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de profesión incierta

Oído en el bus

Un señor y una señora

–El Papa quiere que la Semana Santa se celebre en fechas fijas.

–¡Ya es lo que me faltaba!

 

 

Dos jóvenes féminas

–¿Tú crees que es normal?

–Bueno...

–Te puede gustar un tío porque sea guapo... porque sea simpático... porque sea buena persona... Pero por tener tatuajes y estudios... ¡No me jodas! ¡Cualquier gilipollas puede tener estudios!

 

 

Un señor y una señora

-El otro día, bajemos a Zaragoza...

-Será bajamos.

-No, que tú no estabas.

 

 

Una señora

–Chica, que me he levantado hoy, que veo verde con este ojo.

 

 

Una señora mejicana

–No pasa nada, ¿verdad?, no pasa nada y si pasa, se le saluda.

 

 

Dos ancianos

–Sudamérica es una coneja que no para de parir sacerdotes para la Iglesia.

–¿Qué es eso?

–Eso lo dijo nuestro arzobispo.

–¿Cuándo? ¿Por qué?

–Lo sé de fuentes fidedignas. No sé por qué, pero empezó a traer curas de Colombia, como si fuera Jauja. ¿No te acuerdas?

–No.

–Y la armó buena. Porque muchos de los colombianos, nada más llegar, se metieron en líos de faldas; en el Seminario empezó a correr la droga; a otro lo pillaron arramplando con todo lo que había de valor en su iglesia... En fin, un desastre.

–¡Jajaja!

–Pues, mira, que eso le supuso quedarse en Zaragoza, que cuando vino aquí le dijeron: "Te vas un año o unos meses y después te hacemos arzobispo de Toledo" pero, con la que armó, castigado en Zaragoza para siempre.

 

 

Un señor y otro

–Mira, empezó a pedir la Mary, que el camarero le tuvo que decir... Sabes, el camarero ese gordo que hay, ya sabes, ese... Le tuvo que decir que si sabía lo que estaba pidiendo. Hombre, el mozo tuvo el detalle, por si acaso, ¿sabes? Porque no paraba, ¿sabes? Morro... (silencio)... madejas... (silencio)... jamón... (silencio)... papas... ¿Qué más? Espera, ¿qué más pedimos? No me acuerdo. Pero algo más había. Con una botella de vino de tres cuartos, que me bebí media... Y una botella de agua para la María. Total, 24 euros... O 14, ahora no me acuerdo... ¡Ah, sí! Champiñones o setas... Sí, champiñones con jamón, eso era lo que faltaba, que antes no me acordaba... Y todo, raciones dobles, ¿eh? Que yo no pido sencillas. Todo doble. Después tenía una sed... Cuando llegamos a casa me tuve que tomar una cerveza porque tenía una sed... Y a las nueve y media me llama Carlos.

–¿A qué hora cenastéis, pues, que a las nueve y media ya estabas en casa?

–¡A las nueve y media de la mañana! A las nueve y media de la mañana... Que me levanté de un brinco, porque tengo el teléfono en la consola de la entrada, ¿sabes? Allí lo tengo, oye, no me gusta tenerlo en el dormitorio... Pues, eso, que me llama este: Felipe... Que habla así, sabes, muy humilde... Felipe... Digo: ¡Hombre, Carlos, ¿qué pasa?! y me dice: ¿Te acuerdas que hemos quedado para la Ofrenda de Frutos? Digo: ¿Cuando? Dice: A las diez y media. Digo: ¿Y qué hora es, pues? Porque yo duermo sin reloj, ¿sabes?, duermo sin aparatos encima, nada, dejo el reloj en la mesilla y no sabía la hora, como me había levantado aprisa y corriendo... Y me dice: Las nueve y media. Digo: ¡Me cagüen Dios, si no me queda más que una hora!

