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Las tribulaciones de un pintor de provincias en Madrid o lo que cuesta mantener el Círculo de Bellas Artes.

Las tribulaciones de un pintor de provincias en Madrid o lo que cuesta mantener el Círculo de Bellas Artes.

Mi buen amigo Rubén E. decidió que hacía demasiado tiempo que yo no exponía en Madrid (la última vez fue hace ya 20 años) y era un error que había que subsanar inmediatamente. Me recordó que nuestra común amiga Teresa A. se había encargado de que Pepe C. expusiera en el Círculo de Bellas Artes y pensó que podía repetir la misma jugada conmigo. Como Teresa hace muchos años que se fue a Madrid, Rubén llamó a Carmen M. para que me pusiera en contacto con ella, Carmen me pasó su teléfono (tras avisarle de lo que se le venía encima), hablé con Teresa y quedé con ella en Cuatro Caminos, cierto día del invierno pasado.

Le llevé unos catálogos para que pudiera hacer las gestiones oportunas y me explicó que lo de Pepe C. había sido algo circunstancial, que ella no se dedicaba a eso pero que, como tenía mucha cara, estaría encantada de conseguirme la exposición o, por lo menos, de intentarlo. Se lo agradecí reiteradamente y me volví a Zaragoza con cierto cargo de conciencia por haber complicado la vida de una amiga sin ton ni son.

En los meses siguientes, recibí varias llamadas de Teresa informándome del progreso de sus gestiones y a la décima, más o menos, me comunicó que aceptaban hacer mi exposición en la sala Juana Mordó, el 14 de abril de este año, si yo corría con todos los gastos. Diseñé mis estrategias, eché cuentas y confié en poder hacer el catálogo, el transporte y el “vernisage” sin gastarme un euro. No me pregunten cómo porque eso es cosa mía.

Así que llamé a Teresa y le dije que aceptaba las condiciones que me ponían y que me gustaría tener una reunión con la encargada de la sala para concretar. Al cabo de un mes, quedamos en el Círculo, nos recibió Laura M., una joven muy simpática, y cuando empecé a plantearle los puntos que quería aclarar, me interrumpió diciendo que lo primero que tenía que saber es que mi exposición debía estar esponsorizada. Le dije que sí, que yo corría con los gastos de catálogo, transporte y “vernisage” y me respondió que esos eran mis gastos pero que los suyos ascendían a 16.000 euros que yo debía abonar para seguir hablando. Yo me habría levantado inmediatamente pero Teresa, entre atónita e indignada por la novedad, intentó ganar tiempo para asimilar la nueva situación argumentando que podríamos encontrar soluciones. Así que, dispuesto a pasar el rato, pregunté por los gastos que tenía el Círculo, a lo que Laura me respondió que había que pagar un vigilante para la sala durante todo el mes. Le pedí que me contratara, ya que 16.000 euros por un mes de trabajo era un sueldo que me parecía interesante. Como si no me hubiera oído, nos invitó a visitar la sala para que viéramos lo bonita que es y se interesó por el título de la exposición. Le encantó enterarse de que el título era “Blancanieves” y a mí me encantó que la sala, como me señaló amablemente, tuviera una pared más alta que las otras. Le encantó que hubiera previsto hacer unos dibujos en la pared de la entrada para ahorrarme los vinilos correspondientes y la tranquilicé informándole de que el detergente para borrarlos corría de mi cuenta.

Tras la versallesca conversación, Teresa y yo nos fuimos con la música a otra parte.

Ante dos rosados y unas aceitunas, Teresa, casi conmocionada, empezó a pensar la manera de conseguir los 16.000 para que yo no me quedara compuesto y sin sala. Yo sugerí atracar un banco, ella sugirió la posibilidad de pedírselos a su jefe que, por lo visto, tiene cierta afición al mecenazgo. Le hice ver que su jefe no me conoce de nada y que bastante haría si conseguía venderle un cuadro. No le pareció mala idea y prometió intentarlo. Yo le prometí que si conseguía sacarle 16.000 euros a su jefe, nos los repartiríamos como buenos hermanos y al Círculo que le dieran Bola.

