allá, empezando a pensar alguna cosa a partir de esa mínima realidad que disfrutamos. Ya dije también que, de alguna forma, estaba haciendo Arte-ficción.

 

Ilustración aragonesa

Ilustración aragonesa

En el catálogo de la exposición “Imaginar la palabra. Ilustradores aragoneses en el siglo XXI”, el prestigioso especialista Gustavo Puerta no acaba de ver a los ilustradores aragoneses agrupados como en una “denominación de origen” por dos razones: Porque aquí no ha habido un centro de enseñanza que imprimiese carácter y porque la generación que me sigue “no se muestra muy ávida de dialogar con su tradición ni de incorporarla a su propio bagaje”, entendiendo por tradición “el rico patrimonio iconográfico del mudéjar, el románico o el gótico aragonés, la obra de un Goya o de un Buñuel o unos Sauras o la gráfica de un Fernández Molina o un Ramón Acín”.

Aún compartiendo en buena parte su opinión, me voy a permitir matizarle, enmendarle la plana o provocarle un poco, directamente. Más que nada por ganicas de enredar, por pasar el rato y por hacer un poco de arte-ficción. O por hablar de otra cosa que no sea la crisis y las miserables remuneraciones económicas que sufren los ilustradores. Motivos para hacerlo, los que quieran.

 

En primer lugar, quiero recordar unas palabras de Goya que no son las de “En oyendo hablar de Zaragoza y pintura, me quemo vivo” sino estas otras: “Mis maestros han sido Velázquez, Rembrandt y la naturaleza”.

O sea, que cada uno se busca los maestros donde puede o donde quiere y eso es lo más normal del mundo mundial. Y, sin embargo, pese al magisterio sevillano y holandés, Goya es el artista aragonés por antonomasia. Qué curioso.

 

En segundo lugar:¿Seguro que no existen influencias del mudéjar en el estilo geométrico de Alberto Gamón? ¿O rastros del románico en muchísimas ilustraciones de Elisa Arguilé? ¿O cierta delicadeza gótica y manierista en los trabajos de Francisco Meléndez? ¿O rasgos goyescos en los personajes y los ambientes de David Vela? ¿O reminiscencias de la sensible línea de Ramón Acín en las ilustraciones de Jesús Cisneros, aunque esto ya esté un poco más traído por los pelos?

Estas son preguntas sencillas, hechas desde el terreno marcado por el propio Gustavo Puerta. Podríamos añadir preguntas parecidas, con modelos que no cita él y sobre los que me extenderé más tarde: ¿Seguro que no existen influencias de Marín Bagüés y su río Ebro en las ilustraciones de Ana Latirtegui? ¿O colores, trazos y esquemas del grupo Pórtico en las escenas de David Vela? ¿O vestigios de la decoración del cine Dorado de Santiago Lagunas en las cajitas de Ana Lóbez o en los leoncicos de Elisa Arguilé? ¿O influencias de Bayo Marín en las caricaturas de Grañena?

Todo esto siguen siendo preguntas fáciles porque seguimos hablando de influencias formales.

 

En tercer lugar, voy a hacer algunas aclaraciones para que entiendan ustedes a dónde quiero ir a parar.

Si es verdad que, desde la llegada de la Virgen del Pilar, para triunfar aquí hay que venir de fuera, no es menos cierto que el que es de aquí y triunfa fuera, deja de ser un poco o un mucho de aquí a ojos de la tribu, por más que él mismo o las autoridades culturales aragonesas se empeñen en demostrarnos lo contrario. Qué le vamos a hacer, somos como el escorpión: Está en nuestra idiosincrasia.

Así que es más fácil que los aragoneses (aquí) tomen como referencia a quienes se han resistido a la diáspora que a los que han triunfado lejos y ya son, por tanto, patrimonio de la humanidad.

 

Yo creo que las dos referencias más importantes de la modernidad local aragonesa, ya lo he dicho, son Marín Bagüés y el Grupo Pórtico.

 

Marín Bagüés es autor de un cuadro de joteros pintado a la manera de los futuristas italianos. Con eso está todo dicho.

Creo que, como auténticos somardas, este tipo de paradojas son las que nos encanta cultivar y las que pueden otorgarnos la denominación de origen que, por motivos estrictamente formales, nos niega don Gustavo.

