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de profesión incierta

Otro Quijote

Otro Quijote

Resumen de la charla que no pude dar a los alumnos del Pirámide por problemas personales.

 

 Hace unos días, charlando en un paseo con mi nieta, salió el tema del fútbol:

–Yayo, es que ahora, al que no le gusta el fútbol es un pringao.

–Como en mis tiempos.

–¿Sí?

–Igual.

–¿Y a ti te gustaba?

–No.

–O sea, que ya eras rarico.

No sé qué interés podéis tener en lo que os cuente un viejo, que ya era raro a vuestros años. De hecho, la última vez que estuve aquí, no me pareció que vuestros compañeros tuvieran ningún interés en lo que les estaba contando. Pero, como no escarmiento, hablaré del Quijote, que es el tema que toca hoy, y a ver qué pasa.

Creo que la mejor forma de organizar la charla es recurrir a las fechas. Como no tengo memoria para los números, la mayoría de ellas son inventadas, aunque creo que se aproximan bastante a la realidad. Creo.

 

Empecemos por el principio:

 

1605 Cervantes publica la primera parte del Quijote.

 

1610 Cervantes publica la segunda parte del Quijote.

 

1863 Gustav Doré ilustra el Quijote.

 

1944 Borges incluye el relato “Pierre Menard, autor del Quijote” en sus “Ficciones”.

 

1945 Salvador Dalí ilustra el Quijote.

 

1950 Mi padre va a cortarse el pelo a una peluquería del Tubo zaragozano y el barbero le ofrece una edición del Quijote, con grabados de Doré, en dos tomos, por 300 pesetas. Mucho dinero para la época, aunque ahora sean sólo dos euros. Mi padre vuelve a casa a por el dinero y para convencer a mi madre de que el gasto vale la pena. Consigue las dos cosas y se lo compra.

Desde entonces, el libro está por casa y, de vez en cuando, puedo echarle un vistazo.

Pero me interesa mucho más un folleto o catálogo que también hay por casa, más accesible a la hora de hojearlo, con una selección de las ilustraciones de Salvador Dalí. El Quijote, según Dalí, parece mucho más fantástico y emocionante.

 

1957 Grigori Kozintsev dirige una película rusa sobre el Quijote.

 

1958 En el colegio, leemos el famoso capítulo de don Quijote y los molinos y me parece una jautada. Viendo las ilustraciones de Dalí, me esperaba algo más, la verdad. Creía que los molinos, por lo menos, se convertían en gigantes de verdad. Gran decepción.

 

1959 Mi abuela está muy enferma y celebramos la Nochebuena sin armar mucho jaleo, para no molestarle. Al acabar la cena, para continuar la silenciosa velada en torno a la mesa, mi padre decide que, en lugar de cantar villancicos con panderetas y zambombas, que es lo que nos apetece, nos leerá algunos fragmentos del Quijote. Busca los más escatológicos, para que nos resulten divertidos, pero sus esfuerzos resultan un poco patéticos. Creo que no es el mejor momento para acercarse por primera vez al Quijote. Pero, menudo es mi padre. Cualquiera le dice nada.

 

1967 Veo la película rusa sobre el Quijote. Me gusta tanto que decido leer el libro. En este caso, no me parece ni medio normal decir que no he leído el libro pero he visto la película. Leo el Quijote de cabo a rabo pero a trancas y barrancas, para qué nos vamos a engañar.

Mientras yo estoy leyendo el Quijote, el resto del mundo está leyendo “Cien años de soledad”, de Gabriel García Mérquez, que se acaba de publicar.

 

1979 Ya tengo hijos y TVE estrena una serie sobre el Quijote. Vemos el primer capítulo y mis hijos y yo coincidimos, quizás por última vez en nuestra vida: es horrorosa.

 

1983 Leo por fin “Cien años de soledad” y me parece deslumbrante. Por alguna extraña razón que no recuerdo, decido volver a leer el Quijote y me parece un libro mucho más moderno que “Cien años de soledad”. Me sorprende no haberme dado cuenta la primera vez que lo leí. Me pasó lo mismo con Las aventuras de Huck Finn, de Mark Twain. Lo que me hace pensar, por muy extraño que me resulte ahora, que hubo un tiempo en el que era incapaz de captar la ironía.

 

1989 Aborrecido de dar clases en la Escuela de Artes, pido una licencia por estudios para hacer el doctorado. Por entonces, el arquitecto Ángel Peropadre está restaurando la Aljafería y me quiere encargar unas pinturas para el Salón del Trono, que suplan los tapices que colgaban en tiempos de los Reyes Católicos. Me propone hacer mi tesis doctoral sobre los problemas a los que me enfrenta su encargo.

