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de profesión incierta

Esmeralda Sánchez

Esmeralda Sánchez

Esmeralda expone su Pleamar en el Torreón Fortea y esto es lo que escribí para su catálogo:

 

 

Esmeralda en la playa

 

Eva en la Delegación del Gobierno

Durante dos o tres convocatorias fui jurado del premio de pintura que organizaba la Delgación del Gobierno en Zaragoza.

Un año voté por un cuadro estupendo y desconcertante: Eva in restauro, algo a mitad de camino entre la Wiener Sezession y el pop-art. Algo postmoderno o premoderno, no se sabía muy bien. Sobre un fondo de pan de oro, Eva, muy pálida, con el pelo muy corto y los labios muy rojos, posaba desnuda de cintura para arriba. Una falda granate le cubría hasta los tobillos, mientras con una mano sotenía una manzana y con la otra, una culebra. La expresión de su cara era todo un poema.

Habría sido tan milagroso que ese cuadro hubiese obtenido el primer premio del concurso como encontrarte a la propia modelo, de esa guisa, en el siniestro edificio de la Plaza del Pilar.

Semejante cuadro sólo podía ser obra de un somarda. Abiertas las plicas, resultó que, para el tribunal, la autora era una casi desconocida: Esmeralda Sánchez. Yo la conocía porque fue alumna de mi padre, pero no sabía que pintaba así. Así de bien, quiero decir. Lo que sí sabía es que, en efecto, era, es una somarda.

 

La isla Esmeralda

Visito el estudio de Esmeralda, un local a pie de calle, iluminado con luz eléctrica. Esmeralda ha extendido sus cuadros contra las paredes, en una exposición improvisada, y desde el centro del local tengo la sensación de estar en una isla. Mire a donde mire, sólo veo playa y mar. Allá a lo lejos, la línea de horizonte.

Pienso que la misma sensación de encontrarse en una isla podrán tener los espectadores en Fortea.

Y la propia Esmeralda trabajando en su estudio, sin necesidad de extender los cuadros. I am a rock, I am an island, que cantaban Simon y Garfunkel y podría cantar cualquier pintor mientras trabaja.

 

Pintura con figuras y figuras de la pintura

Al contrario que la isla de Robinson o la de Simon o la de Garfunkel, esta no es una isla desierta.

En el estudio de Esmeralda estoy rodeado de figuras. Podríamos decir, pues, que lo que pinta Esmeralda ahora son marinas con figura.

–¡Como Sorolla!

–No. Como Sorolla, no.

–¿Como Eric Fischl?

–Podría ser. Por los temas, sobre todo. Pero por el estilo, a mí me recuerda más a Ingres.

–¿Lo dice por la gran bañista de Valpinçon?

–Y por Madame Reiset, por ejemplo.

–Pero Madame Reiset no está en la playa.

–¿Y qué más da? El caso es que, como Ingres, Esmeralda se mueve siempre entre el clasicismo y la modernidad.

Sólo que Esmeralda se pone somarda y en lugar de pintar un retrato de Madame Reiset, como Ingres, retrata un perro abandonado que se le parece mucho. Ahí, quizás, en esa deriva socarrona, está más cerca del Velázquez que pintó a Menipo que del propio Ingres.

 

El perro equilibrista

Si Esmeralda hace equilibrios entre el clasicismo y la modernidad, el perro abandonado de su cuadro parece hacerlos sobre la línea continua por la que camina. O viceversa.

El recorrido de Esmeralda de lo clásico a lo moderno le exige hacer todo tipo de equilibrios. Entre lo abstracto y lo figurativo. Entre lo abstracto del fondo y lo figurativo del perro, por ejemplo. Entre la figura y el fondo. Entre esa carretera que sólo es un fondo gris cruzado por una diagonal blanca, pero que, aún así, sigue siendo una carretera, y ese perro que, lo mires por donde lo mires, sigue siendo un perro, pese a Magritte. También es una serie de pinceladas, de acuerdo, dadas con mucho brío, además, pero como la carretera abstracta sobre la que están dadas, una cosa no quita la otra. Y ahí está la gracia.

En la pintura, en la carretera, en el perro y en su sombra.

 

Idas y venidas

En algún sitio leí algo –quizás en un libro de Rubert de Ventós, pero no estoy muy seguro– sobre un famoso bosque japonés, de cuyo nombre no puedo acordarme. Lo curioso de aquel bosque es que siendo aparentemente igual que todos los bosques de la zona, era completamente distinto. Más artístico. Tras una serie de paseos por unos y otro, el autor llegaba a la conclusión de que lo que hacía que aquel bosque fuera tan especial, es que se habían eliminado minuciosamente todos los matorrales, hierbas y piedras que sobraban.

Me acuerdo de ese bosque que nunca he visto, intentando explicar la evolución de la pintura de Esmeralda, esa manera suya de progresar adecuadamente, manteniendo siempre el equilibrio entre el clasicismo y la modernidad.

Como un jardinero japonés, Esmeralda va quitando, poco a poco, todo lo que cree que sobra en su pintura, haciéndola más ligera, hasta convertir el cielo en un sencillo fondo azul, que sigue siendo cielo gracias a la luz cenital que recibe la figura que se destaca sobre él y a la perfecta entonación de los tonos sienas de su carne.

Ese cielo o ese azul, que de las dos formas puede y debe decirse, es el fondo del asunto. El fondo de la pintura.

Esmeralda recorre por los fondos de sus cuadros toda la historia de la pintura occidental: desde los dorados del gótico hasta los abstractos de la modernidad, pasando por todos los paisajes que desde el renacimiento han sido.

Quizás en esta deriva hacia lo esencial, esté la razón de elegir la playa como paisaje, por ser el más minimalista que existe. También está el desierto, claro, pero quizás a Esmeralda le parezca un poco grandilocuente. Y seco.

 

Familiares y desconocidos

Para Esmeralda existe un vínculo afectivo con sus modelos. Sólo retrata a familiares y amigos.

Para nosotros, los espectadores que no somos de la familia, en cambio, son unos perfectos desconocidos. Lo que nos permite contemplarlos sin buscar el parecido que damos por supuesto. Aparte de que nos resulten más o menos atractivos, el no conocer a los modelos nos centra en los valores plásticos de sus retratos y nos facilita el poder apreciar, sin referentes reales, lo bien pintados que están.

Pero aquí tropezamos de nuevo con el carácter somarda de Esmeralda, pues su amplia técnica, puesta al servicio de la representación fidedigna del modelo, pretende pasar desapercibida. Esmeralda pinta sin aspavientos pero también sin ñoñerías, con una naturalidad tan pasmosa como desconcertante.

Qué figura…

Si ya resulta difícil captar los sutiles recursos pictóricos que utiliza Esmeralda, imagínense tener que explicarlos. Así que si me permiten un consejo, creo que la mejor forma de enfrentarse a su pintura es relajarse y disfrutar, con la misma naturalidad que ella pinta, de la playa y de la exposición. Estando, además, en tan buena compañía.

 

 

 

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