Y en esas estamos.

 

 

LOS SIETE SENTIDOS CAPITALES

LOS SIETE SENTIDOS CAPITALES

Hace algunos años (de todo hace algunos años), me puse de moda como presentador de libros. Qué cosas. Llegué a presentar este libro de poemas de Magdalena Lasala con grabados de Ana Aragüés.

Como no tengo ninguna imagen del libro, les dejo esta alegoría de la pintura que pintó Vermeer.

Esto es lo que leí:

 

  • Quiero mostrar, en primer lugar, mi perplejidad porque Magdalena y Ana hayan puesto su confianza en mí para conducir este acto, dadas mis conocidas dotes de orador, y, así mismo, debo presentarles mis disculpas por atreverme a presentar un libro tan sensual con esta pinta de hermano marista que arrastro desde el colegio, y, lo que es todavía peor, faltándome un sentido, careciendo de olfato.

 

  • Para Magdalena Lasala, los sentidos son “canales de comunicación y de expresión, unen el dentro y el fuera, el arriba y el abajo, la luz y la sombra, el deseo y el miedo; ellos nos muestran desde el exterior lo que hemos proyectado desde nuestro interior como si de un espejo se tratase”. Como este libro tan sentido, auténtico punto de encuentro entre esos dos territorios contrapuestos que describe Magdalena: el deseo y la realidad.

 

  • Auténtico punto de encuentro entre el deseo y la realidad, en principio, como simple objeto físico. Magdalena y Ana han deseado confeccionar un libro precioso y lo han conseguido pese a la fuerte resistencia de la realidad manifestada en forma de impresores y encuadernadores. Lo peor de este asunto no es que los simpáticos duendes de imprenta se hayan convertido en antipáticos virus informáticos, lo peor es que la desidia y la chapuza estén alcanzando uno de los últimos reductos de amor al oficio que nos quedaban: el de las artes gráficas. Quede constancia de mi solidaridad con el particular viacrucis de las autoras, que tantas veces hemos recorrido los que trabajamos para el mundo editorial.

 