 

Marín Bagüés es autor, también, del cuadro de los bañistas en el Ebro que, no sólo nos ha inspirado durante muchos años para soñar una Zaragoza idílica por moderna, si no que, además, nos retrotrae a la “Vista de Zaragoza” de Martínez del Mazo y Velázquez. Y recuerden que cuando le preguntaban a Dalí: “¿Qué hay de nuevo?”, siempre respondía: “Velázquez”

 

El Grupo Pórtico se adelantó a la abstracción informalista en la posguerra y cultivó una pintura dura, jasca y sin concesiones que casa muy bien con el carácter aragonés, si es que tal cosa (como la denominación de origen “ilustración aragonesa”) existe.

 

En cuarto o quinto lugar (ya he perdido la cuenta) podría resumir este asunto diciendo que somos gente culterana o conceptista y nuestras influencias suelen ser más de carácter que formales.

No sé si David Adiego, Francisco Meléndez, Óscar Sanmartín, Antonio Santos, Diego Fermín o David Vela habrán leído a Baltasar Gracián pero, viendo sus trabajos, reconozco en todos ellos las (perdonen el anacronismo) goyescas descripciones del Criticón.

 

Y aquí, para terminar, podríamos volver a las paradojas que hemos considerado antes sobre Goya y darlas por resueltas.

 

Por cierto, no se pierdan la exposición en la Diputación de Huesca. Es magnífica.

 

 

 

“Muchos humos” o de cómo llegué de coautor a coautor pasando por autor

“Muchos humos” o de cómo llegué de coautor a coautor pasando por autor

Muchos amigos se sienten intrigados por el hecho de que me haya puesto a escribir teatro.

Como dramaturgo vuestro que soy, os debo una explicación y esa explicación que os debo, os la voy a pagar, porque como dramaturgo vuestro que soy…

 

Cuando Teresa Larraga, actriz zaragozana afincada en Suiza, quiso poner en marcha un espectáculo sobre Miguel Servet, se dirigió a un prestigiosos autor suizo para que le escribiera el texto. El prestigioso autor diseñó un esquema en el que la obra se dividía en dos partes que discurrían paralelas, una que se centraba en el siglo XVI y otra que se centraba en el siglo XXI. Y ahí se quedó.

Teresa, que conocía mi librito sobre Miguel Servet, pensó que quizás podría escribir la parte correspondiente al siglo XVI, liberar al autor suizo de la pesada tarea de documentarse y dejar que se ocupara de la actualidad, que es lo que domina.

Acepté ser coautor de la obra y, sin tiempo apenas, imaginé una retransmisión en directo de la ejecución de Servet, en la que los periodistas entrevistan a los espectadores para enterarse de quién es el reo y qué ha pasado. Pensé que la obra podía coincidir con el tiempo real que Servet tardó en quemarse.

Cuando, más o menos, había terminado mi texto, el autor suizo decidió desvincularse del proyecto, por lo que pasé de ser coautor a ser autor.

Sin embargo, al director de la obra, Alberto Castrillo, le pareció que, tal como había planteado yo la cosa, carecía de la suficiente garra dramática como para ponerla en escena. Suelo fiarme de los profesionales, así que me comprometí a aceptar todos los cambios que quisiera introducir y a redactar los textos que hicieran falta para redondear el espectáculo.

Bien. Ahora mismo, tras el estreno en Suiza, la retransmisión desde la hoguera se ha convertido en una conferencia y mi texto ha sufrido o gozado tantos cambios que ya no me atrevo ni a considerarlo mío. Así es como he vuelto a los orígenes de mi carrera teatral o, lo que es lo mismo, al mes de junio: vuelvo a ser coautor de una obra de teatro titulada “Muchos humos”.

Eso es todo.

 

A continuación, les copio un fragmento de los que se han eliminado, en el que dos asiduas a las tardes de Telecinco conversan sobre la apasionante vida de Miguel Servet.

 

Dos comadres.

 

C1 – Pobrecillo… Igual deja mujer e hijos, el pobre…

C2 - ¡Qué va…! Si era solterico…

C1 - ¿A sus años?

C2 – Eso mismo le preguntó el tribunal.

C1 - ¿Y qué dijo?

C2 - ¿No lo sabe? Jijiji… Me da no sé qué decirlo… Jijiji…

C1 - ¿Es de risa?

