Heracles by Irene Vallejo
Este es el texto que escribió Irene Vallejo para el catálogo de mi exposición "HERACLES by cano"
HERACLES
Los héroes de la mitología antigua eran seres excepcionales que vivían en continuo combate contra monstruos y otros desafíos sobrehumanos. Como cualquiera de nosotros. José Luis Cano se ha dado cuenta y ha pintado su propia vida siguiendo los episodios de la leyenda de Heracles. La serie de cuadros que tienen delante son un juego de audacias y reflexiones sobre el mundo que habitamos. Heracles, a quien ordenaron uno tras otro doce trabajos en apariencia imposibles, ¿no es una víctima como nosotros de un mundo laboral despiadado? Podemos identificarnos con el forzudo griego y mirar nuestros instrumentos de trabajo, ya sea el móvil, el bolígrafo o el pincel, como formas más civilizadas que la porra aquella con la cual Heracles tuvo que campar por el mundo mejorando su productividad a expensas de todo tipo de bestias y obstáculos sobrenaturales.
Esta exposición nos propone aceptar una propuesta divertida, la de recorrer estas vidas paralelas que entrelazan las peripecias vitales de Heracles y de José Luis Cano (y también las nuestras, pensándolo bien). La biografía es un género fantástico que permite interesantes comentarios marginales a la realidad.
Todos los prodigios de una vida empiezan con un prodigio mayúsculo: el nacimiento. El primer cuadro lo plasma en la forma de un reloj de arena acostado. La interpretación inmediata es que al llegar a este mundo, el reloj se iza como una bandera y comienza a correr nuestro tiempo. La leyenda antigua cuenta el nacimiento de Heracles precedido por alteraciones temporales que demuestran que incluso los héroes tienen sus encontronazos con los relojes. El dios Zeus engendró a Heracles en el vientre de la reina Alcmena, tomando la apariencia de Anfitrión, el ausente marido de ella, quien en esos momentos estaba en una expedición bélica, ganándose duramente su pan monárquico. Gozó de ella en un noche de amor que, en virtud de sus poderes, hizo durar muchísimas horas. Hera, esposa de Zeus, celosa de los escarceos de su enamoradizo marido y aplicando una lógica que no se diferencia mucho de la de las personas de a pie, decidió vengarse de la parte débil, es decir, de Heracles. Lo retuvo en el vientre de su madre durante diez meses para que así naciera antes, sietemesino, su primo Euristeo, que así se convertía en el heredero del trono de Argos. Heracles vio la luz víctima de una penalización por haber sido cachazudo. Además de esta clave temporal cifrada en el primer cuadro de la serie, hay otra más personal, en elipsis, que alude al nacimiento de la vocación artística de José Luis Cano. En la infancia de nuestro pintor, el padre de José Luis, que era acuarelista, trajo un año a casa un calendario ilustrado con los Doce Trabajos de Heracles, uno por mes. Pues bien, José Luis decidió que de mayor él también pintaría las aventuras de Heracles. Así que entre aquel calendario infantil y este reloj tumbado, todo girando en torno a Heracles, hay una larga trayectoria y una promesa cumplida.
De la infancia de Heracles sabemos que su enemiga Hera le propinó un susto mayúsculo. El niño, de pocos meses, dormía pacíficamente en su cuna cuando dos enormes serpientes, sicarios de la diosa, entraron en la habitación amparadas en las sombras para darle su letal mordisco. Pero Heracles se despertó, agarró a los dos reptiles y los estranguló con la fuerza de sus sólidos bracitos infantiles. ¿Quién no ha conocido algún ataque reptil durante su niñez? En el segundo cuadro de la serie, José Luis Cano recuerda su operación de amígdalas en la clínica de la Cruz Roja y la visión de dos jeringuillas que, silenciosas y serpeantes, avanzaban para clavarse en su cuello. Fue una escaramuza reñida, porque el chaval intentó zafarse de las serpientes de aguijón metálico, pero los médicos no suelen comprender ni facilitar el heroísmo de los niños, así que el futuro pintor tuvo que sobrevivir a las mordeduras de las inyecciones.