  • Magdalena y Ana han hecho con los cinco sentidos lo que Alejandro Dumas hizo con los tres mosqueteros: añadir alguno más. Así han conseguido llegar hasta siete: Vista, oído, olfato, gusto, tacto, intuición y humor. Aunque las dos se ocupan de cada uno de estos siete sentidos, hay un cierto reparto de papeles entre ellas. Primero porque, de alguna forma, la poesía es un arte para el oído mientras la gráfica es un arte para la vista; del mismo modo que la poesía es el arte de la intuición mientras que, en este caso –y en otros muchos–, la imagen es el mejor vehículo para el humor. Llevamos cuatro sentidos repartidos y nos quedan tres que son comunes: olfato, gusto y tacto. El tacto lo disfrutamos en el propio libro-objeto, en esas sugestivas diferencias de “cuerpo” y de color, y en esa calidez especial del papel Fabriano. Gusto, el que han puesto en su diseño, evidentemente. Respecto al olfato, como no tengo, me remito a lo que dijo Wiggenstein: De lo que no se sabe, mejor callarse.
  • Magdalena, como poeta, habla más desde la intuición, desde o del deseo. Ana, que habla desde el humor, habla quizás más de o desde la realidad. Cuestión de talantes. Los poemas de Magdalena son muy sensuales. El término sensual se aplica, según el diccionario, a los placeres producidos por los sentidos y, en una segunda acepción, según el diccionario ideológico de Julio Casares: “Dícese de la persona demasiado aficionada a dichos placeres”. Ese demasiado es demasiado.
  • Magdalena desafía el insufrible tonillo moralista del diccionario ideológico porque, para ella, los sentidos, que nos comunican con el “mundo” y las “cosas” en general, como dice en su introducción, nos comunican especialmente con el “otro”, como dice en sus versos. Los sentidos, en su poesía, establecen comunicación prioritaria con quien dispone de los mismos sentidos que nosotros y está dispuesto a compartirlos, comunicación de multiplicada sensualidad que la propia autora califica de osada. Ana parece tener sus dudas sobre la posibilidad de tan gozosa comunicación o hace más hincapié en los peligros que corremos con nuestras osadías que en los placeres que nos proporcionan. Para comunicarnos algo tan serio como sus aparentes recelos, Ana, como los payasos, nos hace reír recurriendo a la pintura, aunque no se la aplique directamente en la cara.
  • Basta con recorrer el diálogo que establecen Ana y Magdalena, a propósito de cada uno de los siete sentidos, para comprobar lo que decimos, y para encontrarnos, nada más empezar, con las inevitables excepciones que confirman la regla.
  • Empecemos por la Vista: Ana escribe –porque no lo hemos dicho pero Ana escribe en todos y cada uno de sus dibujos–, Ana escribe, repito: “Ver para creer” que puede ser un perfecto lema de pintora o un capcioso comentario goyesco. Para el caso, de Tauste. Y juega con la mirada contenida en el ojo, con el ojo que miras y con el ojo que te ve. Magdalena parece tener una relación todavía más conflictiva con la mirada y nos habla de lo invisible, el aire, la nada. No se fía de las apariencias y quiere ir más allá. Tiene que tocar, como Santo Tomás; o como los niños, o las niñas, que tienen los ojos en la punta de los dedos.
  • Oído: Mientras Magdalena describe una auténtica cópula entre las palabras y el oído, Ana le pone un corcho a la oreja y hace oídos sordos. Si la escritora desconfiaba de la mirada, la pintora parece desconfiar de las palabras. De hecho, todo lo que Ana escribe en sus grabados tiene doble o triple sentido.
  • Olfato. Repito: No debería decir ni una palabra al respecto mientras no me opere. Pero es que Magdalena escribe: “La vida se cuela ascendente a la oscuridad de mis mundos inciertos donde duerme incontrolable, la esencia de mi ser. Brota hacia dentro mi propio nombre”. Y Ana resume: “Huelo”, lo que me hace caer en la cuenta de que, no sólo tengo un conocimiento parcial de la realidad, sino que es imposible que pueda cumplir la filosófica empresa de conocerme a mí mismo. Un desastre.
  • Gusto: Magdalena compone uno de sus poemas más turbadores y proustianos, si se me permite hacer un  chiste fácil a propósito de su nombre. Pero, donde ella encuentra el dulce sabor de la granada, Ana encuentra un sabor ácido que le sirve para demostrar que sobre gustos no hay nada escrito, con perdón de Magdalena, y para hacer referencia al procedimiento que está usando, en un juego de palabras desopilante.
  • Tacto: Al anhelo de “tocar el deseo con los dientes”, a la “insolente osadía” de Magdalena “descifrando las huellas de tus mensajes por mi cuerpo”, opone Ana el discreto consejo de andarse “con mucho tacto” acompañado, eso sí, de un dibujo que ilustra literalmente el verso de Magdalena y convierte sus gracianescos consejos en erótica ironía. Ya he sugerido antes que el menor grado de sensualidad en el trabajo de Ana era sólo aparente.
  • Intuición: Aquí sí que se encuentran las dos autoras. Su doble afirmación es rotunda: La intuición es femenina. Por si quedara alguna duda, añade Magdalena “Y no te necesito”, lo que me obliga a hacer un discreto y elegante mutis por el foro pasando página.
  • Humor: Al parecer, lo más difícil de definir. Magdalena se dedica a encadenar negaciones, partiendo de la primera:”El humor no es risa” para ir cercando poco a poco “el secreto escurridizo del rey bastardo”, hasta dar con la definición exacta:”El humor es reír”. A partir de ahí, Ana opta por ponerlo en práctica. Parte de la última negación de Magdalena, “No es blanco sobre blanco”, para arrimar el ascua a la sardina de la historia del arte y escribir sobre un cuadrado negro “Ceci nést pas noir sur noir”, o lo que es lo mismo, para encadenar de una tacada todo un rosario de negaciones: esto no es un malevich, esto no es un magritte, esto no es un benn y ni siquiera es un aragües , pues cualquier identidad se disuelve en la risa, en el reír, del mismo modo que se disuelve en el sexo, en el fornicar.

