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de profesión incierta

Pintura animales

Elefante

Elefante

Elefante, 1999, acrílico sobre tela, 50 x 100 cm

En el televisor de un bar un elefante pinta un cuadro. Alguien alardea: “Eso también lo hago yo”.

 

Pintar un cuadro “de propio” en la televisión no tiene nada de extraordinario. Lo hacía Dalí en las galas de Carmen Polo, Picasso delante de los marchantes, los jóvenes pintores de los ochenta en los programas de Paloma Chamorro y así hasta nuestros días. Incluso Cano no se ha librado. Todo el mundo sabe que la pintura es un simulacro pero hacerlo en directo en televisión es una impostura, así que no es de extrañar que lo haga un elefante bien adiestrado. Lo excepcional sería que el parroquiano pintase un cuadro dentro del televisor del bar y el elefante le mirase. Eso le haría feliz; al parroquiano, claro. La anécdota la vivió en directo el periodista Roberto Miranda. 

Larroy

Mirlo

Mirlo

Mirlo, 1998, acrílico sobre tela, 50 x 100 cm

Un mirlo cruza el estudio estrellándose contra los cristales. Dejo de estrellarme contra el lienzo para abrir la ventana.

 

La primera vez que vi estos cuadros, entre otras cosas, se me vinieron a la cabeza las simétricas manchas de tinta que el psiquiatra suizo Rorschach utilizaba para sus tests de personalidad. Las marcas que la pincelada brusca y acuosa dejaban en el centro del cuadro, al tropezar la brocha con el bastidor, resaltaban sobremanera su eje. Pero a la vez, al ocupar todo el lienzo con la mancha, al no flotar sobre un espacio vacío era imposible “jugar” a reconocer imágenes. No nos dejaba. La imagen la escribía. El mirlo se estampa sobre la aguada transparente y el pintor sobre la tela monocroma. 

Larroy

Perro

Perro

Perro, 1998, acrílico sobre tela, 50 x 100 cm

Mi perro era un pastor que intentaba, sin éxito, cazar alguna pieza. Los animales acaban pareciéndose a sus dueños.

 

El único cuadro de la serie de animales en el que una  imagen interfiere en el fondo y rompe la gestual simetría casi perfecta. Podría ser una tachadura, un arrepentimiento o el distanciamiento provocado por una celosía. Pero es mas probable que estemos viendo la urdimbre de un cazamariposas que nos remite a solitarios bailes campestres en blanco y negro y con piano de fondo. 

Larroy

Murciélago

Murciélago

Murciélago, 1998, acrílico sobre tela, 50 x 100 cm

A medianoche un murciélago vuela sobre mi cara. El sueño de la razón me hace dudar entre dormirme y despertarme.

 

Para despertarse hay que estar dormido. O no. Oscura referencia al Capricho de Goya: El sueño de la razón produce monstruos. 

Larroy

Ratones

Ratones

Ratones, 1998, acrílico sobre tela, 50 x 100 cm

En el viejo estudio dejaba queso en porciones para que los ratones no se comieran mis dibujos. Del Caserío me fío.

 

 

Es cierto. Parece ser que lo hacía en su estudio de la Calle Estébanes en El Tubo zaragozano. Pero por el colorido del cuadro donde reproduce la gama de la etiqueta de los quesitos y conociendo su interés por las contradicciones podemos albergar la duda de si les quitaba el envoltorio. 

Larroy

Salamanquesa

Salamanquesa

Salamanquesa, 1998, acrílico sobre tela, 40 x 162 cm

Cuando me instalé en el nuevo estudio había escolopendras. Ahora hay salamanquesas. El arte amansa a las fieras.

 

Abandonó la ciudad buscando un contacto directo con la naturaleza. Su estudio era una excusa para buscar un pensamiento más oxigenado. Entre las dos clases de pensadores que plantea el título de una obra de 1999 (Había dos clases de pensadores: Los andarines y los jardineros) a Cano lo debemos de clasificar entre los andarines solitarios. A pesar de su paso silencioso no puede evitar la sensación de que el aroma de la pintura acaba con el veneno de las escolopendras. Quizás a eso se refería Agustín Sánchez Vidal en el texto Un pintor veneciano que le escribe para el catálogo de la exposición de 1991 en el Taller de Arte G de Madrid: “...Verdes de insecticida. Cruces y verdes como un insecticida”. 

Larroy

Perros

Perros

Perros, 1998, acrílico sobre tela, 40 x 162 cm

Críticas a priori: camino del estudio me ladran los perros.

 

Este cuadro y los sucesivos titulados con nombres de animales pertenecen a la exposición que en 1999 tiene lugar en la Escuela de Artes de Zaragoza y que tituló Chamán. En la primera página del catálogo, y con tipografía grande, una frase de Cano que cita a Pascal dice: “Para Pascal, la naturaleza esta corrupta por la naturaleza misma, pero existe un remedio: la escritura”. Al lado, una pequeña foto en la que se ve una bosta de caballo y la palabra mierda escrita con carboncillo en la tierra. No sabemos si pretende resaltar la evidencia o la utiliza con ese otro sentido que se le da en algunas actividades creativas. ¡Mucha mierda! 

Larroy