C2 - ¡No, no, Dios me perdone! Es que… Jijiji…

C1 - ¡Explíquese!

C2 – Que es que lo desgraciaron de pequeñico, ¿sabe usted?

C1 - ¿Cómo que lo desgraciaron?

C2 – Eso dijo él, que en una operación, le dejaron impotente para toda la vida.

C1 - ¡Jesús, María y José!

C2 – Pero, vaya usted a saber si es verdad…

C1 – Pues, si el hombre lo dijo…

C2 – Ya, ya… También decía que se llamaba Michael de Villeneufve y que era católico cuando estaba en Vienne. Vaya pajarico…

C1 – Hombres…

C2 – Claro que, por otra parte, bien puede ser que fuera verdad… Si se pasó la vida estudiando, será porque no tenía otra cosa que hacer…

C1 – Claro, claro… Jijiji… ¡Qué cosas tiene usted!

C2 – Ya dijo él mismo que la circuncisión amortigua el deseo de la carne del mismo modo que si te cortan una oreja, se amortigua el sentido del oído.

C1 - ¿Y eso es cierto?

C2 – No.

C1 – De todas formas, este hombre sabía mucho, ¿verdad?

C2 - ¡Lo que sabía este hombre! No se lo puede imaginar… Con decirle que daba sopas con honda a sus profesores… No le digo más.

C1 – Pero, oiga… ¿y cómo lo desgraciaron?

C2 – Pues, según contó él mismo, estaba tajado de un lado y quebrado del otro.

C1 - ¡San Lamberto bendito!

C2 – Considere.

C1 – Pobre criatura… Vaya escabechina que le hicieron…Pero… eso no sería una circuncisión…

C2 – Me imagino. Si es verdad que le hicieron algo, claro…

C1 - ¿No lo comprobaron los jueces o qué?

C2 – Supongo que lo mismo les daba quemarlo entero que quebrado.

C1 – No les faltaba razón. Y se evitaban el trago de andar trasteando en sus vergüenzas…

C2 – Si era verdad, ya le digo… Que también dicen que tuvo una novia en Charlieu.

C1 - ¿Qué me dice?

C2 – Lo que oye.

C1 – Chica, chica… Y, ¿qué pasa, que le dio calabazas o qué?

C2 – Según él, todo quedó en un amor neoplatónico, que es lo que se llevaba entonces…

C1 – Ya. ¿Y lo que dicen de que había hecho voto de castidad?

C2 - ¿Quién lo dice?

C1 – Eso he oído… Que hizo voto de castidad…

C2 – Sí, claro. También dijo que había mujeres con las que se podía tener relaciones sin casarse…

C1 - ¡Habrase visto, sinvergüenza…!

C2 - ¿Y lo de la abadía de Belleville?

C1 - ¡Ah, ¿esa en la que dijeron que se había liado con la madre abadesa, antes de venir a Ginebra?!

C2 – Con la madre abadesa y con medio convento…

C1 – Pero eso son habladurías sin fundamento del tal Pompeyo.

C2 - ¿El Pompeyo del siglo XIX?

C1 – El mismo, sí, señora…

C2 – Y, siendo el Pompeyo del siglo XIX, ¿cómo nos hemos enterado nosotras en el siglo XVI?

C1 – Ya sabe que estas cosas corren que vuelan.

C2 – Eso también es verdad…

C1 – Lo más gordo, de todas formas… lo de Benoît…

C2 - ¿Qué Benoît?

C1 - El pajecillo que tenía en Vienne…

C2 – Calle, por Dios… Pero, ¿es posible?

C1 – Eso dicen…

C2 – ¿Que se entendían?

C1 – Y en el palacio arzobispal…

C2 - ¡Qué barbaridad! Yo, lo que he oído, es que ese Benoît es un auténtico querubín, muy guapico de cara…

C1 - ¡Ah, con que ya lo había oído, ¿eh?!

C2 - Ya le digo... si aquí se sabe todo en un amén Jesús...

C1 – Sí, sí… Total, que el difunto parece que hacía a todo.

C2 – Sí, señora: lo mismo hacía a la castidad que a la lujuria.

C1 – Hombres…

C2 – Todos iguales.

