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de profesión incierta

Estoy intentando ilustrar un cuento de Irene Vallejo, basado en otro de Luciano de Samósata, y me estoy liando con dos conceptos tan opuestos como clasicismo y caricatura.

Tan opuestos para mí. Tuve un alumno que no tenía ningún problema al respecto; para él, caricatura y clasicismo iban indisolublemente unidos.

Algún amigo, que los conocía, me avisó de que vendría su padre con el chaval a verme. Entonces yo estaba en la Escuela de Artes, en la clase de Dibujo del Antiguo y del Natural, concretamente, donde se preparaba la gente para el examen de ingreso en Bellas Artes.

El padre de mi alumno era vendedor ambulante de ropa de señora. Su hijo, entonces, tenía 13 ó 14 años. No cumplía ningún requisito para poder matricularse en la Escuela, pero daba igual porque hacía muchos meses que se había terminado el plazo de matrícula. Tampoco parecía que el padre tuviera mucha consideración por las reglas, las normativas y las burocracias, ni mucha paciencia para admitir un no por respuesta, así que metí al crío en mi clase como a un sin papeles antes de que su padre se cabreara de verdad y me diera con la gayata en la cabeza.

El nuevo alumno, sin haber dibujado nunca en serio, se enfrentó con las estatuas de dos metros que nos servían de modelo con toda naturalidad. Me fascinaba verle dibujar al Diadumeno o a la Venus de Médicis con tanto desparpajo y tan hilarantes resultados. Cuántas veces me he acordado de esa habilidad de la que él mismo, claro, no podía ser consciente.

Pasaron seis meses en los que el crío siguió desarrollando su divertido estilico, mientras yo no sabía en qué sentido corregir tanta peculiaridad. Un día apareció su padre y me preguntó por los progresos de su hijo. Yo le dije que iba muy bien.

– Entonces, podrá colocarse ya. ¿Usted sabe de algún sitio donde pueda colocarse, le puede buscar algo?

Intenté explicarle que los avances de los que le hablaba todavía no eran suficientes, de lo que dedujo que si después de medio año aprendiendo, su hijo no podía trabajar, había perdido demasiado tiempo conmigo y mis tontadas. Muy cabreado (nunca le vi de otro modo), se llevó a su hijo a trabajar con él en el tenderete. No los volví a ver más.

2 comentarios

Carmen de Mairena -

Ya está, don Cano, descubierto el misterio. Su blog no me permite dejarle comentarios bajo mi nombre real, pero bajo el de Carmen de Mairena sí que puedo. ¡Ole! Así que a partir de ahora me tendré que ir inventando nombres nuevos para cada comentario.

Harry

Carmen de Mairena -

A ver si ahora...