 

  • Tras este rápido recorrido por los siete sentidos capitales de Ana y Magdalena, me queda una cierta sensación de desequilibrio pues temo que mi postura no haya sido del todo neutral, que mi tono se haya identificado más con el de la pintora que con el de la escritora, que mis comentarios hayan estado más teñidos de humor que de pasión. No se debe a razones corporativistas. Es, otra vez, una cuestión de talantes. Si se me permite aventurar una última definición del séptimo y último sentido, por atender a la llamada a la osadía que nos hace Magdalena más que por enmendarle la plana, diría en mi descargo que, simplemente, el humor es pudor.

 

  •  Muchas gracias.

 

Van Meegeren

Van Meegeren

En el último Babelia, Manuel Vicent habla del falsificador Van Meegeren, autor de unos cuantos vermeers falsos. Creo que descubrí a este falsificador en un libro sobre la obra completa de Vermeer. Como la obra de Vermeer es tan escasa, completaban el catálogo contando el famoso caso de las falsificaciones del mismo modo que Vicent.

Lo que no entendí entonces, y sigo sin entender ahora, es que Van Meegeren falsificara cuadros de Vermeer tan mal. ¿Por qué decía que los cuadros eran de Vermeer si no tienen nada que ver? ¿Y por qué le creyó tanta gente?

Me recuerda el caso de tantos impostores que se han hecho pasar por otros sin parecerse en nada; que se hicieron pasar, por ejemplo, como cuenta Bram Stoker, por el rey Sebastián de Portugal sin saber portugués... Según Borges, en esa radical falta de parecido radica el éxito de la empresa.

Pues, será eso o que alguien hizo negocio con las supuestas falsificaciones (siempre se trata de hacer negocio, claro). Pero, ¿por qué Vicent, por ejemplo, un entendido en arte, cuya hija dirige una galería, sigue insistiendo en el malentendido tantos años después? 

 

Estudio Camaleón

Estudio Camaleón

El Estudio Camaleón celebra su veintena de años de existencia con esta exposición.

He colaborado en el catálogo con el siguiente texto:

 

Historia Natural

 

Los camaleones son saurópsidos escamosos. Vamos, que tienen más conchas que un galápago.

La mayoría reside en África, contando con que África empiece en los Pirineos, como dijo aquel. Existen más de 160 especies, cuatro de las cuales, a pesar de su carácter solitario, se reunieron durante cierto tiempo en Zaragoza ciudad. Esta anomalía de la naturaleza se subsanó en cuanto los cuatro camaleones empezaron a ponerse agresivos los unos con los otros, como suele ocurrir siempre que se da tan extraordinaria circunstancia, aunque, en honor a la verdad, debamos aducir que el mordisco de camaleón no es muy doloroso.

En la naturaleza del camaleón está el ser solitario y sólo deja de serlo para aparearse.

 

Los camaleones son famosos por cambiar de color como otros cambian de chaqueta, aunque habría que advertir a los malpensados que su cambio obedece mucho más a la flexibilidad de su carácter que a la volubilidad de su alma.

Su piel es rica en queratina por lo que, además de cambiar de color, tienen que cambiar de piel como otros cambian de chaqueta. En realidad, en remotas y borrascosas temporadas, los camaleones cambiaban tanto de todo que al final no se sabía quién era camaleón y quién no; y podías quedar fatal si te encontrabas a uno de ellos por la calle.

Porque, además, para acabarlo de arreglar, los camaleones suelen ser animales diurnos y la noche les confunde.

 

Es famosa su lengua rápida, alargada y, en algunos casos, viperina, que disparan a toda velocidad hasta distancias vertiginosas, lo que resulta muy molesto para los artrópodos y bastante obsceno para el Cabildo Metropolitano de la Ciudad.

Los ojos de los camaleones suelen ser sólo dos pero con movilidad suficiente como para girarlos 360º o más, si van muy pasados de rosca. Incluso son capaces de alcanzar una visión estereoscópica, lo que los hace más humanos, para qué nos vamos a engañar.