Así que me vestí a toda prisa, sin afeitarme ni nada, bueno, llevaba barba de un día, tampoco mucho, sin afeitarme ni nada y fíjate si iría rápido, que llevaba el pijama corto, de pantalón corto, el pijama corto... y en vez de cambiarme y ponerme el calzoncillo, me lo dejé debajo del pantalón y no veas luego para mear, qué líos. Buscándomela, entre el pantalón de pijama debajo y el de baturro encima...

Bueno, pues me dí tanta prisa que llegué a menos... Sí, las diez o las diez y cinco serían cuando llegué, que sólo estaba este, Carlos, de toda la rondalla. Nos fuimos a un bar que hay al lado de Santa Engracia, que tiene un porche así, con mesas y sillas... Bien... Y allí nos sentamos. Que cuando llegamos estábamos solos pero a las diez y media, estaba aquello de gente... Toda la plaza llena y buen trozo por las calles, ¿sabes? Hasta por la calle del Heraldo, la que va por detrás del Heraldo, llena de gente, toda la calle. Total que uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro... cuando nos tocó salir... ¡Las doce y media que eran!

–¿Y qué hicistéis mientras?

–¿Qué vamos a hacer? ¡Esperar que nos tocase el turno!

 

 

Dos señoras en el autobús a Tarazona, el sábado pasado

–¡Anda! ¿Vienes de allí?

–Sí, señora, de Guinea vengo. He llegado esta mañana a Barajas, he cogido el AVE y corriendo, corriendo, he llegado a coger éste.

–¿Y qué tal por allí?

–Bien...

–No, que como estáis con el ébola...

–No, allí no pasa nada. Mujer, hay que cumplir unos protocolos pero, de momento, la cosa está tranquila. Precisamente vengo porque tenía un congreso en Ghana y se ha suspendido por lo del ébola. Así que digo, pues me voy a casa tres días...

–Esperemos que no salte la frontera.

–Esperemos. Oye, que me siento allí, que estoy muerta. Sólo tengo ganas de darme una ducha y comer algo caliente.

–Que no has podido ni comer, ¿o qué?

–Comer, sí, pero un bocadillo.

–Anda, anda, pues.

 

Dos sacerdotes

Naturalmente, este dialogo no lo he escuchado en el autobús urbano sino en un establecimiento en el que se come jamón de bellota.

–El primer ministro canadiense lo dijo bien claro: "No vamos a cambiar la vida que llevamos porque a vosotros no os guste". 

–Y lo que ha dicho Rajoy...

–Es que no hay derecho a que degüellen a uno sólo porque es occidental. Eso es inadmisible.

–Yo les tiraría la bomba atómica.

–Hombre, eso igual es peligroso. Pero rociarles con napalm...

–Como en Apocalipsys now, ¿te acuerdas?: "Me encanta el olor a napalm por las mañanas". ¡¡Jajaja!!

–¡¡Jajajaja!!

 

 

Una señora y un señor

–¿Te acuerdas el carro que tenía? Ya lo ha roto.

–¿Ya lo ha roto?

–Digo, hombre, pues aún le ha durado cinco años.

–Eso te iba a decir... Que aún le ha durado, con lo bestia que es.

–Cinco años. Que me dice mi hermana: Ya ha roto el carro. Y digo yo: Jodo. Pero es que le ha durado cinco años.

–Aún le ha durado.

–No sé si le ha roto una rueda, pero que ya se la ha arreglado la otra, ya sabes como es...

–Ya.

 

 

Una señora, a un señor ciego

–Mira, nos levantaremos por la mañana y nos organizaremos el día: Iremos a ver museos y cosas que no hemos visto...

 

 

Oído en la calle

Oído en la calle

Esta noche, la expresión que más he oído en la calle ha sido hijo puta.

 

 


Dos jóvenes

–El año pasado fuimos de Pamplona a Zarauz con la bici y paramos en el pueblo donde rodaron "Ocho apellidos vascos".

–¡Anda!

