Dos jubilados
– Le pregunto al búlgaro, ¿Qué tal con Fermín? , y dice, “¡Bah! Me dice Fermín: doy 20 euros, ¡20 euros, oye! Y luego, me mete el coche caminos malos (que habla así, ¿sabes?) y rueda reventada ¡100 euros rueda! Ya ves…” Estaba el búlgaro que se le llevaban los demonios. Ese Fermín… ¿Tú no lo conoces, verdad?
– No.
– No tiene remedio. Imagínate, novent’años y no pué parar. A mí me dice: “Oye, te doy tanto si me riegas los olivos. Los olivos y los almendros”. Digo, vale. Cojo el tractor, le riego todo bien regao, que pa’ eso yo soy mu mirao y me gust’hacer las cosas bien, y vuelvo y le digo, ya lo tienes tó regao, y me s’encara con mí y me dice: “Pues, ahora, me llevas con tú pa’ ver si lo has regao bien”. Digo, “Hombre, Fermín, no me jodas. Que no te voy a llevar, que t’he lo he regao como si fuera mío…” Me supo mu malo, la verdad, qué quieres que te diga... Dice que le lleve… ¿Qué le voy a llevar en el tractor? Primero, que no se pué ni subir y luego que me se cae y menudo disgusto.
– Te se cae y se mata, claro. Con esa edad…
– ¡Hombre! Pues, eso. Que no, que no, qu’es mu peligroso… Pero es de desconfiao… Y luego, los hijos… que no quieren trabajar… Llego el otro día a su casa a media mañana y noté frío, que no había encendido la estufa aún… Y me dice: “Anda, sube a ver a m’hijo, que está en la segunda planta” y yo subí ya con el susto en el cuerpo, digo: “A ver si me lo voy a encontrar muerto”, que es que ya se le mató otro hijo, ¿sabes? Ahogao.
– ¿Cómo?
– Que le mandó su padre al campo a recoger remolacha y dijo: “No pienso ir” y se fue de casa y que no volvía, que no volvía y por la noche se lo encontraron flotando en la balsa esa que hay abajo el pueblo. Ahogao.
– ¿Por no trabajar?
– ¡Por no trabajar! ¿Qué te parece?
– ¡Jodo!
– Veintipocos que tenía… Y este otro, igual. Qu’este ya tiene cuarenta y tantos… Así que subía yo con una aprensión que pa’ qué. Y llego arriba y me lo encuentro tó tapao con mantas y le digo “Chiqui, Chiqui… que está tu padre abajo” y se da vuelta y me dice: “¿Otra vez? ¡Anda, llévatelo, que me va a volver loco! Te doy veinte euros y te lo llevas a tu casa. Y si no, me voy yo, que no lo aguanto.” Me bajo y hacía un frío… y yo les habría encendido la estufa pero, estando el hijo, ¿a qué m’iba a meter yo?
– No, claro.
– Yo ya le digo: “Pues, si tus hijos no quieren trabajar, vende todo, no te compliques la vida y quédate tranquilo en Zaragoza”.
– No vive en el pueblo, ¿o qué?
– No, qué va, en Zaragoza. En una calle que sale perpendicular al Mercao Central… Una que tira p’allá, p’allá… ¡Predicadores!
– ¡Ah, sí!
– El otro día que bajemos al cruce a coger el autobús, lo veo que bajaba el también y le digo : “Sube, Fermín, que te llevamos”. Así que nada, lleguemos a Zaragoza y digo, ¿Cómo lo vamos a dejar ir solo con lo mal qu’anda?, así que, nada, cogemos el autobús y nos bajemos en las murallas y me dice: “Vamos a coger un taxi” y le digo: “No me jodas, Fermín, que estamos a un tiro piedra” y el otro insistiendo… ¡Bah!, al fin conseguí llevarlo agarrao a mi brazo y lleguemos que, cuando lo vio su hija, le cayó una bronca… Después me decía: “Menuda bronca me preparó la Begoña… Menuda bronca me tenía preparada”. Y siempre así, siempre están así…
– En fin…
– ¡Coño, que me tengo que bajar aquí!
– Yo me quedo, que sigo…
– Hala, pues…
2 comentarios
cano -
Josep M. Fernández Navarro -