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de profesión incierta

Cuarte de Huerva

Cuarte de Huerva

Hace unos años, en calidad de vecino de Cuarte, me pidieron redactar el pregón de las fiestas patronales. Lo publicaron en el programa de actos pero no me invitaron a leerlo. Quizás fue mejor así.

Cuando conocí Cuarte de Huerva, hace casi cuarenta años, era un pueblo viejo y silencioso, replegado sobre sí mismo en la ladera del monte, y rodeado de una fértil huerta. El destino de nuestro grupo de boy scouts –domingo tras domingo, verano tras verano– eran los frondosos sotos que se extendían por la ribera del Huerva, y a cuya sombra acampábamos, muchas veces durante todo el fin de semana. Allí nos bañábamos en las pocetas del río, en unas aguas frías y claras por las que veíamos pasar pequeños grupos de barbos, o subíamos hasta la cueva que había a la entrada del barranco y espantábamos a los cientos de murciélagos que se arracimaban en el techo. Nosotros, niños de ciudad, pudimos disfrutrar de la naturaleza más asilvestrada a una hora de marcha, tan sólo, de Zaragoza.

Ahora Cuarte es otra cosa. Es un pueblo rejuvenecido y rico que dejó de replegarse en sí mismo para abrirse al mundo con todas sus consecuencias. La industria ha vaciado sus calles de tipismo para llenarlas de sucursales bancarias, de voces con distintos acentos y pieles de distintos y exóticos tonos. La vitalidad de su recobrada juventud nos abruma un poco a los mayores. Esa mezcolanza palpitante de bloques de viviendas, naves industriales, parcelas remozadas y retazos de huerta; esas obras omnipresentes por todos lados, esas calles levantadas y vueltas a levantar incansable e incesantemente; la insólita convivencia entre el ritmo pausado de los peatones y el tráfico incesante de coches y camiones; esa proliferación de polideportivos, casas de cultura, plazas de toros; esa piscina aupada encima de un monte o ese monte desaparecido bajo las excavadoras de la fábrica de cemento; todo ese frenesí se parece mucho al frenesí de los cochecitos teledirigidos que giran y giran frente a mí terraza o al de los quinceañeros que suben y bajan a lomos de sus todoterreno.

Estoy seguro de que con tanta energía y tanta riqueza este pueblo puede llegar a ser tan bueno como el que más, a nada que se lo proponga y se sosiegue un poco. Medios no le faltan.

Pero, permítanme que yo, que desde hace doce años trabajo muy a gusto en mi taller de Cuarte, compartiendo con sus vecinos el asombro ante tanta metamorfosis y tantas expectativas, permítanme, digo, que siga cultivando la añoranza por aquel viejo Cuarte, verdadero paraíso perdido de mi perdida infancia.

Y mientras desde el monte repaso mis mejores recuerdos, diviértanse ustedes que estamos en fiestas.

 

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