Un señor de cuarenta y tantos y una señora de sesenta y tantos
–¿Es tu pelo natural?
–Bueno, lo llevo teñido pero no creas que mucho.
–Te queda muy bien.
–Antes lo tenía más castaño, pero se me ha ido aclarando y ahora casi no necesito tinte.
–Lo tienes precioso.
–Gracias. Y tú, con mechas, ¿no?
–Sí, ya ves, siempre lo he llevado con mechas. Me gusta.
–Pero, ¿cual es tu color natural?
–Este, este, ¿ves?
–A lo mejor con las mechas más contrastadas te quedaba mejor.
–Sí, puede ser. Lo tengo que probar. Oye, encantado de conocerte.
–Gracias.
–Igual podíamos quedar un día a tomar café.
–No tengo tiempo de esas cosas.
–Ya.
–Tengo yo la vida...
–Encauzada, ¿no?
–Muy encauzada.
–Pero, mujer, solo por hablar un poco... Me ha encantado conocerte, ¿sabes?
–Ya.
–Bueno, yo me bajo aquí. Que vaya todo bien, ¿eh?
–Gracias, igualmente.
–¡Adiós, preciosa!
–Anda, que...
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