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de profesión incierta

Oído en el bus

Un señor

Le oigo decir:

–Esa bombona de chavala que tienes...

Conozco a la "chavala" y puedo asegurar que es un bombón, no una bombona. Supongo que el piropeador, por mostrar su respeto al marido, ha forzado el lenguaje de género y se le ha ido de las manos.

 

 

Una señora y una niña de cinco o seis años

–¿Así que has estado en Calanda?

–Sí, todas las vacaciones.

–¿Y has tocado el tambor?

–¡Sí!

–¿Te ha gustado?

–Mucho.

–¿Qué es lo que más te ha gustado?

–No sé... Todo.

–¿Y contarás en el colegio lo que has hecho?

–Sí, claro. Lo que no sé es si se lo van a creer.

 

 

Dos señoras

–¿Cómo se dice "sobras" en italiano?

–¿De sobrar o de sobre?

–¿Eh?

–¿Qué?

 

 

Una niña

Una niña de cuatro o cinco años se sube a un pilón del Puente de Piedra con un album ilustrado, se lo coloca abierto detrás de la cabeza, agitándolo con las dos manos a la vez y grita: ¡¡¡Soy Maléfica!!

 

 

Dos jóvenes

–No sé, yo me encuentro bien. Jajaja.

–Y si no, que te quiten lo pinchao. Jejeje.

 

 

Dos señoras mayores

–Las piedras que tienen en el salón, dicen que las cogieron ellos pero son compradas.

–¿Qué piedras?

–¡Las que tienen en el salón, en la pared!

–Ah. ¿Y no las cogieron ellos?

–No, son compradas.

–Ah.

–Ellos cogieron las del jardín, esas son las que cogieron ellos, que fueron al río y al monte a buscarlas.

–¿Al monte?

–Sí, al monte.

–Chica, piedras... al río, sí, pero al monte...

–Que son piedras de esas... no sé... Que no son normales, vaya.

–Ah. ¿Y donde tienen las piedras del salón?

–Enfrente.

–¡Ah, en la pared, de decoración!

–Que hicieron el salón tirando un tabique.

 

 

Una señora de cierta edad y un señor mayor con sombrero y un ojo cerrado

–¿Y qué tal vais?

–Regular, sólo. Ya ves...

–El ojo...

–Me tuvieron que hacer una operación seria...

El señor mayor se levanta el sombrero y lleva la frente abombada hacia dentro.

–¡Madre mía!

–Que llevaba un tumor y me lo tuvieron que quitar. Claro, como era superficial, menos mal, por cierto, pues afectaba al hueso y me lo tuvieron que quitar. El hueso.

–Ya veo... ¡Jolín! ¿Y la visión?

–¡Ah, eso, bien! Por lo visto fue difícil pero me salvaron el ojo. Lo llevo, pero no veo nada. 

–Pues, eso, la visión, que...

–Pero el ojo lo llevo, por lo menos.

–Y tu mujer, ¿cómo está?

–Lo del ojo, como le dije al otro, mira...

–Oye, que me bajo aquí, que voy a ver a la chica.

–Ah, bueno...

 

 

Dos señores de cierta edad

–Le dijo su mujer, dice: Serás guarro...

–No me extraña.

–Y los demás, oye, lo mismo, ¿eh?

–Hombre, claro.

–Una peste...

–Qué guarro. Ese, como unos chavales, el otro día en el tranvía. Igual. Y aún se reían, los muy idiotas. En la Plaza San Francisco se bajaron, escojonándose de risa.

–Son tan idiotas que aún se ríen, por si había dudas de quién ha sido.

–A esos, para Carnavales, les echo yo una de esas que se compran de broma y bajan del tranvía escopeteados. Porque se la tiro en la ropa, ¿eh?

–El otro día, otro de esos con chaqueta de cuero y cadenas, con unas pintas que dan miedo...

–Y asco.

–Y asco, y había una vieja sentada y estaban así y así, tal como te digo, ¿no?, y va, y en toda la cara, el muy cerdo. Oye, en toda la cara de la vieja que se lo echó, que era para decirle: ¿Te gustaría que fuera tu madre o qué, desgraciado?

–A esos habría que matarlos.

–Cerdos...

–Bueno, que me bajo aquí, cuñao.

–Hala, pues.

 

 

Tres señores mayores

–Mira, otro que se ha muerto del maratón ese.

–¿Cómo que uno? Ayer se murieron dos.

–Pues, eso. Y otro que se ha muerto hoy, tres.

–¿Ya se han muerto tres?

–Normal. ¿Pero cómo se les ocurre correr 40 kilómetros a los 57 años? Una cosa es andar y hacer ejercicio y otra, correr 40 kilómetros.

–Se nos va de las manos.

–Oye, quiero mandarle una foto a este y no sé...

–A ver, déjame.

