El dibujante de relatos
Hoy se presenta el libro de Antón Castro y Juan Tudela El dibujante de relatos. No podré asistir por problemas de salud, pero este es el texto que les escribí como presentación.
Si uno abre algún libro de Antón Castro al azar, puede encontrar, en la página 86, exactamente, un personaje que dice como si tal cosa: “Era hermético hasta el asombro”.
A veces, como si intuyera el desconcierto del lector, Antón Castro añade: “Eso me dijo exactamente”.
También es cierto que si uno abre algún libro de Antón Castro al azar, puede encontrar otras voces mucho más previsibles: “No existe ningún abonado con este número” o “Yo también soy pintora”, aunque en este caso, qué curioso, no llega a estar seguro de haber oído tal cosa, cuando es algo que yo llevo oyendo toda la vida, un día sí y otro, también.
Pero, lo que yo quería decir aquí, y me estoy perdiendo, es que, si uno lee que un personaje dice: “Era hermético hasta el asombro”, no puede dejar de preguntarse: ¿Qué aspecto tendrá el tipo que habla así?
Ahora lo sabemos.
Juan Tudela realizó unos retratos imaginarios o recordados y Antón Castro descubrió en ellos el rostro de sus personajes.
O sea, que este libro nació como nacían los libros por entregas, antes de que Dickens escribiera “Los papeles póstumos del Club Pickwick” y cambiara las reglas del juego: el dibujante dibujaba las historias que se le ocurrían y el escritor intentaba explicarlas a los lectores.
Antón Castro descubrió en los retratos en blanco y negro (o virados a sepia) de Juan Tudela a sus personajes y reconoció, además, en ellos, la premonición académica o las secuelas cubistas del daguerrotipo.
Antón Castro descubrió en los dibujos de Juan Tudela a sus personajes, Juan Tudela le contó, además, los barruntos de aquellas gentes de Torrero y otros lugares del ancho mundo, los recuerdos de aquellos tiempos en los que él, Juan Tudela, inventó la modernidad gráfica de la Inmortal Ciudad, y Antón Castro puso voz a unos rostros que de inmediato empezaron a decir: “No quiero vivir con el diablo de una identidad inescrutable”, “Tócame como si me fueras a pintar por última vez” o “Yo también soy una poeta desesperada”.
De todos es sabido que el surrealismo nace, según Isidore Ducasse, del encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección.
Bastante más tarde, y siguiendo el ejemplo de Mary Shelley o del doctor Frankenstein (que de las dos formas puede y debe decirse), un trocito de aquí, otro de allá, ya saben, el surrealismo engendró cadáveres exquisitos como para parar un tren.
No sé si Juan Tudela y Antón Castro, primero el uno y después el otro, llegaron a Zaragoza en tren, pero no me cuesta nada imaginarlo.
El caso es que en esta ciudad, tan parecida muchas veces a una mesa de disección, el encuentro fortuito de un murciano y un gallego ha dado lugar a este bello artilugio que nos revela una visión forana y, por tanto, original y cosmopolita, de nuestro particular sentido del humor.
Que no es otro que el sentido del humor de los sabios antiguos, valga la redundancia.
Que ustedes lo disfruten como lo he disfrutado yo.
2 comentarios
cano -
Vicente -