Exiliadico II
No sé si recuerdan: la semana pasada me quedé viendo los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados por la política especulativa de nuestros próceres. Me habían dejado la ciudad pelada de referencias infantiles.
Bien, pues como por razones familiares no podía irme de la escombrera zaragozana, pensé salvarme del derribo alejándome lo más posible de aquellas ruinas, no fuera a caer algún cascote y tuviéramos un disgusto. Pegué un corte de mangas al pasado y me encaré arrogante al futuro.
Con la ingenuidad que caracterizaba a los jóvenes de antaño, decidí dedicarme a la práctica del arte moderno en lugar de comprar terrenos en Valdespartera. Y como, si te pones, te pones, me subí al tren de las Vanguardias. Al cabo de cierto tiempo me di cuenta de que era como el tren de la bruja: te molían a escobazos y dabas vueltas y vueltas sin llegar a ninguna parte. Yo estaba entusiasmado. Al fin y al cabo, era mi nueva patria.
De la que me tuve que apear porque me mareaba. Se me iba la cabeza. Y es que, en un plisplas, había experimentado con la nueva figuración, el neodadaísmo, el povera, el pop, el op, el surport-surface, el happening, el environement, el agit-prop el mail-art y el land art. Y con lo lúdico, lo lírico, lo crítico, lo críptico, lo político, lo místico, lo esquizofrénico y lo semiótico.
Mi nueva patria era demasiado rápida para un chico de provincias como yo. En fin...
Una vez en tierra de nadie, me dijeron, quizás por consolarme, que aquel enloquecido carrusel, que cada vez giraba más deprisa, era sólo un sucedáneo; que las auténticas Vanguardias habían sido derribadas, hacía muchos años, por la especulación. Vete tú a saber.
Ahora trabajo y vivo en territorios fronterizos. La sencilla pregunta “¿Profesión?” me pone en un brete. Y sólo me separa del cementerio el tercer cinturón.
(Ya no. Esto lo escribí hace un tiempo.)
0 comentarios