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de profesión incierta

LOS SIETE SENTIDOS CAPITALES

LOS SIETE SENTIDOS CAPITALES

Hace algunos años (de todo hace algunos años), me puse de moda como presentador de libros. Qué cosas. Llegué a presentar este libro de poemas de Magdalena Lasala con grabados de Ana Aragüés.

Como no tengo ninguna imagen del libro, les dejo esta alegoría de la pintura que pintó Vermeer.

Esto es lo que leí:

 

  • Quiero mostrar, en primer lugar, mi perplejidad porque Magdalena y Ana hayan puesto su confianza en mí para conducir este acto, dadas mis conocidas dotes de orador, y, así mismo, debo presentarles mis disculpas por atreverme a presentar un libro tan sensual con esta pinta de hermano marista que arrastro desde el colegio, y, lo que es todavía peor, faltándome un sentido, careciendo de olfato.

 

  • Para Magdalena Lasala, los sentidos son “canales de comunicación y de expresión, unen el dentro y el fuera, el arriba y el abajo, la luz y la sombra, el deseo y el miedo; ellos nos muestran desde el exterior lo que hemos proyectado desde nuestro interior como si de un espejo se tratase”. Como este libro tan sentido, auténtico punto de encuentro entre esos dos territorios contrapuestos que describe Magdalena: el deseo y la realidad.

 

  • Auténtico punto de encuentro entre el deseo y la realidad, en principio, como simple objeto físico. Magdalena y Ana han deseado confeccionar un libro precioso y lo han conseguido pese a la fuerte resistencia de la realidad manifestada en forma de impresores y encuadernadores. Lo peor de este asunto no es que los simpáticos duendes de imprenta se hayan convertido en antipáticos virus informáticos, lo peor es que la desidia y la chapuza estén alcanzando uno de los últimos reductos de amor al oficio que nos quedaban: el de las artes gráficas. Quede constancia de mi solidaridad con el particular viacrucis de las autoras, que tantas veces hemos recorrido los que trabajamos para el mundo editorial.

 