Algunos camaleones tienen adornos en la cara como protuberancias, crestas o cuernos, lo cual, más que un adorno, es una cabronada. Afortunadamente, nuestros camaleones carecen por completo de tales atributos y saben presentarse en sociedad con el decoro y la elegancia que la ocasión requiera.

No se sabe si son sordos o se lo hacen. Tampoco sabemos si son ovíparos u opíparos y son cuestiones en las que no vamos a entrar.

Los camaleones, según la ciencia, pueden vivir de cuatro a cinco años y, en casos extremos, llegar hasta los quince.

Los camaleones, según la leyenda, nunca mueren.

Ateniéndonos a estos dos contrapuestos criterios sobre su longevidad, desear larga vida a un camaleón de veinte años puede resultar bastante absurdo.

De todas formas, seamos absurdos, por si acaso, que no están los tiempos como para andarse con tontadas.

 

Ocurrencias

Ocurrencias

Tengo que reconocer que un coleccionista zaragozano puede exponer pintura alemana en su ciudad, cosa que un pintor zaragozano no puede hacer.

 

La pintura es de Peter Zimmermann, que ahora mismo tiene un cuadro colgado en el Palacio de Sástago.

Gabinete artístico

Gabinete artístico

Visito la exposición del mismo título en el Palacio de Sástago, que muestra la colección particular Los Bragales,  y "leo" una historia que no tiene nada que ver con la realidad, puesto que el coleccionista que muestra sus adquisiciones es santanderino.

Mi historia dice así: Un discreto coleccionista, asiduo a la Galería Libros, compra obras de pequeño formato en las sucesivas exposiciones que organiza don Víctor Bailo. Cuando ya ha formado una pequeña colección, conoce a Miguel Marcos, quien le anima a ser más ambicioso convirtiéndose en cliente suyo. El buen señor se deja convencer y empieza a adquirir obras de formatos descomunales en la galería de su nuevo asesor. Poco después, advierte que, con semejantes formatos, se ha quedado sin sitio. Pero, ahí está Miguel Marcos para permitirle seguir cultivando su obsesión mediante un nuevo formato que apenas ocupa espacio: el vídeo. 

Por si fuera poco, y como tiene mucha mano, Miguel Marcos organiza una exposición en el Palacio de Sástago, que halaga la vanidad del cliente y que permite al galerista cobrar los correspondientes emolumentos como comisario de la misma, a cargo, por supuesto, del erario público.

 

Ocurrencias

Ocurrencias

Al Pensador de Rodin, las torres del Pilar le sientan como a un Cristo dos pistolas.


La foto es de Primo.

Pesadilla

Pesadilla

 

Estoy preparando una charla que tengo que dar próximamente, y quizás eso lo explique todo.

La otra noche soñé que me encontraba metido en un espectáculo tipo “El club de la comedia” y que no servían de nada mis protestas ante los organizadores de que lo mío no era, precisamente, eso. No tenía nada preparado, claro, y mientras improvisaba entre cajas alguna majadería sobre la actualidad política que me permitiera salir mínimamente airoso del embrollo, vi con horror que quién me precedía en el espectáculo era Marianico el Corto. Las risas del público con su actuación acabaron de convencerme de que la mía estaba condenada al fracaso. Las risas eran tan estruendosas que consiguieron despertarme.

 

 

Arte y naturaleza

Arte y naturaleza

Me dice Marta, una amable lectora, que me pasé comentando la exposición de Penone que se celebró en Barcelona hace algunos años. (Pueden verlo en el apartado "Textos")

Seguramente tiene razón. Penone es un artista muy interesante y reconocido en el mundo del Arte.

Sin embargo, yo pretendía llevar mi crítica más allá. Tradicionalmente, el arte ha sido visto como un punto de encuentro entre naturaleza y cultura, un punto de encuentro más bien escorado hacia la cultura, me parece. Pero, en estos tiempos de crisis ecológicas, parece que el arte debería escorarse más bien hacia la naturaleza. "¿Por qué seguir creando cultura cuando lo que falta es naturaleza?", es la pregunta del millón.

