Cristo muerto
Estoy en el Prado, junto a un numeroso grupo de lolitas comandadas por un profesor que, a voz en grito, les conmina a considerar la angustia reflejada en el rostro del ángel por la muerte de Cristo y a reconocerse, como pecadoras redimidas por su santa muerte, en la calavera que a todas y cada una de ellas representa.
Las chicas, más que afligidas, parecen profundamente cabreadas. Qué mal rollo, ¿no?
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