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de profesión incierta

Dos señores valencianos

– Llegué, que me dijo el médico: ¿Pero, usted sabe cómo viene? Le dije que no y me preguntó: ¿Pero, le han mirado bien? Dije: No me han hecho ni una mala radiografía. Me dijo: Pues lleva la infección que está llegándole al cerebro y hay que operar en seguida. Dice: Lo malo es que yo, aún pagando, le tendría que dar hora para dentro de dos meses y medio porque estoy saturado de trabajo. Digo: ¿Y qué hago yo?, fíjese qué situación. Pero, bueno, el médico se portó muy bien porque me dijo: Mire, vamos a hacer una cosa. Como a veces me queda algún hueco entre operación y operación, usted esté siempre pendiente del teléfono y en cuanto pueda, yo le llamo. Pero usted esté bien pendiente, ¿eh? Y así lo hice. Yo estaba siempre pendiente del teléfono y un día me llama y dice: Venga usted ahora mismo que le voy a operar. Y digo: Ahora mismo voy. Mi señora se empeñó en acompañarme y, ya sabe como son las mujeres, me dijo que le esperara media hora para arreglarse. ¡Qué voy a esperar, yo! ¡Le hice caso al médico, no a ella! Así que salí corriendo y cuando llegó mi señora ya estaba en el quirófano. Bueno, ya me sacaron y me dijo el médico: Hemos tenido suerte porque se podía haber quedado usted sin habla.

– Hola.

– Sí. Es que me operaron en este sitio, ¿ve? Que tenía 26 años cuando me operaron y aún se ve la raja perfectamente. ¿La ve usted?

– No.

– Espere, mire, ¿ve? Ahí.

– ¡Ah, ahora la veo! Vaya brecha.

– Pues, sí, ya ve. Claro, como en ese sitio van los nervios como en un cable de fibra óptica, pues se conoce que es muy fácil que si se va un poco el corte te quedes sin habla o algo peor. 

– Pero tuvo suerte.

– O que era un médico muy bueno. Que eso también cuenta.

– ¡Hombre! Yo voy al Sagrado Corazón, ¿sabe usted? y allí hay un otorrino que es sensacional, es buenísimo. Yo voy a hacerme una revisión todos los años, y no es que tenga nada, pero es bueno hacerte una revisión, ¿no?... Pues, oiga, me mira los oídos, la nariz y la garganta y dice: Nada, no tiene usted nada. Todo bien. De momento, siempre está todo bien. Y, no se crea, que me mira a mí, a mi señora y a mis hijos, nos mira a todos, ¿eh? Y dice: Nada, todo bien, y nos vamos. Ya le digo, es un otorrino bueno, bueno, pero de verdad, tanto en lo profesional que como persona. Todos los años voy a que me vea.

– Sí, yo, este que le digo, me dejó fenomenal. Que he podido hacer submarinismo con escafandra y todo. Claro, hace poco en la revisión, ya me dijo: Pedro (yo me llamo Pedro) ya vamos teniendo una edad (voy a cumplir 66) y algunas cosas es mejor dejarlas. No porque pase nada, pero... Pues eso, que ya hay que cuidarse. Ahora llevo un audífono, ¿ve?, que me costó 6.000 euros.

– ¡Hola!

– Pero es muy bueno.

– Ya puede serlo. Pues, nada, si quiere, ya le digo, el doctor Casado, en el Sagrado Corazón, buenísimo es ese hombre.

– Sí, es importante que te toque un buen médico. Mire, me hicieron unas colonoscopias, en el recto, en el colon, ¿sabe? bueno, pues me habían operado de apendicitis, fíjese que operación más tonta y más fácil, bueno, pues, al cerrarme, resulta que me cosieron el colon a la apendicitis.

– Vaya.

– Y, cuando fui a hacerme la colonoscopia, que te meten esa manguera que parece el tubo del butano, pues, al principio, sin problemas, pero llegó a un punto que me empezó a doler que aquello era horroroso. Y así, tres colonoscopias. A la cuarta, que es que ya no podía más, me dice la enfermera: ¿Se ha operado usted de algo? Digo: Sí, de apendicitis. Y dice ella: ¡Acabáramos, pues eso es lo que pasa, que le han cosido el colon con la apendicitis y no puede pasar esto! Claro, lo tenía cosido y no podía pasar. Así que, desde entonces, las colonoscopias me las hacen con anestesia general.

– Claro, así es como se hacen esas cosas, hombre. Lo que me extraña es que no se lo hicieran antes con lo que estaba usted pasando.

– Es que como no me quejaba...

– Pero, hombre...

– Oiga, aquello era espantoso, pero yo no me quejaba. Desde luego, en este mundo, lo mejor es estar bien informado. Porque lo de mi hermano...

– ¡Hombre, lo que me ha contado de su hermano, me parece un atropello! Lo que no sé es cómo se deja. Porque sacarle litro y medio de sangre cada vez...

– Litro y medio le sacan, sí señor. Y, encima, como no puede comer jamón ni nada con lo que pueda recuperarse...

– Es que su hermano no tiene un médico, tiene un carnicero. Es que lo va a dejar seco, oiga.

– Pues, oiga, por lo visto, ya tiene sus fechas, tal día a tal hora... no sé...

– Pues, si fuese yo, la primera vez me sacaría litro y medio, pero, vamos, como que me iba a dejar después de la primera...

– Claro que, mire, si mi hermano quisiera, lo podía dejar y no pasaba nada. En cambio, lo mío es ya para siempre, esto si que no tiene remedio. Yo, como la monja, jeje... "Había una monja tan enferma tan enferma que no tenía cura".

 

8 comentarios

cano -

No crea, Ana, que voy perdiendo mucho oído y ya sólo me entero de lo que dicen los sordos, como el de esta entrada, por lo que gritan. Encima, como no sé idiomas, aún me pierdo más cosas.

Ana Garralón -

La verdad, siempre quiero escribir algo sobre estas conversaciones del autobús, pero es que con esta casi me caigo de la silla de la risa y ya tengo que escribirte:¡Qué oreja! Genial, gracias mil

cano -

Me abruman ustedes. Gracias, gracias.

ALBERTO CASTRILLO-FERRER -

Me amontono y me uno a las opiniones: ¡¡GRANDE!! ¡¡GRANDÍSIMO!!

cano -

Gracias, gracias, no se amontonen...

Josep M. Fernández Navarro -

Muy bueno éste.

cano -

Muchas grasias, para que imagine mejor la voz y el acento de los dos señores.

Vicente -

Leo e imagino su voz, Don Cano, y que le ha salido un monólogo estupendo.
Aplausos. Muchos aplausos.