En la Documenta de 1982, Beuys respondió plantando 7000 robles como acción artística en la ciudad de Kassel.

La keniata Wangari Maathai, premio Nobel de la Paz de 2004, lleva plantados 30 millones de árboles en toda África sin ninguna pretensión artística.

Lo siento mucho (mentira) pero, este simple dato me parece más emocionante que toda la antológica de Penone.

 

Capitanas

Capitanas

Hoy, desde el 33, he visto tres capitanas cruzar rodando un paso de cebra a la altura de la Aljafería.

Cuando dije, no hace mucho, que a medida que el ladrillo coloniza la estepa, la ciudad se desertiza, no me imaginaba que el proceso fuera tan rápido.

 

Ilustradores

Ilustradores

Dice Jordi Llovet, en un prólogo a Los papeles póstumos del Club Pickwick, que las novelas por entregas del siglo XIX se escribían según un argumento proporcionado por el director literario de la publicación correspondiente y A PARTIR DE LOS DIBUJOS que el ilustrador contratado ya tenía hechos sobre tal argumento. Al parecer, fue Dickens, precisamente, el primero que exigió que fuera al revés.

Esta historia podría ser el argumento de un bonito libro ilustrado.

 

Avatares

Avatares

Leo que muchos espectadores de la película "Avatar" sufren depresión al comprender que nunca podrán vivir en un mundo como el que muestra la película.

No me extraña: a mí me pasa lo mismo con los tapices de La Seo.

 

Más de cien razones

Más de cien razones

Me escribe Víctor Juan pidiéndome un texto sobre maestros para su nuevo blog: http://masdecienrazones.blogspot.com/

Le he enviado esto:

 

Yo estudié Bellas Artes. En la entonces Escuela Superior San Jorge de Barcelona, hacías cinco cursos de pintura y medio escaso de pedagogía. Sólo te enseñaban a pintar, pero obtenías un título que sólo te servía para dar clases. El libro que había que estudiar para aprobar la asignatura de pedagogía era “La educación por el arte”, de Herbert Read, un libro extraordinario que tenía el pequeño inconveniente de no dar ningún tipo de formación práctica.

Y mucho menos para trabajar como profesor de dibujo en la Escuela de Artes de Zaragoza. Allí estuve 18 años. Al principio, haciendo lo que había visto hacer a mis profesores aunque, eso sí, evitando reírme de los trabajos de mis alumnos y hacer comentarios sarcásticos como los que había oído: “¿Qué hace usted aquí, señorita? ¿No sabe que para pintar hacen falta dos cojones?”

Cuando entré como interino en la Escuela, sólo pretendía ganarme la vida medianamente y aguantar las clases esperando que acabaran para ponerme a pintar como un loco, que era lo que realmente me gustaba. Ya dijo Chesterton que “el temperamento artístico es una enfermedad que aqueja a los principiantes”.

Después, fui cogiendo afición a mi trabajo remunerado, me volví más responsable respecto a mis alumnos y estudié por mi cuenta la mejor forma de enseñarles lo poco que sabía.

Mucho más tarde, nos prepararon a conciencia desde Madrid para impartir el recién creado Bachiller Artístico, siguiendo el riguroso método de la Escuela de Basilea, que contradecía todo lo que yo había estado experimentando hasta entonces. A pesar de todo, me convertí en el paladín del nuevo método frente a mis reticentes compañeros, que no acababan de entender que dibujar un cubo en perspectiva fuera más pedagógico que dibujar una oreja de escayola.

Los dos primeros cursos fueron apasionantes.

Pero pronto llegaron las hordas que elegían la opción artística para no estudiar ni ciencias ni letras ni tecnologías y se acabó la diversión. Un buen día me di cuenta (me había quedado solo en clase) de que el único interesado en la asignatura era yo y me largué.

De momento, no he encontrado ningún motivo para volver.

Sin embargo, por redimirme de aquella deserción, acudo a todos los centros que tienen a bien invitarme para que les ilumine sobre mi incierta profesión.

 

También ayudo a mi nieta a hacer los deberes, esa cosa tan antipática que intentamos erradicar en mi época con tan poco éxito.