 

 

Una tarde en Ginebra

Una tarde en Ginebra

Hace 500 años, nació Miguel Servet en Villanueva de Sijena, para terminar ardiendo con leña verde en Ginebra. Sus cenizas fueron aventadas para que no quedara ni rastro de él.

En 2002 perpetré un librito titulado “Miguel Servet y el doctor de Villeneufve”, editado por Editorial Xordica e Ibercaja. Este año, con motivo del V centenario, Ibercaja patrocinó una segunda edición del librito y una exposición de sus ilustraciones. Además, estoy implicado en un proyecto de danza y otro de teatro sobre el mismo personaje y tengo que retratarlo una vez más, para un libro que Heraldo de Aragón publicará en septiembre.

Así que, cuando me enteré de que circunstancialmente, teníamos que pasar una tarde en Ginebra, decidí rendir un pequeño homenaje al hereje, visitando el monumento que tiene levantado en la colina de Champel.

Sólo recordaba el nombre del barrio y una foto en la que se veía que el monumento se encuentra en una zona verde. Con tan escasa información, salimos de la estación de Cornavin y nos dirigimos paseando hacia el parque de Alfred Bertrand, la zona más verde de todo Champel.

En la entrada del parque había obras. Dentro, los cuervos, desde la penumbra de las zonas arboladas, contemplaban a las chicas que tomaban el sol en las praderas.

Recorrimos el parque sin encontrar ni rastro del monumento. Empezamos a preguntar y nadie sabía nada. Un señor que estaba paseando a su perrito nos aseguró, muy convencido, que no había nada parecido a un monumento a Servet en todo Champel. Nos dirigimos a un intelectual que corregía unas galeradas sentado en un banco, y nos dijo que lo que buscábamos no estaba lejos, pero que había que pasar al otro lado de la frontera.

–      ¿Al otro lado de la frontera?, tradujimos, desconcertados, en voz alta.

–      Al otro lado de la frontera, exactamente, replicó en correcto castellano.

Una señora, sentada en el otro extremo del banco, corroboró.

–      En Francia, en Francia…

Empecé a tener la sensación de que nos tomaban por unos toca-pelotas.

Llamamos por teléfono a un familiar, para que nos buscara la ubicación exacta en Internet. Mientras esperábamos su llamada, descubrimos en el plano la calle Michel Servet que partía, precisamente, de una pequeña zona verde. Antes de dirigirnos hacia allí, paramos en una tetería y me bebí una Calvinus blonde (5,50 francos). Preguntamos a la camarera por el monumento a Miguel Servet y, aunque no sabía nada, nos indicó que podíamos preguntar en la panadería. Pensé que no era mala idea porque allí tenían horno. Pero en la panadería, claro, tampoco sabían nada. En la zona verde, dividida en dos por la avenida de Champel, tampoco encontramos el dichoso monumento.

Recibimos llamada del familiar, indicándonos que el monumento tenía que estar junto a la calle Miguel Servet. No pudo concretarnos más.

Bajamos por la calle Miguel Servet (médico español, pone en las placas de la calle), una calle corta, empinada, en forma de ese, una calle fea, de tapias, verjas y esquinas, presidida por una gasolinera. Ni rastro.

Nos metimos, sin muchas esperanzas, por caminos particulares que llevaban, entre jardincillos, a los bloques de viviendas. Nada.

Volvimos al final de la calle Miguel Servet y torcimos a la derecha.

Ahora sé que si hubiéramos torcido a la izquierda, a unos 50 metros, más o menos, lo habríamos encontrado. Pero torcimos a la derecha.

Antes de abandonar Champel, cariacontecidos, nos fijamos en un cartel contra la inmigración masificada (unos pies muy oscuros avanzando sobre la bandera suiza).

Un poco más abajo, al pasar por la Promenade des Bastions, nos paramos ante el enorme monumento dedicado a los padres de la patria, presididos, junto a otros tres reformadores, por Calvino.

De vuelta hacia la estación, los bancos estaban cerrados y las joyerías, vacías. Junto al lago, una lona blanca delimitaba el espacio de una discoteca al aire libre. Vigilando la entrada, dos pollos suizos. A la derecha, un chiringuito de bisutería india. A la izquierda, una churrería.

La música de la discoteca aventaba la crispación de sus ritmos sobre todo el lago Leman.