Intento argumentar que si la pintura está muerta, como vienen diciendo los teóricos y filósofos desde Hegel, sólo le queda hueco en la restauración de edificios históricos. Siempre intentando arrimar el ascua a mi sardina. Pero, ¿cómo hacerlo? Me acuerdo de un cuento de Borges que ya he leído: “Pierre Menard, autor del Quijote” y con su misma ironía, intento trasladar los criterios de Menard a mi trabajo.

Por cierto, en estos días de tanta celebración, no está de más recordar este fragmento de dicho cuento:

“El Quijote –me dijo Menard– fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.”

Al final, ni tuve el encargo ni acabé la tesis.

 

1996 Dos amigos, Mariano Gistain y Roberto Miranda, me proponen hacer un libro sobre Goya niño. Me dejan solo con el proyecto y perpetro “Paquico Goya”, que me edita la editorial Xordica con dinero de la DPZ. Este libro, tras muchas vicisitudes que no vienen al caso, es el principio de una serie de biografías de aragoneses universales que seguí publicando con la editorial Xordica y dinero de Ibercaja durante unos cuantos años.

 

2004 La DGA me encarga coordinar la edición de un libro sobre el Quijote en Aragón, ilustrado por pintores aragoneses. Vuelvo a leer la segunda parte del Quijote. Tras un intenso trabajo de edición, la DGA, en desacuerdo con la lista de pintores que he elaborado, deshecha el proyecto sin pagarme ni un euro.

 

2005 Para celebrar el 400 aniversario de la publicación de la primera parte del Quijote, Ibercaja decide incluir un libro sobre las andanzas del Quijote por Aragón, en mi colección de biografías de aragoneses universales.

Lo más difícil, elegir los fragmentos del Quijote, ya que tengo un número reducido de páginas. Elijo los más divertidos, siempre que quepan en una página.

Desde luego, incluyo una de las frases más desconcertante de todo el Quijote:

–Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más.

 

Lo segundo más difícil: escribir los resúmenes que hilan unos fragmentos con otros, sin hacer demasiado el ridículo. A veces me sorprende mi osadía.

 

A la hora de ilustrarlo, intento distanciarme lo más posible de Doré, que es el canon. Frente a la línea, la mancha; frente al blanco y negro, el color; frente a la perspectiva cónica, la perspectiva axonométrica; frente al naturalismo, el expresionismo… Evitar los ojos y con ellos, la mirada, para dar más fuerza a la composición, es algo que aprendí en las geniales pinturas sobre el Quijote de Daumier.

Añado algún homenaje más o menos camuflado: los encapuchados son de Guston; las cabrillas, de Chagall…

 

2008 Vagabundeo con mi nieta por la orilla de la Huecha, a la altura de Alcalá de Moncayo, su pueblo. De pronto, me señala una horquilla hundida en la tierra:

–Mira yayo, esta señal puede querer decir algo.

–Puede indicar una dirección, como una flecha.

–No, es algo más importante.

Seguimos buscando más señales. Constanza me pregunta:

–¿Esto qué es?

–Un trozo de baldosa que ha arrastrado el río.

–Es de la casa de un duende al que ha raptado un gigante. Nuestra misión es ir a rescatarlo.

Seguimos río arriba, ella como don Quijote y yo como Sancho Panza, en en busca del gigante y el duende. Vamos encontrando más señales: la hierba tumbada por las fuertes lluvias, por ejemplo, son huellas del gigante.

Buscamos en casetas para aperos de labranza, en un pozo, en los chopos cabeceros, en los troncos de pino, amontonados junto a la carretera como un inmenso laberinto…

Cuando el juego empieza a perder tensión, le señalo una paridera abandonada que hay en la ladera del monte:

–Mira, Constanza.

–¿Qué es?

–Puede ser el castillo del gigante.

–¿Qué hacemos?

–Si quieres salvar al duende, tendremos que subir.

Responde con la boca pequeña:

–Vale.

Antes de llegar a la ladera, cruzamos un campo en el que han quemado el rastrojo.

–¿Está quemado?

–Sí.

–¿Por qué?

–A lo mejor el gigante es de los que escupen fuego por la boca.

Constanza se para en seco y grita aterrorizada:

–¡Ya no sé si lo que estamos haciendo es verdad o mentira! A ver, yayo, dime la verdad: ¡¿Hay algún gigante detrás de mí?!

–No, mujer, ¿cómo va a haber un gigante?

–Claro, si, de todas formas, la tontada del gigante me la he inventado yo… ¡La tontada del gigante me la he inventado yo!

 

Al día siguiente, hablando por teléfono de nuestra aventura, Constanza concluye:

–Pero, algo pasaba, porque no es normal que haya tantas casualidades.

Pues, eso.

 

 

 

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