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de profesión incierta

Es posible

Es posible

Este es el texto que me han publicado en la revista Es posible

 

 

 

La viñeta expandida

 

Me piden que escriba sobre el tebeo como vehículo de difusión de los planteamientos ecologistas y sólo se me ocurre recordar lo que dijo Alicia: «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?»

 

Más sesudamente, Beuys, uno de los fundadores de los “Verdes” en Alemania, advirtió:

“Si los conceptos fueran lo único valorable, no serían necesarios los colores, los cuadros, los dibujos, la imaginación, la escultura, los tonos, la música, la danza, el teatro, ¡nada!. Todo se podría verbalizar de  manera estrictamente científica mediante conceptos”.

Además de aburrirnos como ostras o como Alicia, Beuys calculaba que, sin el apoyo de la forma artística, la mayoría de conceptos moriría antes de los seis meses.

 

Sin tiempo para escribir algo más sustancioso sobre la obvia capacidad comunicativa del tebeo y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, recupero una reflexión que me hice hace algunos años, en un trabajo sobre Arte y Naturaleza, que nos llevará un poco más lejos de lo que esperaban quienes me propusieron redactar este texto:

 

Cuando alguien canta muy mal le pedimos que se calle "para que no llueva". ¿Porqué ese tono peyorativo hacia la hipotética capacidad de hacer llover, en un país secularmente azotado por la sequía? Muy posiblemente, el canto tuvo su origen en ceremonias de invocación a la lluvia y, de hecho, las rogativas, en pleno siglo XXI, son una tradición que se resiste a desaparecer, pero todos estamos de acuerdo en que Montserrat Caballé sería incapaz de hacer llover. Ella misma se sentiría ofendida si tuviéramos alguna duda al respecto. Por extraño que parezca, detrás de semejante certeza está el mundo Académico.

La explicación, algo enrevesada, nos la da Robert Graves:

En aquellos tiempos, el patriarcalismo dividió el poder de la Diosa Madre multiplicándola por nueve y metamorfoseándola en simples musas. Apolo, hijo de la Diosa y posterior presidente del Parnaso, neutralizó el poder del arte como intermediario con su Madre naturaleza, elevándolo a mero servidor de la belleza. El canto, el arte en general, ya no era un nexo de unión entre la naturaleza y el hombre sino una ayuda que tenía éste para emanciparse de aquella.

Emprendido el camino de la escisión, el arte se debate, desde entonces, entre las directrices apolíneas y la fidelidad a unos oscuros orígenes apenas intuidos.

La compulsiva búsqueda de esos orígenes, emprendida por el arte del siglo XX, parece querer alcanzar, urgida por una latente amenaza, aquel mítico poder de mediación.

 

 

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