 

 

Una tarde en Ginebra (anexo II)

Una tarde en Ginebra (anexo II)

La calle Miguel Servet de Ginebra. Segundo tramo.

 

 

Una tarde en Ginebra (anexo I)

Una tarde en Ginebra (anexo I)

Cerveza "Calvinus blonde".

 

 

Una tarde en Ginebra (anexo III)

Una tarde en Ginebra (anexo III)

Calle Miguel Servet de Ginebra. Primer tramo.

 

 

Una tarde en Ginebra (anexo IV)

Una tarde en Ginebra (anexo IV)

Una placa de la calle Miguel Servet. 

 

 

Una tarde en Ginebra (anexo V)

Una tarde en Ginebra (anexo V)

Los reformadores en el monumento de la Promenade des Bastions.

 

 

Una tarde en Ginebra (anexo VI)

Una tarde en Ginebra (anexo VI)

Farel y Calvino.

 

 

 

 

Es posible

Es posible

Este es el texto que me han publicado en la revista Es posible

 

 

 

La viñeta expandida

 

Me piden que escriba sobre el tebeo como vehículo de difusión de los planteamientos ecologistas y sólo se me ocurre recordar lo que dijo Alicia: «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?»

 

Más sesudamente, Beuys, uno de los fundadores de los “Verdes” en Alemania, advirtió:

“Si los conceptos fueran lo único valorable, no serían necesarios los colores, los cuadros, los dibujos, la imaginación, la escultura, los tonos, la música, la danza, el teatro, ¡nada!. Todo se podría verbalizar de  manera estrictamente científica mediante conceptos”.

Además de aburrirnos como ostras o como Alicia, Beuys calculaba que, sin el apoyo de la forma artística, la mayoría de conceptos moriría antes de los seis meses.

 

Sin tiempo para escribir algo más sustancioso sobre la obvia capacidad comunicativa del tebeo y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, recupero una reflexión que me hice hace algunos años, en un trabajo sobre Arte y Naturaleza, que nos llevará un poco más lejos de lo que esperaban quienes me propusieron redactar este texto:

 

Cuando alguien canta muy mal le pedimos que se calle "para que no llueva". ¿Porqué ese tono peyorativo hacia la hipotética capacidad de hacer llover, en un país secularmente azotado por la sequía? Muy posiblemente, el canto tuvo su origen en ceremonias de invocación a la lluvia y, de hecho, las rogativas, en pleno siglo XXI, son una tradición que se resiste a desaparecer, pero todos estamos de acuerdo en que Montserrat Caballé sería incapaz de hacer llover. Ella misma se sentiría ofendida si tuviéramos alguna duda al respecto. Por extraño que parezca, detrás de semejante certeza está el mundo Académico.

La explicación, algo enrevesada, nos la da Robert Graves:

En aquellos tiempos, el patriarcalismo dividió el poder de la Diosa Madre multiplicándola por nueve y metamorfoseándola en simples musas. Apolo, hijo de la Diosa y posterior presidente del Parnaso, neutralizó el poder del arte como intermediario con su Madre naturaleza, elevándolo a mero servidor de la belleza. El canto, el arte en general, ya no era un nexo de unión entre la naturaleza y el hombre sino una ayuda que tenía éste para emanciparse de aquella.

Emprendido el camino de la escisión, el arte se debate, desde entonces, entre las directrices apolíneas y la fidelidad a unos oscuros orígenes apenas intuidos.

La compulsiva búsqueda de esos orígenes, emprendida por el arte del siglo XX, parece querer alcanzar, urgida por una latente amenaza, aquel mítico poder de mediación.

 

 

Miguel Servet y Joaquín Costa

Miguel Servet y Joaquín Costa

Esta entrevista salió publicada en Heraldo de Aragón el pasado jueves. Tanto Antón Castro, que me hizo las preguntas, como yo, que las respondí, recibimos sendas llamadas de Ibercaja por no haber dicho en ningún momento que tanto el libro Joaquín Costa, el pundonoroso como la reedición de Miguel Servet y el doctor de Villeneufve (y en su día la edición original) habían sido patrocinados por dicha entidad. Mis disculpas.

Aquí está el texto tal como salió de mi ordenador. Para la edición impresa, Antón pulió un poco sus preguntas y condensó alguna de mis respuestas.