–Y no te lo vas a creer, estábamos en el bar y entra un andaluz.

–¡No me digas!

–Entra el andaluz y le dice al de la barra. "Picha, que he subido a la ermita y está cerrada". Y le dice el vasco: "¿Y para que a la ermita subir si Dios no existe?"

–¡Jajajajajaja!

–El andaluz se quedó un poco cortado pero aún le preguntó: "¿Y todas esas cruces que hay por la subida, hasta llegar?" Y dice el vasco: "Pues no sé, de gente que se habrá muerto subiendo, supongo".

 

 

 

Una joven y su móvil

–Hola, cari... Que llegaré un poco tarde, que he perdido el autobús... Por un minuto se me ha ido... Es que hoy he tenido que hacer una suplencia en el centro de día... Sí, en el centro de día... Y yo iba bien de tiempo, pero le estaba cambiando los pañales a uno y se me ha meado... Sí, cari, se me ha meado encima. Y le he tenido que cambiar de todo, de pantalón y de todo y, entre unas cosas y otras, se me ha hecho tarde.

 

 

Una joven y su móvil

–Y como ha visto que yo tengo más huevos que ella, por decirlo de alguna manera, no me ha dejado quedarme.

 

 

Un señor y una señora

–¡Anda que no puedes hacer cosas si quieres!

–Si quieres, sí. Lo que pasa es que no quiero.

 

 

Una señora

–Mira, el pobre del Puente Piedra ha hecho puente.

 

 

Una anciana, el conductor y una señora

–A ver, cóbreme.

–Uno treinta y cinco.

–¿Está bien así?

–Le faltan quince céntimos.

–A ver...

–Ahora le faltan cinco céntimos.

–Es que no veo casi. Llevo la tarjeta pero terminada.

–Así está bien. Tome el billete.

–¿Este me deja en el Seminario?

–Sí, señora. Ande siéntese ahí, por favor.

–Venga, señora, siéntese aquí.

–Gracias. 

–Yo me bajo antes, si no le diría cual es la parada. Aún falta mucho, ¿eh?

–¡Hombre, nada más empezar...!

–Bueno, si usted conoce el edificio, bájese cuando lo vea.

–Ya veré yo, ya...

–O dígale al conductor que le avise.

–A ver...

–¡Señora, le he dicho que se siente ahí, que no va usted muy sobrada para andar de un lado a otro!

–Ya, ya...

–Siéntese, por favor.

–Que está muy alto, que no llego.

–Espere, que le ayudo.

–Ya le avisaré pero no se mueva.

–Ya, ya...

 

 

Mensaje recibido

El cajero de una Caja le pregunta a un africano:

–¿Que necesitas libertad?

–¡Necesito libretá!

 

 

Un joven y un señor

–¿Te puedo plantear un problema generacional?

–Hombre, claro.

–Es que estoy muy rayado porque me estoy dando cuenta que somos una generación de pagafantas.

–Pues, si vieras nosotros...

–No, verás, es que mi generación, desde que hemos nacido, estamos viendo películas en las que se dice que todos los hombres somos igual de cabrones, igual de hijoputas, todas las películas igual, pero no hay ni una sola en la que se diga que todas las tías son unas putas, por ejemplo...

–No te pases.

–¡Pero, si es que es verdad! De las tías no se puede decir nada y de los tíos... Y claro, nos hemos vuelto todos pagafantas. Y lo malo, lo que me raya es que parece que soy el único que lo ve, parece que están todos tontos, tío, es alucinante, ¡Soy el único que se da cuenta de lo que pasa!

–¿Y qué piensas hacer?

–No sé, tío... Tendré que ser como un profeta clamando en el desierto...

–Dí que sí, Nietzsche.

–¡Eso, tío, soy como Nietzsche, es verdad! Bueno, aún estaré en el estado de camello, seguramente, pero voy a ser el profeta del superhombre: ¡¡¡El superhombre no paga Fantas!!! Guay, tío.