Desinterés personal
Hace años escribí este artículo que sigue siendo válido.
He de reconocer que cuando el gobierno declara que el fútbol es tema de interés general se queda corto. Aunque a mí no me interese en absoluto. No me interesa el fútbol, qué le vamos a hacer. Ni me interesa ahora ni me ha interesado nunca, aunque muchas veces la presión ambiente me haya obligado a simularlo.
Recuerdo que, de niño, algunos domingos iba a jugar a casa de mi amigo Aparicio. Al atardecer, entraba su padre sin decir una palabra, y cubría con un paño morado el banderín del Arenas que presidía el comedor. Mi amigo me empujaba hasta la escalera y cerraba la puerta con un nudo en la garganta.
Recuerdo que, algunas veces, los Hermanos Maristas nos obligaban a jugar al fútbol en el recreo. Mi participación en los partidos se limitaba a buscar una estratégica posición de defensa cerca de la portería y a departir en animada charla con Peropadre y Heredero. Si la pelota pasaba cerca, intentábamos despejar provocando auténticas crisis de nervios en nuestro propio portero.
Recuerdo que la neurótica retransmisión de Carrusel Deportivo era, para mí, un sonsonete indescifrable.
Recuerdo que algunos compañeros te llamaban marica por coleccionar cromos de “Los Diez Mandamientos”, con Anne Baxter, Yvonne de Carlo y Debra Paget, mientras ellos coleccionaban cromos de futbolistas.
Recuerdo, también, mi entusiasta participación en algunos partidos que organizábamos los boy scouts en pleno monte, todos contra todos, sin reglas, ni campo, ni porterías y, a veces, sin pelota.
Tardé años en saber lo que era un corner o un fuera de juego, y eso que ponía interés y que siempre había algún amigo preocupado por mi educación. Hubo poetas líricos que intentaron iniciarme en la sutil geometría de las jugadas; anarco-sindicalistas que intentaban contagiarme su ardor por los colores del equipo; respetados intelectuales que me explicaron las bondades psíquicas, políticas y sociológicas del juego; incluso el gran Mariano Gistain, con la agudeza y el ingenio que le caracterizan, llegó a argumentarme: “El fútbol es así”. Ni por esas.
La única vez que estuve en la Romareda actuaba Tina Turner.
Mi congénita incapacidad me ha procurado todo tipo de complejos y frustraciones y, sin embargo, se me tilda constantemente de arrogante y soberbio elitista.
Pero, se acabó. Como dice Lorca, “el día en que deja uno de luchar contra sus instintos, ese día se ha aprendido a vivir”. Me niego a seguir contemporizando.
No me interesa el fútbol. No me interesa la belleza de un regate, la emoción de un gol, la alegría de la victoria. No me interesa quién gane y quién pierda, ni los campeones, ni los otros; no me interesan los millones, los meniscos, ni la gastroenteritis mental y física de algunos jugadores; ni la cantera, ni los extranjeros; no me interesan ni Clemente, ni García, ni Gil; ni la programación de televisión; no me interesa este común anhelo de las masas proletarias, ni la violencia fascista de los ultras; ni el destino incierto de los entrenadores; ni el linchamiento de los árbitros; ni los cientos de heridos de la Cibeles, ni la Cibeles. Ni la Fuente de Canaletas, ni la de la Plaza de España. No me interesa nada.
Ahora, eso sí: si vosotros quereis fútbol, que os den.
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tausiet -