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de profesión incierta

Zaragoza rebelde

Zaragoza rebelde

Este es uno de los textos que envié para este libro. No sé si lo han publicado o no porque lo que cuenta pasó mucho antes de 1975.

 

La navegabilidad del Ebro.

 

Teníamos 16 años y practicábamos remo en el Club Náutico (recientemente desaparecido).

Un día planeamos dejar las yolas y los outrigers y subirnos a una balsa para bajar por el Ebro. Conseguimos ocho neumáticos de tractor en alguna parte y Enrique Royo, que era ebanista, preparó unos largos y gruesos listones para sujetarlos.

El sábado siguiente llegamos hasta cerca del castillo de Miranda, no recuerdo si andando o en algún otro medio de transporte. Acampamos en una vieja cantera y dormimos al raso. Por la mañana, nos dividimos en dos equipos: unos fueron a la gasolinera de Juslibol a inflar los neumáticos y otros nos quedamos cortando cañas para hacer la cubierta de la balsa.

Por motivos logísticos, decidimos hacer dos. Atamos los neumáticos a los largueros, echamos encima una capa de cañas y, sobre ésta, unas lonas. Apilamos las mochilas en el centro y nos colocamos en los laterales armados de palas de kayak y pértigas. Y comenzamos el descenso.

Al principio, por inercia o porque éramos tan jóvenes, remábamos con fuerza. Después, nos dejamos arrastrar por la corriente. Teníamos muchas horas por delante y el recorrido no era demasiado largo.

Después de comer, nos amodorramos al sol sobre las balsas. Unos macarrillas salieron de su modorra en la orilla derecha al vernos pasar y empezaron a insultarnos. Desde el centro del río fue una tentación irresistible responderles con un “maricón de playa” que les hizo pasar de las palabras a los hechos. En seguida nos dimos cuenta de que ellos disponían de todas las piedras del mundo y nosotros sólo de las que caían en la balsa. Volvimos a remar con fuerza.

Más adelante seguimos con nuestra siesta y la corriente nos empujó a un laberinto de ramajes del que procuramos salir con el menor número de arañazos. En un tramo de poca profundidad, las aguas se aceleraron y temimos que se rajaran los neumáticos.

Sobre las seis de la tarde llegamos a la altura de la vieja Pasarela (que desapareció poco después). Maniobramos para unir las dos balsas y hacer una entrada más espectacular. El numeroso público que paseaba por la ribera empezó a aplaudirnos. Nosotros respondimos saludando con la falsa modestia de los héroes de las películas.

 

 

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