Pasados los años, la diosa volvió a ensañarse con el héroe. Esta vez atacó el punto más vulnerable del joven que todo lo derrotaba gracias a su fuerza: le envió un ataque de locura. En el cuadro de Cano, la locura irrumpe como una jauría de oscuras pinceladas en un lienzo de colores apacibles. Son esos sabuesos negros que tarde o temprano a todos nos visitan para hacernos desvariar. A diferencia de la mayoría de nosotros, que incurrimos en locuras intrascendentes, Heracles desvarió a lo grande y mató a sus hijos. Ahora bien, sabemos que muchos padres, con sus desaciertos y obcecaciones, matan a sus hijos en algún momento de la niñez. Casi todos los hijos se recuperan de esta experiencia y desde el otro mundo (que es el de la edad adulta), cometen sus propias estupideces y acaban indultando a los padres. Eso no impide que un padre recuerde con nostalgia el momento en que los hijos, todavía no lastimados por las limitaciones de sus mayores, tenían ideas conmovedoras como la de bordar un par de zapatillas en honor de la armonía hogareña o fabricar con serigrafías paternas un recogedor de papel para mantener la vida doméstica impoluta, que es lo que representa el cuarto cuadro de nuestro recorrido.
Heracles, en castigo por su locura, fue condenado a realizar diez trabajos a las órdenes su primo el rey Euristeo, que finalmente se convirtieron en doce porque se acusó al héroe de haber pedido un salario por alguno de ellos y eso dejaba sin valor sus hazañas. En el terreno de las gestas heroicas, Euristeo era partidario de que se impusiera el régimen de lo gratuito. Entra en la lógica de Euristeo, un jefe leonino para Heracles, encargarle en primer lugar matar al león de Nemea que hacía sus correrías devorando ganados y personas. Se cuenta que el animal tenía una piel tan resistente que ni el hierro ni el fuego podían rasgarla. Cuando Heracles se cobró la pieza por estrangulamiento, utilizó las propias garras de la bestia para desollarlo y vestirse con su piel. Inspirándose en esta leyenda, José Luis Cano ha pintado en su siguiente cuadro un plano de Zaragoza, que en su escudo alberga a un león rampante, extendido en el lienzo como un pellejo urbano curtido por los vientos y el calor, como la piel dura de la fiera de Nemea que a nosotros, sus ciudadanos, nos desafía y nos arropa al mismo tiempo.
El siguiente trabajo consistió en acabar con la hidra de Lerna, un monstruo al que le crecían nuevas cabezas cada vez que se le cortaba una. La imaginación del pintor se vuelve aquí hacia la diabólica tarea de dibujar árboles genealógicos, ante los que uno (y eso lo sabrán todos los que hayan intentado trazar la versión completa del suyo) siempre se siente desbordado por la multiplicación exponencial de las ramas.
Después Heracles recibió la orden de atrapar a la cierva de Cerinia, un animal enorme de cuernos de oro al que tuvo que perseguir durante un año entero. El héroe fue algo lento, pero lo compensó con una sobrehumana terquedad. Quizá en materia de tozudez genética, su patria, Argos, no se diferencia tanto de Aragón. Sea como sea, se dice que la caza llevó a Heracles hasta el país de los Hiperbóreos. El cuadro de José Luis Cano representa, sobre el fondo de un mapa de tierras septentrionales, un contorno que sugiere las formas fugitivas de la hembra del lucanus cervus.
