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de profesión incierta

X/ Pierre Menard, autor del Quijote. Jorge Luis Borges

X/ Pierre Menard, autor del Quijote. Jorge Luis Borges

Con Borges me pasó lo mismo que con tantos otros. Me costó empezar pero luego no he parado de leerlo y releerlo, una y otra vez como un poseso. Incluso he tenido el honor de que me consideren su epígono.

De todos sus cuentos, cito el de “Pierre Menard, autor del Quijote” porque es el que mejor recuerdo. La trama es sencillísima, aunque el contenido no lo sea. Pierre Menard decide escribir el Quijote en pleno siglo XX. Por supuesto, sin copiarlo, partiendo de cero. El narrador dice que es tarea compleja pero no imposible. De hecho, a lo largo de toda su vida, Menard consigue terminar tres capítulos completos y algún que otro fragmento. El narrador analiza las similitudes y las diferencias que se establecen entre el texto original de Cervantes y el mismo texto escrito cuatro siglos más tarde por Menard.

Para José Carlos Mainer, de lo que habla el relato es de la traducción. No seré yo quien contradiga al sabio, pero prefiero pensar que el relato se refiere al pastiche, un género menospreciado que me fascina por el punto gamberro que puede tener. De hecho, todos mis libritos de Xordica me los planteo en ese registro.

 

Por entonces, mi amigo Ángel Peropadre dirigía las obras de restauración de la Aljafería y me había propuesto pintar una serie de grandes cuadros que actuasen como los tapices originales que se colgaban en el Salón del Trono, al que pretendía devolver todo el colorido que en su día tuvo. Todo lo contrario de lo que hicieron Pemán y Franco, por cierto. Como dice Larroy: “Un problema, dos soluciones”.

Tras mi fracaso con el Criticón, centré mi tesis doctoral en el arduo problema que me planteaba Peropadre: Cómo pintar en edificios histórico-artísticos y, más concretamente, en el Salón del Trono del Palacio de la Aljafería.

 Empecé con los filósofos posmodernos, que me parecía lo más adecuado al tema, pero di más vueltas que un pirulo sin llegar a ninguna parte que me interesara. Es lo que pasa con los filósofos, que sirven para pensar pero no dan soluciones concretas así los mates. Aquellas lecturas, eso sí, me sirvieron para hacer de abogado del diablo y argumentar que, puesto que la pintura ha muerto, el lugar idóneo para pintar sólo puede ser un edificio histórico-artístico en restauración. Cómo hacerlo, es otra historia.

Recordé la de Pierre Menard e intenté buscar correspondencias entre sus problemas con el Quijote y el trabajo al que me enfrentaba yo para pintar la Invención de la Santa Cruz, tema que había elegido por su idoneidad con el espacio creado por los Reyes Católicos y porque es un tema desarrollado en la colección de tapices de La Seo de Zaragoza.

La redacción de la tesis sirvió para organizarme la cabeza aunque no llegara a concretarse más que en una serie de bocetos que no sé lo que podrían haber dado de sí. A Peropadre lo habían echado de la Aljafería por diferencias de criterio con el presidente de las Cortes y el proyecto ya no tenía sentido.

 

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