Sé manejarme en las distancias cortas
Recupero este texto que escribí en 1990 para el libro Pintores en Aragón. El collage es de 1973.
Eran las dos y cuarto y estaba hambriento. En el buzón había una abultada carta con membrete de la DGA; rasgué el sobre y busqué la firma: ”Hipólito”. Supe que tendría problemas.
Decía más o menos: ”¿A que no me cuenta usted su vida artístico-aragonesa en un par de folios mecanografiados a doble espacio?”. Solté un juramento. Recordé la sentencia de Ronaldo, el franchute: ”El arte deviene “charlatán” cuando deja de ser erótico”. ¿La encuesta como bromuro? La cosa se ponía fea. No entendía nada y tenía que comer.
Para bien o para mal, tengo un perro al que hay que bajar a la calle tres veces al día para que se alivie. Paseándonos, empecé a darle vueltas al asunto. Tenía su lado positivo, era un reto que ponía a prueba mi capacidad de síntesis.
Yo partía de salida con una buena ventaja: soy escueto de nacimiento. No sé si por parte de Aragón o por parte de Pintura, pero lo soy. Es más, nací axfisiado y los años no me han hecho cambiar.
Quizás no fuera suficiente. Temí que me pasara lo que a Jonathan Swift. Al hombre no le gustaba ponerse pesado en las cartas y, habiendo enviado una excesivamente extensa, se disculpó argumentando falta de tiempo. Lo cuenta Italo Calvino en su Seis propuestas para el próximo milenio. Cuenta, también, que Borges, en El jardín de los senderos que se bifurcan, escribe al mismo tiempo “un cuento de espionaje, que incluye un cuento lógico-matemático, que incluye a su vez la descripción de una interminable novela china, todo concentrado en una docena de páginas”. Demasiadas páginas. El mismo Borges recopilaba cuentos breves mucho más breves. Como los del famoso filósofo taoísta Chuang Tzu, a quién Merton consideraba el Groucho Marx de la China milenaria. De ser así, Lao Zi, a quién Cioran considera más difícil de imitar que a Júpiter, sería su hermano Harpo.
Keaton es único.
Me estaba perdiendo por los cerros de Úbeda cuando la brevedad en esta tierra es una tradición. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, dijo Gracián. Hemos tenido que esperar al siglo XX para que Gila profundizase en el tema: “Lo bu, si bre, dos veces bu”, lo cual tiene más mérito dado que Gila no es aragonés. Sí lo era Juan Pablo Bonet que, mira por dónde, inventó un lenguaje para sordomudos.
Pasaban los días. En mi mesa se apilaban libros, catálogos, folletos, enciclopedias, recortes de prensa, fotografías, carnés, mapas, planos, esquemas, apuntes y borradores. Algo no encajaba en todo esto. A folio por década, me salían cuatro folios.
Salí a dar una vuelta. Subiendo por la calle del Parque, los versos del viejo Kobayashi zumbaron con sarcasmo en mis oídos.
“Caracol...
poco a poco... subiendo al monte Fuji...”
Empecé a ver claras un par de soluciones: el haiku o el aforismo. O algo por el estilo. Seguí a buen paso, con la cabeza en ebullición, realmente excitado. A la altura de Correos me abordó una vieja amiga. Farfullé una excusa y me alejé intentando no perder el hilo.
¡Por fin! Tenía la respuesta. Sabía que nunca llevo un lápiz, pero lo busqué inutilmente en todos los bolsillos. Tendría que confiar en mi deplorable memoria. (Soy demasiado optimista pero los años me ayudan a soportarlo con estoicismo.)
Tuve suerte. Al llegar a casa pude escribirlo de un tirón. Sólo titubeé al distribuir las comas y pasarlo a máquina. Escribo con dos dedos.
A la mañana siguiente bajé a entregarlo. Decía: ”No me puedo quejar. Vamos, es que ni puedo ni quiero”.
No les gustó. “Inténtalo otra vez, muchacho”, me dijeron.
6 comentarios
ana -
Frida Sinka -
Somardon
A mí también me ha gustao.
Un beso.antigua alumna (pero k muy antigua)
Vicente -
Inde -
cano -
lucia -