Heliogábalo
Puede que Heliogábalo llegase a Roma en la primavera del año 218 después de una extraña marcha, de un desencadenamiento fulgurante de fiestas a través de todos los Balcanes. Unas veces corriendo a todo tren con su carro, recubierto de toldos, y detrás de él el falo de diez toneladas que seguía al tren, en una especie de jaula monumental, hecha, al parecer para una ballena o un mamut. Otras veces deteniéndose, mostrando sus riquezas, revelando todo lo que era capaz de hacer en el terreno de las suntuosidades, de las larguezas, y también de los desfiles extraños ante poblaciones estúpidas y atemorizadas.
El Falo, arrastrado por trescientos toros a los que enrabiaban hostigándolos con jaurías de hienas aullantes, pero encadenadas, atravesó, sobre una inmensa carreta abocinada con ruedas de la anchura de los muslos de un elefante, Turquía europea, Macedonia, Grecia, los Balcanes, el Austria actual, a la velocidad de una cebra al galope.
Del libro Heliogábalo de Antonin Artaud. (Fundamentos)
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