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de profesión incierta

Dos señores

– Esta la cosa floja. Allí en el pueblo, antes, que si se tomaba uno unas cañas por la mañana, que si vamos a organizar una merienda, venga, yo compro para comer y con unos vinos, total, que al cabo del día, ¿qué se podía haber gastado uno? ¿Veinte euros?, pues, tira. Pero, ahora... ponme un cortadico y para de contar.

– Pues, sí.

– Ahora, sólo se quedan aquí los que no tienen pueblo para ir a buscar melones. Algunos van a la hortaliza... Je, je... el otro día, uno de mi pueblo, que para eso no es bruto ni nada, se fue a la hortaliza a la una y media y a las cuatro ya estaba de vuelta.

– Con todo el calor...

– Y no es eso lo malo, que cuando volvió se le habían llevado toda la cebolla.

– ¡Ahí va!

– El que se la llevó es que no lo conocía porque sino, no se habría atrevido. Además, que tiene la hortaliza en una cañada, que por donde entras hay que volver a salir. Si lo coge allí con la jada... allí se queda.

– ¡Jodo!

– Mira, el otro día nos reímos... Porque es grande y gordo... y entra al bar y uno se había escondido detrás de la puerta y al entrar le cogió el tobillo. Mira, se vuelve el otro con la gayata y empezó a arrearle... ¡Le puso...! Pero, que llevaba la gayata marcada en toda la espalda, ¿eh?

– Jodo...

– Luego este se reía... Le dice al otro, que conste que al segundo gayatazo ya he visto que eras tú. Y se reía.... Qué juerga... Ahora, que la vez que más nos hemos reído fue una vez que jugaba el Zaragoza y había un montón de coches en doble fila en frente del bar y llega uno que quería salir y empieza a tocar, piiii... piiii... piiii... piiii... así un cuarto de hora, veinte minutos, media hora... y a lo que llevaba como tres cuartos de hora, viene un tipo como de treinta años, de esos que parece que se van desganguillando, ¿sabes?, así, en plan chulico, y empieza a gritar, ¡Gilipollas, por diez minutos que me he ido! Diez minutos, decía, y llevaba tres cuartos de hora... y venga a gritar ¡Gilipollas, porque llevas un mercedes, ¿qué te has creído, gilipollas? Y así todo el rato hasta que sale el del mercedes que tendría sesenta y cinco años pero que me sacaba la cabeza y veinte kilos y le soltó una bofetada que lo tiró todo lo largo que era y dió con la cabeza contra el suelo. ¡Qué sartenazo le metió! ¡Qué sartenazo! ¿Y sabes qué hizo el otro? ¡Levantarse, meterse en el coche y salir zingando! ¡Lo que nos reímos ese día, qué juerga!

 

 

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