–¡Madre...! ¿Qué os dije yo? No os compréis esos aparatos tan modernos que sois de pueblo... Que no tenéis estudios... Toda la vida chafando terrones y ahora os ponéis con unos teléfonos que llevan el ordenador incorporado. ¿Pero, no véis que no estáis preparados para ese nivel? Chico, chico... Hace falta ser tontos. Se nos va de las manos. 

–A ver, voy a buscar la agenda.

–¿Qué genda?

–Aquí está. Ya... ¡Hola! Que soy el Boni... El amigo del Agustín... Que queríamos mandarte unas fotos y dice: Mira a ver si tiene guasap... Sí... Sí, aquí está el tonto este, que cada día es más tonto...

 

 

Un señor mayor y una señora mayor

–¿Sabes lo que pienso? Que los Mandamientos están sin terminar.

–¿Sin terminar?

–Sí, sin terminar. Que donde dice: "No desearás la mujer de tu prójimo", tendría que decir: "No desearás la mujer de tu prójimo, poco". Que está sin terminar.

–¡Tú si que estás sin terminar!

 

 

Dos señoras mayores

–Cuando fuimos a Maracaibo... Bueno, en realidad íbamos a Colombia, pero tuvimos que parar en Maracaibo. Y estábamos haciendo los papeles en el aeropuerto y vimos que estaban los del Zaragoza...

–¿Quienes?

–Los del Real Zaragoza.

–¡Ah, ya! Qué casualidad.

–Pues, ya verás: Lo comentamos: Mira, los del Real Zaragoza... Y el señor que nos estaba atendiendo dice: ¿Son ustedes de Zaragoza? Y decimos: Sí, señor. Y nos dice: Yo tengo un amigo de Zaragoza. Y decimos: ¡Ah, ¿sí?! Y dice: Sí. Igual lo conocen ustedes. Y decimos: ¿Cómo se llama? Y dice: Tal y tal. Y se confundió y le digo: ¿No será tal y tal? Y dice: Sí, eso. Y digo: Pues es familia mía.

–No me digas...

–Pues, sí. Cuñado de mi madre. Digo: También es casualidad.

 

 

Una señorita y una señora

–A mí me gusta la de las Siete Palabras de Zaragoza. Esa me gusta a mí.

–Son muchos, ¿verdad?

–Mil doscientos o trescientos. Pero sólo salen 700. A mi padre le gustan los alabarderos de su pueblo, jejeje, los alabraderos de su pueblo, que sale el Santo de la iglesia y empieza a llover. Todos los años igual. Están todo el año esperando y en cuanto sale el Santo por la puerta, empieza a llover. Lo meten y para, lo sacan y vuelve a llover. Parece que el Santo tiene una maldición.

 

 

Un señor mayor y yo

Estoy en un camino cerca del Moncayo. De repente, ruge un motor y por detrás del monte, aparece un F-16 en vuelo rasante. Los decibelios acojonan. Unos metros más allá, encuentro a un abuelo sentado en una piedra y le saludo:

–¡Jodo! ¿Son frecuentes por aquí estos sustos?

–Sí, señor: Que van buscando hierba.

 

 

Dos señoras

–¡Ay, chica...! Ha llamado una señora a la radio que dice que ella no quiere la independencia pero su hijo sí, que le ha salido independentista. ¿Tú te imaginas?

–Pues, vaya. 

–La pobre mujer que no sabe qué hacer, claro... Y dice que hay sitios donde están quitando la bandera española y poniendo la otra.

–Chica, chica...

 

 

Dos señoras

–Pues, nada, ya se ha pasado la mañana.

–Pues, sí.

–Ya se ha pasado la mañana del 17. Y así todos los días.

–Cómo se pasan, ¿verdad?

–Así se pasa la vida.

 

 

Una señora y un señor

–¡¡¡No, señor!!! ¡¡¡Es como yo te digo!!!

–Vale, lo que quieras.

 

 

Un abuelo y su nieto

–Hay que dejarlos en paz porque está prohibido darles de comer o molestarles. Ya hay equipos de voluntarios que se encargan de darles de comer.

–¿Y de molestarles?

 

 

Un niño besando y abrazando una farola

–¡Mira, mamá, es mi novia!

 

 

Un quinceañero y su madre

–Como la colección de coches de Pujol, tía. Con cualquiera de ellos me conformaba.

–¿Hasta el del capó con la cuatribarrada?

–Ese es un Lamborghini, ¿no?

–No, un Porche.

–Bueno, es igual. ¡Hasta ese!

–Pues, yo no. A mí me dan igual los coches. Creo que los coches están sobrevalorados.

–¿Sobrevalorados?

–Creo que hay cosas que están sobrevaloradas. Concretamente, los coches y las fiestas populares.

–¡Joder, madre, te acabas de cargar las dos cosas con las que puedo tener alguna oportunidad de follar! ¡Qué putada! 

 

 

Un señor mayor

–Ese era... Decía: "¡Yo soy tan hombre como mi abuela! ¡Y eso que era machorra!" ¡Anda, entiéndelo!