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de profesión incierta

Una señora y un joven

–Es que llamé a Kiko...

–¿Qué Kiko?

–Kiko es el argentino que me hace las chapuzas en casa.

–Ah, que no sabía...

–Bueno, pues, eso, que llamé a Kiko, que siempre ha sido muy formal, y me dijo que sí, pero quedamos a la vuelta de vacaciones y le llamé y no me cogía el teléfono. Total, que al final me lo cogió y me dijo que es que tenía la furgoneta en el taller y que sin furgoneta no podía cargar el material, claro...

–¿Pero no compraste tú la pintura?

–Ya, pero la escalera y eso... ¡Yo qué sé! Total, que quedamos que me llamaría por la noche para decirme si ya tenía la furgoneta y yo esperando como una tonta y no me llamó. Así que le llamé por la mañana y me dijo que no me había podido llamar porque se le hizo tarde y que él no podía pero que al día siguiente vendría un amigo suyo...

–Que jeta, ¿no?

–Ya. Pues, espera. Que me llama por la noche el otro, su amigo, y me dice que es que al día siguiente tiene que hacer unos papeles a las doce y que ya vendrá por la tarde. Y yo le dije que ni hablar, que viniera a las ocho y se fuera a las doce y ya serían cuatro horas, que algo podría hacer.

–¿Y fue?

–Sí, a las nueve, sin nada. Y le digo ¿no lleva escalera?, porque ya ve la altura de techos que hay en esta casa, y dice, no, es que ahora voy a aparcar bien... El caso es que no llevo suelto para echar... ¿Me puede dejar cuatro euros?

–¿Y se los dejaste?

–¡Hombre, claro! Pero que dije, pues, vaya, ya viene pidiendo. Total que vuelve... ¡Y en vez de escalera llevaba una banqueta como de bar, forrada de skay!

–¡¿Qué me dices?!

–Me dio pena, claro... Menos mal que yo tengo una que no es muy buena pero que le hizo papel. Total, que ya se pone a pintar...

–¿No te plasteció ni nada?

–¡¿Qué dices, plastecer?! Si no debía de saber qué es eso... Bueno, pues veo que se pone a pintar el techo con un pincelico y le digo, ¿no sería mejor un rodillo o una brocha? Y me dice, es que entonces tengo que estar subiendo y bajando de la escalera...

–¿Cómo que subiendo o bajando, dónde tenía el bote?

–Oye, que no sé, que me estaba poniendo de los nervios y me fui a la otra punta de la casa. A las doce se fue y sólo había empezado a pintar el techo y volvió a las tres y cuando se fue a las nueve, aún le faltaba un trozo para terminar. Es verdad que ese techo, con las escayolas es un coñazo, pero dije, a este paso, esta semana éste no acaba. Llamé a Kiko y le dije, vaya maula que me has mandado.

–¿Y qué te dijo?

–Nada. Y al día siguiente le digo al otro que hay que pintar las puertas y me dice que de eso nada, que Kiko de eso no le había dicho nada. Así que dije, ya sé lo que me toca...

–Pagarlas aparte, claro. ¿Te cobró mucho?

–Treinta y cinco cada una. Pintó dos pero, por no tenerlo más en casa le dije, déjelo que las otras ya las pintará mi sobrino, que es cuando te llamé para que vinieras porque es que ha sido...

–Sí, estabas descompuesta.

–Es que no sabes lo que ha sido...

–Me lo imagino.

–Yo creo que este pobre hombre no había pintado nunca en su vida.

–Eso, seguro... ¿Sabes lo que me ha dicho?

–Es verdad, que contigo ha estado hablando un rato.

–Me dice, estoy harto, ya no puedo más, llevo tres días oliendo a pintura.

 

 

 

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