 

¿Qué significan los centenarios? ¿Cómo se deben celebrar?

 Un centenario significa que ya han pasado cien años desde alguna ocasión señalada que aún recordamos y queremos seguir recordando.

No tengo ni idea de cómo hay que celebrarlos o conmemorarlos. Yo suelo participar en los centenarios por encargo.

¿Tienen algo en común Miguel Servet y Joaquín Costa?

 Mucho. Servet murió en la hoguera y Costa, en la bañera, pero por lo demás…Los dos fueron heterodoxos; los dos intentaron racionalizar algo (Servet, los dogmas cristianos y Costa, la vida pública española); los dos se ocuparon de asuntos muy variados; los dos tuvieron una vida solitaria y muy desgraciada...

Vayamos primero con Miguel Servet. ¿Cómo ves al personaje, qué es lo que te atrae de él?

 Me atrae esa mezcla de brusquedad en los modos y sutileza en el pensamiento.

¿Por qué es importante para ti Servet, que debemos celebrar en pleno siglo XXI: su apología de libertad de conciencia, su sentido de la dialéctica, sus descubrimientos o ese carácter de hombre para todo: médico, teólogo, geógrafo, impresor, hereje?

 Parece que lo de ser tantas cosas a la vez y no estar loco, era propio de su época: Servet era un renacentista.

De Servet han quedado dos cosas muy claras para todo el mundo: el descubrimiento de la circulación menor de la sangre y la hoguera. Mucha gente piensa que murió en la hoguera por su descubrimiento anatómico, pero lo cierto es que murió por defender sus ideas teológicas. A mí, que no sé nada de teología, me parece mucho más sutil y delicada la interpretación que hace Servet de la Santísima Trinidad (su tema favorito) que la que nos enseñaba el catecismo. Para Servet, la Trinidad quiere decir que Dios (1) se manifiesta por la Palabra (2) y el Espíritu (3). El párroco de mi pueblo intentaba que entendiéramos el mismo misterio comparando la Santísima Trinidad con un melocotón.

Sobre todo, lo que me gusta de Servet es esa modernidad propia de un poeta.

Tú lo presentas como un hombre escindido, como un perfecto esquizofrénico… Explícate.

 Bueno, en mi librico sobre el esquizoide carácter aragonés, bromeaba sobre la paradoja de que un obsesionado por la Santísima Trinidad, tuviera que adoptar hasta tres personalidades distintas, precisamente, para sobrevivir a los católicos, a los luteranos y a los calvinistas.

¿No representa Servet también al chulo aragonés, al hombre desafiante, al terco que se deleita en serlo?

 No diría yo que no.

¿Necesitaba Servet una muerte en la hoguera así para ocupar un puesto señalado en la historia?

 Desgraciadamente, en la historia de las libertades, parece que sí. Para algunos, para Stefan Zweig, por ejemplo, del personaje de Servet sólo importa su muerte en la hoguera para que Castellio, mucho más conocido en esa historia de la lucha por las libertades, pudiera argumentar: “Matar a un hombre por defender una doctrina no es defender una doctrina, es matar a un hombre”.

Sin embargo, parece ser que el descubrimiento de la circulación pulmonar de la sangre tendría que ser motivo suficiente para pasar a la historia sin necesidad del martirio.

Por qué Costa el pundonoroso? ¿Por qué pundonoroso?

 Porque lo dice él. En sus diarios, se queja de que es su pundonor el causante de todos sus problemas.

¿Tenía Costa una gran capacidad de resultar patético?

 Sí, la tenía.

¿Cuál era su mayor defecto: que se tomaba demasiado en serio, que no tenía sentido del humor?

 Su sobrino, Martínez Baselga, dice que tenía mucho sentido del humor pero no recuerdo que dé muchos ejemplos. La verdad es que parece que se tomaba muy en serio. Y eso, unido a la enfermedad, que le obligaba a adoptar esa pose estirada de las fotografías, hace que resulte antipático a primera vista.

¿Cómo son los diarios de Costa, qué te llama la atención de ellos?

 Aparte de lo que ya hemos dicho sobre la seriedad, el patetismo, etc., me llama la atención el lenguaje que utiliza, ese lenguaje decimonónico que yo descubrí por primera vez en la Codorniz, y que aquí he utilizado, siguiendo ese recuerdo, para convertirlo en humorístico sin cambiar una sola coma.