La trayectoria laboral de un héroe que se precie exige flexibilidad y capacidad de adaptación como quedó demostrado cuando Euristeo impuso a Heracles un trabajo con condiciones especiales: debía traerle al jabalí de Erimanto y además acarrearlo vivo. Heracles tuvo que trazar una nueva estrategia para seguir adelante con versatilidad. Recurrió al poder de sus gritos y así forzó al animal a salir de su guarida. Luego lo persiguió por la nieve, consiguió que perdiera el resuello y se lo cargó sobre las espaldas. En su recreación, José Luis Cano recuerda que en su juventud transportó pancartas de hierro donde su padre, que era decorador, pintaba el texto por encargo. Esta vez José Luis rotula la pancarta imaginaria con el nombre científico del jabalí, porque el mundo está lleno de jabalíes pesados como menhires, que caen sobre nuestros hombros.
Aprovechando que Heracles no podía hacer ascos a ninguna tarea, Euristeo le mandó limpiar los establos del rey Augias, en los que los rebaños llevaban generaciones defecando sin que nadie retirase el estiércol. Heracles regateó con Augias hasta que éste le prometió una parte de su reino a cambio de la retirada de la basura. Heracles desvió dos ríos para facilitar el vertido de toda aquella porquería, pero no consiguió los soñados beneficios por su delito ecológico. Augias le negó finalmente el salario convenido y además su primo Euristeo no quiso contar el trabajo para el cómputo de Heracles, puesto que había intentado facturárselo a otro rey. A José Luis Cano todo el asunto le recuerda a sus tareas de limpieza en los cuarteles mientras hacía la mili y por eso recrea los establos bajo el aspecto de un tejido de camuflaje.
Un cuadro anterior de la exposición había dado protagonismo a los relojes de arena y a los calendarios, que son objetos mansos, corteses heraldos del tiempo. En cambio los despertadores solo pueden ser descritos como artilugios furibundos. Flotando en unas ondas grises, descubren su condición hostil desde el lienzo que aquí contemplamos. En realidad encarnan a las aves chillonas que vivían a orillas del lago Estínfalo y asolaban el territorio aledaño, una plaga devastadora a la que Heracles se enfrentó para cumplir con un nuevo trabajo.
Heracles tuvo que cruzar a la isla de Creta para capturar a un furioso toro que echaba fuego por los hocicos. El más grave problema que se le presentó fue el regreso con la bestia a la Grecia continental. Las versiones no se ponen de acuerdo, pero la leyenda parece dar a entender que el héroe, vigilando de alguna manera a su presa, tuvo que nadar de vuelta a casa, o tal vez pasó a lomos del animal. Por si la experiencia del pintor sirve para dilucidar ese punto oscuro del relato, contamos con el siguiente cuadro. La mobilette de José Luis asoma su cornamenta entre las aguas de un charco donde naufragó y dejó en la estacada a su jinete.
En su siguiente trabajo, Heracles recibió la orden de apoderarse de un botín poco apetecible: las yeguas carnívoras del rey de Tracia. Con la misma extrañeza inmortaliza José Luis las plantas carnívoras que cultivaba su hijo. La salpicadura roja que se extiende en el lienzo nos recuerda cuánta voracidad se oculta donde menos lo imaginamos.
Una hija de Euristeo se encaprichó del mítico cinturón de la reina de las Amazonas. Las sutilezas de la diplomacia o la seducción no eran el punto fuerte del héroe, por lo que el pequeño ejército que reclutó y las belicosas guerreras se enzarzaron con ferocidad. Heracles consiguió derrotar a la reina Hipólita y le quitó su cinturón por las bravas, sin miramientos. Este ejemplo de la torpeza del héroe en su trato con las mujeres sugiere al pintor sus propios apuros de juventud, durante sus años estudiantiles en la Escuela de Bellas Artes, cuando las Musas eran las féminas que más caso le hacían.
Llegó el día en el cual Heracles había adquirido tanta soltura en la eliminación de monstruos que empezaban a escasear, así que Euristeo decidió enviarlo a las brumas de occidente (es decir, a la península Ibérica) para matar al gigante Gerión y apoderarse de sus rebaños. Gerión tenía tres cabezas y un cuerpo triple hasta la cintura, que José Luis Cano ha elegido representar como una flor de lis, insignia de su infancia de boy scout. Heracles mató al coloso con sus flechas (de ahí la diana del lienzo) y luego embarcó los rebaños en la nave del Sol, poniendo proa hacia su patria.