A pesar de que nuestras sesiones de deberes son inenarrables e interminables, reproduzco aquí un pequeño diálogo como irónico homenaje a los maestros que siguen dejándose la piel día a día:

 

 Venga, Constanza, vamos a hacer los deberes. ¿Qué tienes que hacer hoy?

 Tengo que repetir estos números que me borró la seño porque estaban mal.

 Hala, pues… ¡No, Constanza! Espera, que si sigues así te los borrará otra vez… No sé si te habrán explicado cómo hay que hacerlo. Mira, ves, entre estos dos “unos” hay tres cuadraditos vacíos. Cuentas uno, dos y tres y haces la raya vertical que tiene dos cuadraditos de alto, desde aquí hasta aquí, y, después, la rayita inclinada que va desde aquí arriba de la vertical hasta la otra esquina del cuadradito, ¿ves?

Constanza se vuelve mosqueada y me pregunta con mucha sorna:

 ¡¿Tú también eres profesor o qué?!

 

Intelectuales

Intelectuales

El otro día, un amigo ateo y estudioso del Islam, intentaba ilustrarnos sobre los principios en los que basó Mahoma su doctrina. Antes de que se pudiera explicar, alguien presentó una enmienda a la totalidad argumentando que Mahoma se casó con una niña de seis años. Mi amigo, estupefacto, intentó explicar que no hay ningún documento fiable sobre la vida del Profeta pero le respondieron agitando la amenaza islámica en el siglo XXI y ahí se acabó la discusión. Como en La Noria.

Al día siguiente, Manuel Vicent, en Babelia, insistiendo en las tormentosas relaciones de Picasso con las mujeres en general y con Dora Maar en particular, aportaba el dato inédito de la coprofagia del artista. Manuel Vicent no pretendía invalidar la obra de Picasso por ese motivo pero tildaba semejante práctica de "vanguardista".

 

Zaragoza, Capital Europea de la Cultura

Zaragoza, Capital Europea de la Cultura

Ayer recibí un documento con las aportaciones de los distintos grupos de trabajo al proyecto "Zaragoza, Capital Europea de la Cultura", elaborado tras una primera ronda que ya les comenté.

En las conclusiones de mi grupo (Educación para la cultura) no vi que figurase ninguna de mis propuestas que, en realidad, sólo eran dos:

a/ Que se eduquen primero los gestores culturales para que no tengan que pedirnos ideas a los creadores (con perdón), entre otras cosas porque, yo, por lo menos, no tengo ni idea de gestión cultural. No he sabido gestionar mi propia producción, como para ponerme a gestionar la de los demás.

b/ Que se valore la estepa que nos rodea como elemento fundamental de la cultura aragonesa.

A la vista de que no he pasado ni la primera criba, respondí a Fernando Rivarés preguntándole qué pinto yo en la próxima reunión, pero todavía no me ha contestado.

 

Ocurrencias

Ocurrencias

El proceso creativo es inefable (adj. Que no se puede explicar con palabras, inenarrable). Por tanto, todo lo que viene a continuación, sobra.

 

Cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malevich.

Ocurrencias

Ocurrencias

El proceso creativo tiene dos partes: la concepción y la realización. En la primera, pretendemos comernos el mundo. En la segunda, somos devorados por la obra.

 

Pintura negra de Goya.

Ocurrencias

Ocurrencias

El proceso creativo se suele producir en un estado alterado de conciencia. De ahí su inefabilidad. El estado alterado de conciencia se suele alcanzar sin recurrir a ningún tipo de sustancia.

 

 Anunciación de Fra Angélico.

Ocurrencias

Ocurrencias

En algún momento de profunda alteración psíquica, uno puede llegar a creer que tiene poderes o, lo que es peor, poder.

 

Performance de Joseph Beuys.

Ocurrencias

Ocurrencias

A veces, más que en los momentos de exaltación maniaca, el estado alterado de conciencia se alcanza en las fases más monótonas y mecánicas del proceso: rotulando, por ejemplo.

 

Little Sparta de Hamilton Finlay.