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de profesión incierta

Queronea

Queronea

Esto es lo que dije, más o menos, en la presentación de aquí abajo:

Me da cierto apuro presentar un comic porque no soy ningún especialista en la materia. Los he frecuentado poco, por la sencilla razón de que me cuesta entenderlos. No son tan complicados, podrán decir ustedes. No, claro, generalmente no son muy complicados. Más complicados son algunos libros que he leído, y muchos otros que no me he animado a leer, pero en el comic hay que hacer dos cosas a la vez: mirar y leer. Y no es tan fácil. Por lo menos, para mí.

 Sin embargo, acepté el encargo de Daniel, porque me gustaron los dibujos de Laura, y porque, a estas alturas de la vida, me llena de orgullo y satisfacción saber que los jóvenes aún tienen algún interés en lo que yo pueda decir.

Tengo que reconocer que, nada más aceptar el encargo, tuve la impresión de que me había precipitado. Los dibujos tenían mucha fuerza, sí, pero la cosa iba de una batalla, la de Queronea, precisamente, y a mí la épica me echa un poco para atrás. Será porque lo mío es la sátira. O porque, como decía el poeta “la música militar, nunca me hizo a mí levantar”, si exceptuamos los nueve meses que me chupé de mili.

La épica me echa para atrás pero, cuando tuve mi ejemplar de Queronea en la mano, comprobé con alivio que el trabajo de Laura no era épico sino elegíaco. O eso me pareció a mí. Ya me corregirá si me equivoco.

Entonces me di cuenta de que la complejidad de su tebeo me iba a poner la presentación bastante más difícil de lo que yo pensaba.

Laura sabe cosas impropias de su edad. Y siento repetirme, porque lo mismo le dije a la escritora Irene Vallejo, a la que le ilustré un cuento basado en una obra de Luciano de Samósata.

Plutarco, Luciano… los clásicos, ya saben.

No tengo la culpa de repetirme: Es que las chicas son guerreras. No me imagino a mis exalumnos machos leyendo esas cosas.

 

Bien: Queronea.

El nombre me sonaba. Por cierto, ¿se pronuncia así? No he estudiado griego. Tampoco he leído a Plutarco. Como verán, acumulo méritos más que suficientes para no ser el presentador de Laura.

 Queronea. En la cubierta, ocho letras estampadas en barniz sobre el casco de Filipo de Macedonia. Debajo, en la penumbra, los ojos del guerrero fijos en nosotros. Entonces, ¿el protagonista es Filipo, dirigiendo la batalla de Queronea? Pues, no, no es tan sencillo. Filipo de Macedonia, es el narrador. Puede tener cierto protagonismo, qué duda cabe, pero sobre todo, es el narrador.

Volvamos a la cubierta, a los ojos de Filipo, a la mirada de Filipo… ¿Hasta qué punto es la mirada de Filipo y no la mirada de Laura, que es quien los ha pintado? ¿Y qué pinta en esa mirada Plutarco? ¿Cuántas de las reflexiones de Filipo son reflexiones de Laura?

Frente a la mirada de Filipo está nuestra propia mirada de lectores y los versos de Machado:

El ojo que ves no es

Ojo porque tú lo veas;

Es ojo porque te ve.

 

Hipnotizados por esa mirada que no sabemos de quién es exactamente, abrimos el tomo y nos encontramos con la inscripción del frontispicio del Templo de Apolo en Delfos, que podemos resumir así: Conócete a ti mismo.

Laura juega fuerte y, al mismo tiempo, nos da una pista de sus intenciones. No va a contarnos batallitas.

 

En las siguientes páginas, unos dibujos que siguen los patrones de la cerámica griega, nos narran la incapacidad de Creso para interpretar el Oráculo de Delfos. Y es que los dioses nos exigen conocernos a nosotros mismos, pero hacen todo lo posible para que no lo logremos. Así nos va, claro.

 

Aún no se ha consumido Craso en la hoguera y ya resuena la voz de Filipo, al frente de su ejército.

La estética sufre un cambio tan brusco como la historia. Del clasicismo más exquisito, pasamos al expresionismo furibundo, hecho de una gestualidad en el trazo y un colorido de tonos pardos y dorados, que más recuerdan la Grecia de Passolini (Edipo rey y Medea) que las filigranas de 300.

A veces, no hay nada como la brocha gorda para hilar fino.

¡Ay, esos caballos con aspecto de bull terrier! Laura se ha encargado de demostrar, en las páginas dedicadas a Creso, que no tiene ningún problema para dibujar un caballo como los dioses mandan, como si no lo hubiera demostrado ya en Zilia. Pero aquí, en Queronea, con premeditación y alevosía, convierte a los caballos en auténticos torpedos de la pradera.

 

Por un momento –en unas páginas, quiero decir– Filipo y la batalla de Queronea parecen alzarse como los protagonistas de la historia, pero no hay que engañarse: la verdadera protagonista de esta historia de hombres sin mujeres, es la naturaleza humana. Sea lo que sea semejante cosa.

 

En medio de la batalla y de la mano de Alejandro, el hijo de Filipo, mucho más famoso que su padre, llegamos hasta las líneas enemigas. Concretamente, al punto en el que resisten, sin esperanzas de sobrevivir, los 300 guerreros del Batallón Sagrado de Tebas.

Por encima de la batalla, en ese cielo que, según dice Laura en los extras que nos regala al final, recuerda a una tormenta que se aproxima, Filipo rememora su infancia como rehén en Tebas y su relación filial con los miembros del Batallón Sagrado, al que ahora se enfrenta.

Y aquí, pudorosamente, mientras la voz del narrador nos explica las peculiares características sexuales del Batallón Sagrado, compuesto de veteranos amantes y de novatos amados, las imágenes nos muestran al niño Filipo abocetando estrategias guerreras, lo que da un aspecto de absoluta normalidad a lo que se nos está contando.

 

Así las cosas, de vuelta al fragor de la batalla, Laura nos planta en medio de la eterna lucha entre Eros y Tánatos, en su sentido más freudiano. Y digo freudiano porque, en la Antigua Grecia, Eros era el dios que presidía el amor entre hombres, de forma muy adecuada a esta historia, mientras que Tánatos era el dios de la muerte sin violencia, cosa que no encontramos en Queronea, precisamente.

De vuelta al fragor de la batalla, decíamos, entre la crueldad, el barro y la sangre, Filipo (o Laura) se plantea preguntas de este calibre: ¿El amor nos hace fuertes o débiles? ¿Nos ata al mundo y al tiempo o nos libera de su tiranía? ¿Nos hace humanos o dioses?

 

El dintel de una puerta, por la que vemos la inmensidad del universo pero, qué según y como se mire, puede parecer el monolito de 2001, nos conduce de nuevo a los recuerdos de Filipo y al origen de los conflictos morales contra los que también batalla en Queronea.

 

Al final, entre los sanguinolentos despojos de la batalla, entre esos ojos arrancados por los buitres, que ya sólo son ojos porque los vemos, Filipo, el vencedor de Queronea, se siente tan derrotado como Creso.

Reteniendo las lágrimas, sigue reflexionando sobre el tiempo y la memoria en un espacio cada vez más inmenso, vacío y misterioso.

Decía Octavio Paz que el cine de Luis Buñuel era filosófico. Me atrevo a decir que este comic de Laura Rubio también lo es.

Por si no ha quedado bastante claro con lo que acabo de contar. 

 

 

 

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