A ti parece interesarte el Costa cotidiano, el de los pequeños detalles y miserias, el enamoradizo…

 Es que en mis libros trato más de contar vidas que de explicar obras, aunque siempre vayan unidas, claro.

¿Qué es lo que te conmueve del personaje?

 Me sobrecoge que no hable nunca de su madre.

Si tuvieras que ponerte algo más serio, qué es lo que te atrae del personaje, en qué parece de veras auténticamente grande.

 Más serio ya no me puedo poner. Es grande, auténticamente grande, su capacidad intelectual.

¿Cómo has montado el texto, tan importante aquí y más extenso que los anteriores?

 Siguiendo la biografía de Cheney, que hoy por hoy, parece la más fiable (aunque los entendidos opinan que ya ha quedado desfasada) e intercalando anécdotas de las que cuenta su sobrino Martínez Baselga, que son muy jugosas. Y, como ya he dicho, recurriendo a las palabras del propio Costa cuando es él quien toma la palabra.

Todas tus obras ilustradas son un diálogo con la historia del arte, con épocas concretas. ¿Qué has querido hacer con Servet y con Costa, con quien conversas, de quién te burlas, si te lo puedo decir así?

 En cada libro suelo conversar con la época a la que perteneció el biografiado. En el caso de Servet, dialogo con Holbein, que por algo fue retratista y amigo personal de Erasmo y, en menor medida, con Il Bronzino. Cuando digo que dialogo quiero decir que les copio descaradamente. Para representar el pensamiento ortodoxo de su época, he recurrido a los dibujos de diablos y monstruitos medievales. Para interpretar al personaje de Miguel Servet, recurrí a mi buen amigo Javier de Pedro que me dejó todo su album de fotos.

En el libro de Costa, como ya había copiado sus palabras literalmente, me dio miedo que si dialogaba con su época la cosa quedara demasiado decimonónica y le hice un pequeño homenaje a uno de mis ilustradores favoritos: Wolf Erlbruch. Aunque también hay homenajes puntuales: aparece Manet, que pintó la Exposición Universal de 1867, aparece un dibujo de mi nieta…

¿Para quién son tus libros, José Luis?

 Para todos los públicos.

¿Qué te permite hacer y decir el humor? ¿Qué sería de ti sin humor?

El humor me permite decirlo casi todo. Pero en ese casi cabe un mundo.

Sin humor, no me habría atrevido a escribir.

 

 

Buñuel y la linterna mágica

Buñuel y la linterna mágica

En el 111 aniversario de Luis Buñuel, como ya saben, se presentó el corto de animación "Buñuel y la linterna mágica", escrito y dirigido por Javier Espada, animado por María Velázquez y dibujado por mí.

A petición del público, reproduzco lo que dije en la presentación:

Parece que siempre que tengo que hablar, me dicen lo que debo hacer. Hace diez días, mi nieta me organizó una presentación del último libro que he publicado, en su clase, y me advirtió:

–Mira, te voy a decir lo que tienes que hacer. Primero hablas un poco de tu libro, ¿no?, luego dibujas algo en la pizarra, nos dibujas algo en un papel para que lo podamos fotocopiar y utilizar en la clase de plástica y les enseñas a mis compañeros la foto que me hiciste disfrazada de Nosferatu.

Ahora, Javier me dice que sea breve. Así que me limitaré a celebrar esta fecha tan señalada, este 111 aniversario, que irremediablemente remite a la Santísima Trinidad (uno y trino) y que aún me emociona más al recordar, aquí en Calanda, que el párroco de mi infancia nos explicaba el Misterio de la Santísima Trinidad comparándola con un melocotón.

Ante el entusiasmo del público al oír la palabra melocotón, decidí retirarme discretamente. Sin embargo, algunos de los asistentes, algo más tarde, me pidieron que les explicara el parecido entre una cosa y Otra y les repetí las palabras del párroco tal como las recuerdo:

– La Santísima Trinidad es como un melocotón que se compone de piel, carne y hueso. La piel es melocotón pero no es el melocotón, la carne es melocotón pero no es el melocotón, el hueso es melocotón pero no es el melocotón. Sin embargo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, o sea, que la Santísima Trinidad no es como un melocotón...