Un joven y una joven
– ¿Qué era, como un mercadona o así?
– Algo así. Pues dice que ya lo ha hecho varias veces, ¿eh? Que entran a robar, sale el tío zumbando, baja la persiana y deja al ladrón encerrado hasta que llega la policía.
– ¡Hostia!
– No sé cuántas veces lo ha hecho, se conoce que allí entran mucho, ¿sabes?
– ¡Hostia que huevos! A mí, el otro día, me entraron las gitanas, tío, ¡que se cargaron un carro entero!
– ¿Un carro?
– ¡Un carro se habían cargado! Que me le encaré a la que lo llevaba y se me puso chulica. Se me puso chulica pero luego ya empezó a decirme "que no tengo dinero", que esto y lo otro y yo le dije: "Mira, las chuches para los críos, no me importa, que los ganchitos y eso no cuesta nada, pero, tía, que yo aquí gano 300 euros y no me van a descontar de mi sueldo las botellas que te lleves para montarte una farra, no sé si me entiendes..."
– ¿Y qué hizo, pagó?
– No, dejó el carro. Y estaba mi compañera acojonada, que yo dije "¡Tía, ya podías haberme echado una mano, que he pasado un rato...!" Otro día con un italiano. Ya sería cincuentón.
– ¿También a robar?
– No, ese iba cocido y empezó a montar bronca... Se nos tiraba encima del mostrador, empezó a romper cosas... Yo llamé a la policía y vinieron y lo sacaron. Pero luego volvió a entrar y, claro, ¿qué iba a decirle la policía? Así que pasé al del bar de al lado, que siempre nos ha dicho que si nos pasaba algo le llamásemos, y le dijo: "Mira, tío, ya te puedes largar porque yo no voy a llamar a la poli, yo te pego una paliza ahora mismo".
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