A continuación, Heracles fue enviado a África para explotar sus recursos todavía intactos en materia de prodigios y seres fabulosos. Esta vez Euristeo le ordenó conseguir las manzanas de oro de las Hespérides, que colgaban de un árbol maravilloso en un jardín de las inmediaciones del monte Atlas, confiadas a la custodia de un dragón y de tres ninfas inmortales. Cuando Heracles se hizo con las manzanas, las ninfas se convirtieron en olmo, sauce y álamo, mientras que el dragón fue transformado en constelación, la Serpiente. En esta aventura nada es lo que parecía: las frutas eran de metal, las mujeres se vuelven árboles y los reptiles, estrellas. No es extraño que José Luis Cano convierta su cuadro en un homenaje a la célebre declaración de Magritte: “Ceci n’est pas une pipe.”
De esta misma aventura se cuenta que en las montañas del Atlas un titán sostenía el mundo con sus poderosos brazos. Él era el único que podía coger las manzanas doradas de las Hespérides, por eso Heracles tuvo que tomar su lugar y gemir bajo el peso del orbe global mientras Atlas iba al jardín a buscarle los frutos. José Luis Cano trae a colación en este punto su nombramiento como Presidente de Garages y Trasteros, cuando las tareas de su vida pasaron de ser hercúleas a ser titánicas.
El último trabajo de Heracles consistió en bajar a los Infiernos y traer a Cerbero, un terrible monstruo aduanero que impedía la huida de ilegales desde el reino de los muertos hacia el mundo de los vivientes. Heracles consiguió derrotarlo llevándolo al borde del ahogamiento. José Luis Cano evoca al hilo de este episodio su propio nacimiento, en el que casi se asfixió por retardo en el tránsito. Los muros representan a la vez la estrangulación y esos lugares fronterizos entre la vida y la muerte donde habita el oscuro can Cerbero.
Con esa visita a ultratumba terminaba Heracles su compromiso, pero la vida es una sucesión de reincidencias, así que el héroe acabó vendido como esclavo a una reina llamada Ónfale. Ónfale se vistió con la piel de león de Heracles e incluso empuñó su maza. Mientras, Heracles, vestido con un manto largo, hilaba lino a sus pies. Esta peripecia extrañísima, casi almodovariana, en la que el forzudo griego se nos presenta travestido, también encuentra eco en la biografía de José Luis Cano. El pintor tenía siete años y pretendía escandalizar a los adultos intercambiando la ropa con una niña. Pero esta nueva Ónfale se identificó con su predecesora, que era reina de Lidia, y le hizo una buena faena.
En cierta ocasión nos cuentan que Heracles, después de realizar los obligados sacrificios al dios oracular, consultó a la adivina más conocida del mundo griego, la Sibila de Delfos, y ella se negó a contestarle. Irritadísimo, el héroe amenazó con arrasar el santuario. En cambio, José Luis Cano encontró su Sibila donde menos lo esperaba, pues le conmovió escuchar en internet una canción de la francesa Barbara que contaba, con palabras que quizá podrían ser proféticas, la historia de un reencuentro fallido.
Nuestro último personaje es, claro, la muerte. Heracles fue envenenado con la sangre de un centauro. Cuando Heracles comprendió que su vida se acababa, subió al monte Eta y en la cumbre levantó una enorme pira a la que se tiró. Mientras el fuego rugía, sonó un trueno y después pudo verse al héroe cabalgando hacia el cielo a lomos de una nube. José Luis Cano, conocedor de la leyenda, ha decidido terminar su biografía paralela sencillamente con un fundido en amarillo.
1 comentario
Lolín -
Estoy entusiamada con asistir a tu curso , no te puedes ni imaginar la ilusión que eso me haria ...
Un cordial saludo .
Lolín