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de profesión incierta

Una tarde en Ginebra

Una tarde en Ginebra

Hace 500 años, nació Miguel Servet en Villanueva de Sijena, para terminar ardiendo con leña verde en Ginebra. Sus cenizas fueron aventadas para que no quedara ni rastro de él.

En 2002 perpetré un librito titulado “Miguel Servet y el doctor de Villeneufve”, editado por Editorial Xordica e Ibercaja. Este año, con motivo del V centenario, Ibercaja patrocinó una segunda edición del librito y una exposición de sus ilustraciones. Además, estoy implicado en un proyecto de danza y otro de teatro sobre el mismo personaje y tengo que retratarlo una vez más, para un libro que Heraldo de Aragón publicará en septiembre.

Así que, cuando me enteré de que circunstancialmente, teníamos que pasar una tarde en Ginebra, decidí rendir un pequeño homenaje al hereje, visitando el monumento que tiene levantado en la colina de Champel.

Sólo recordaba el nombre del barrio y una foto en la que se veía que el monumento se encuentra en una zona verde. Con tan escasa información, salimos de la estación de Cornavin y nos dirigimos paseando hacia el parque de Alfred Bertrand, la zona más verde de todo Champel.

En la entrada del parque había obras. Dentro, los cuervos, desde la penumbra de las zonas arboladas, contemplaban a las chicas que tomaban el sol en las praderas.

Recorrimos el parque sin encontrar ni rastro del monumento. Empezamos a preguntar y nadie sabía nada. Un señor que estaba paseando a su perrito nos aseguró, muy convencido, que no había nada parecido a un monumento a Servet en todo Champel. Nos dirigimos a un intelectual que corregía unas galeradas sentado en un banco, y nos dijo que lo que buscábamos no estaba lejos, pero que había que pasar al otro lado de la frontera.

–      ¿Al otro lado de la frontera?, tradujimos, desconcertados, en voz alta.

–      Al otro lado de la frontera, exactamente, replicó en correcto castellano.

Una señora, sentada en el otro extremo del banco, corroboró.

–      En Francia, en Francia…

Empecé a tener la sensación de que nos tomaban por unos toca-pelotas.

Llamamos por teléfono a un familiar, para que nos buscara la ubicación exacta en Internet. Mientras esperábamos su llamada, descubrimos en el plano la calle Michel Servet que partía, precisamente, de una pequeña zona verde. Antes de dirigirnos hacia allí, paramos en una tetería y me bebí una Calvinus blonde (5,50 francos). Preguntamos a la camarera por el monumento a Miguel Servet y, aunque no sabía nada, nos indicó que podíamos preguntar en la panadería. Pensé que no era mala idea porque allí tenían horno. Pero en la panadería, claro, tampoco sabían nada. En la zona verde, dividida en dos por la avenida de Champel, tampoco encontramos el dichoso monumento.

Recibimos llamada del familiar, indicándonos que el monumento tenía que estar junto a la calle Miguel Servet. No pudo concretarnos más.

Bajamos por la calle Miguel Servet (médico español, pone en las placas de la calle), una calle corta, empinada, en forma de ese, una calle fea, de tapias, verjas y esquinas, presidida por una gasolinera. Ni rastro.

Nos metimos, sin muchas esperanzas, por caminos particulares que llevaban, entre jardincillos, a los bloques de viviendas. Nada.

Volvimos al final de la calle Miguel Servet y torcimos a la derecha.

Ahora sé que si hubiéramos torcido a la izquierda, a unos 50 metros, más o menos, lo habríamos encontrado. Pero torcimos a la derecha.

Antes de abandonar Champel, cariacontecidos, nos fijamos en un cartel contra la inmigración masificada (unos pies muy oscuros avanzando sobre la bandera suiza).

Un poco más abajo, al pasar por la Promenade des Bastions, nos paramos ante el enorme monumento dedicado a los padres de la patria, presididos, junto a otros tres reformadores, por Calvino.

De vuelta hacia la estación, los bancos estaban cerrados y las joyerías, vacías. Junto al lago, una lona blanca delimitaba el espacio de una discoteca al aire libre. Vigilando la entrada, dos pollos suizos. A la derecha, un chiringuito de bisutería india. A la izquierda, una churrería.

La música de la discoteca aventaba la crispación de sus ritmos sobre todo el lago Leman.

 

 

2 comentarios

cano -

Porque era cuesta abajo.

Vicente -

¿Pero cómo se le ocurre torcer a la derecha?