–Le dijo su mujer, dice: Serás guarro...
–No me extraña.
–Y los demás, oye, lo mismo, ¿eh?
–Hombre, claro.
–Una peste...
–Qué guarro. Ese, como unos chavales, el otro día en el tranvía. Igual. Y aún se reían, los muy idiotas. En la Plaza San Francisco se bajaron, escojonándose de risa.
–Son tan idiotas que aún se ríen, por si había dudas de quién ha sido.
–A esos, para Carnavales, les echo yo una de esas que se compran de broma y bajan del tranvía escopeteados. Porque se la tiro en la ropa, ¿eh?
–El otro día, otro de esos con chaqueta de cuero y cadenas, con unas pintas que dan miedo...
–Y asco.
–Y asco, y había una vieja sentada y estaban así y así, tal como te digo, ¿no?, y va, y en toda la cara, el muy cerdo. Oye, en toda la cara de la vieja que se lo echó, que era para decirle: ¿Te gustaría que fuera tu madre o qué, desgraciado?
–A esos habría que matarlos.
–Cerdos...
–Bueno, que me bajo aquí, cuñao.
–Hala, pues.