LA MÁQUINA DEL TIEMPO
Estuve en Ansó hace treinta y cinco años y nunca había vuelto. Por eso, éste era para mí un auténtico retorno al pasado. Al encontrarme con los participantes en el Festival de Culturas Pirenáicas, pensé que me había pasado siete pueblos, incluyendo romanos y cartagineses.
Nuestras idas y venidas por los valles se correspondían con las idas y venidas de mi cabeza por el tiempo. Y éste fue el resultado.
1– Las niñas de un grupo folklórico francés parecían modelos de Millet, el pintor del conocido Angelus de Millet. Los boy scouts, en cambio, visten a la moda, lo cual me resulta muy chocante pues, nosotros, para salir de excursión, nos vestíamos de antiguos.
2– Cuando, hace treinta y cinco años, acampamos en el valle de Zuriza, sólo había un cuartel de carabineros y unos cuantos caballos. Ahora hay un silencioso camping (Dios sea loado) y todo tipo de medios de transporte.
3– Visitamos una acampada de alumnos marianistas. Me pregunto si el joven monitor que nos atiende, con pañuelo pirata en la cabeza, será seminarista.
4– Josefina se concentra en el complejo peinado de churros de Mary Carmen. Falta cubrirla de cintas, lazos, joyas, sofocantes y escapularios; pero así, sin ningún adorno y con ese aire sumiso con que se deja peinar, sobrecoge su apariencia medieval. Después, convertida en un icono, el efecto será más atemporal, no sé si por su estrecha relación con el mito o con el estereotipo.
5– El museo de escultura al aire libre de Echo, soleado y solitario, tiene algo de cementerio en el que estuviesen enterrados los sueños de una generación de artistas que pretendió cambiar el mundo con sus obras. El museo, como el Infierno, está empedrado de buenas intenciones.
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