  • Magdalena y Ana han hecho con los cinco sentidos lo que Alejandro Dumas hizo con los tres mosqueteros: añadir alguno más. Así han conseguido llegar hasta siete: Vista, oído, olfato, gusto, tacto, intuición y humor. Aunque las dos se ocupan de cada uno de estos siete sentidos, hay un cierto reparto de papeles entre ellas. Primero porque, de alguna forma, la poesía es un arte para el oído mientras la gráfica es un arte para la vista; del mismo modo que la poesía es el arte de la intuición mientras que, en este caso –y en otros muchos–, la imagen es el mejor vehículo para el humor. Llevamos cuatro sentidos repartidos y nos quedan tres que son comunes: olfato, gusto y tacto. El tacto lo disfrutamos en el propio libro-objeto, en esas sugestivas diferencias de “cuerpo” y de color, y en esa calidez especial del papel Fabriano. Gusto, el que han puesto en su diseño, evidentemente. Respecto al olfato, como no tengo, me remito a lo que dijo Wiggenstein: De lo que no se sabe, mejor callarse.
  • Magdalena, como poeta, habla más desde la intuición, desde o del deseo. Ana, que habla desde el humor, habla quizás más de o desde la realidad. Cuestión de talantes. Los poemas de Magdalena son muy sensuales. El término sensual se aplica, según el diccionario, a los placeres producidos por los sentidos y, en una segunda acepción, según el diccionario ideológico de Julio Casares: “Dícese de la persona demasiado aficionada a dichos placeres”. Ese demasiado es demasiado.
  • Magdalena desafía el insufrible tonillo moralista del diccionario ideológico porque, para ella, los sentidos, que nos comunican con el “mundo” y las “cosas” en general, como dice en su introducción, nos comunican especialmente con el “otro”, como dice en sus versos. Los sentidos, en su poesía, establecen comunicación prioritaria con quien dispone de los mismos sentidos que nosotros y está dispuesto a compartirlos, comunicación de multiplicada sensualidad que la propia autora califica de osada. Ana parece tener sus dudas sobre la posibilidad de tan gozosa comunicación o hace más hincapié en los peligros que corremos con nuestras osadías que en los placeres que nos proporcionan. Para comunicarnos algo tan serio como sus aparentes recelos, Ana, como los payasos, nos hace reír recurriendo a la pintura, aunque no se la aplique directamente en la cara.
  • Basta con recorrer el diálogo que establecen Ana y Magdalena, a propósito de cada uno de los siete sentidos, para comprobar lo que decimos, y para encontrarnos, nada más empezar, con las inevitables excepciones que confirman la regla.
  • Empecemos por la Vista: Ana escribe –porque no lo hemos dicho pero Ana escribe en todos y cada uno de sus dibujos–, Ana escribe, repito: “Ver para creer” que puede ser un perfecto lema de pintora o un capcioso comentario goyesco. Para el caso, de Tauste. Y juega con la mirada contenida en el ojo, con el ojo que miras y con el ojo que te ve. Magdalena parece tener una relación todavía más conflictiva con la mirada y nos habla de lo invisible, el aire, la nada. No se fía de las apariencias y quiere ir más allá. Tiene que tocar, como Santo Tomás; o como los niños, o las niñas, que tienen los ojos en la punta de los dedos.
  • Oído: Mientras Magdalena describe una auténtica cópula entre las palabras y el oído, Ana le pone un corcho a la oreja y hace oídos sordos. Si la escritora desconfiaba de la mirada, la pintora parece desconfiar de las palabras. De hecho, todo lo que Ana escribe en sus grabados tiene doble o triple sentido.
  • Olfato. Repito: No debería decir ni una palabra al respecto mientras no me opere. Pero es que Magdalena escribe: “La vida se cuela ascendente a la oscuridad de mis mundos inciertos donde duerme incontrolable, la esencia de mi ser. Brota hacia dentro mi propio nombre”. Y Ana resume: “Huelo”, lo que me hace caer en la cuenta de que, no sólo tengo un conocimiento parcial de la realidad, sino que es imposible que pueda cumplir la filosófica empresa de conocerme a mí mismo. Un desastre.
  • Gusto: Magdalena compone uno de sus poemas más turbadores y proustianos, si se me permite hacer un  chiste fácil a propósito de su nombre. Pero, donde ella encuentra el dulce sabor de la granada, Ana encuentra un sabor ácido que le sirve para demostrar que sobre gustos no hay nada escrito, con perdón de Magdalena, y para hacer referencia al procedimiento que está usando, en un juego de palabras desopilante.
  • Tacto: Al anhelo de “tocar el deseo con los dientes”, a la “insolente osadía” de Magdalena “descifrando las huellas de tus mensajes por mi cuerpo”, opone Ana el discreto consejo de andarse “con mucho tacto” acompañado, eso sí, de un dibujo que ilustra literalmente el verso de Magdalena y convierte sus gracianescos consejos en erótica ironía. Ya he sugerido antes que el menor grado de sensualidad en el trabajo de Ana era sólo aparente.
  • Intuición: Aquí sí que se encuentran las dos autoras. Su doble afirmación es rotunda: La intuición es femenina. Por si quedara alguna duda, añade Magdalena “Y no te necesito”, lo que me obliga a hacer un discreto y elegante mutis por el foro pasando página.
  • Humor: Al parecer, lo más difícil de definir. Magdalena se dedica a encadenar negaciones, partiendo de la primera:”El humor no es risa” para ir cercando poco a poco “el secreto escurridizo del rey bastardo”, hasta dar con la definición exacta:”El humor es reír”. A partir de ahí, Ana opta por ponerlo en práctica. Parte de la última negación de Magdalena, “No es blanco sobre blanco”, para arrimar el ascua a la sardina de la historia del arte y escribir sobre un cuadrado negro “Ceci nést pas noir sur noir”, o lo que es lo mismo, para encadenar de una tacada todo un rosario de negaciones: esto no es un malevich, esto no es un magritte, esto no es un benn y ni siquiera es un aragües , pues cualquier identidad se disuelve en la risa, en el reír, del mismo modo que se disuelve en el sexo, en el fornicar.

 

  • Tras este rápido recorrido por los siete sentidos capitales de Ana y Magdalena, me queda una cierta sensación de desequilibrio pues temo que mi postura no haya sido del todo neutral, que mi tono se haya identificado más con el de la pintora que con el de la escritora, que mis comentarios hayan estado más teñidos de humor que de pasión. No se debe a razones corporativistas. Es, otra vez, una cuestión de talantes. Si se me permite aventurar una última definición del séptimo y último sentido, por atender a la llamada a la osadía que nos hace Magdalena más que por enmendarle la plana, diría en mi descargo que, simplemente, el humor es pudor.

 

  •  Muchas gracias.

 

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