Una anciana, el conductor y una señora
–A ver, cóbreme.
–Uno treinta y cinco.
–¿Está bien así?
–Le faltan quince céntimos.
–A ver...
–Ahora le faltan cinco céntimos.
–Es que no veo casi. Llevo la tarjeta pero terminada.
–Así está bien. Tome el billete.
–¿Este me deja en el Seminario?
–Sí, señora. Ande siéntese ahí, por favor.
–Venga, señora, siéntese aquí.
–Gracias.
–Yo me bajo antes, si no le diría cual es la parada. Aún falta mucho, ¿eh?
–¡Hombre, nada más empezar...!
–Bueno, si usted conoce el edificio, bájese cuando lo vea.
–Ya veré yo, ya...
–O dígale al conductor que le avise.
–A ver...
–¡Señora, le he dicho que se siente ahí, que no va usted muy sobrada para andar de un lado a otro!
–Ya, ya...
–Siéntese, por favor.
–Que está muy alto, que no llego.
–Espere, que le ayudo.
–Ya le avisaré pero no se mueva.
–Ya, ya...
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