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de profesión incierta

Presentador de libros

Presentador de libros

 

Entre mis variadas actividades, a veces me ha tocado presentar libros o cosas así. Recuerdo que mi primera presentación fue con el gran Daniel Gil, el diseñador de las cubiertas de Alianza. Me dio un ataque de timidez e hice el ridículo más espantoso. De fracaso en fracaso llegué a ponerme de moda como presentador durante dos temporadas. La moda siempre es efímera pero creo que algo contribuí con mi particular sentido del humor.

Una vez, por ejemplo y porque no sé decir que no, presenté un librito infantil titulado “A soñar con los angelitos”, editado por La batidora de Ideas. El público no era el habitual en estos casos. Era la clase de público que esperarías encontrarte en un retiro del Opus Dei. Al empezar a leer, me sentía como Guillermo Brown en el cumpleaños de Humbertito Lane. Al acabar, mucho peor. Perpetrado el chandrío, puse pies en polvorosa con la dignidad de un proscrito.

El texto decía así:

 

A soñar con los angelitos es un buen libro para niños.

Casi no tendría nada más que añadir si no fuera por el subtítulo: Cuento para aprender a dormir.

¡No señor! Aquí Miguel Ángel se equivoca. O nos quiere despistar.

Los cuentos infantiles siempre son cuentos para NO dormir. Este es un buen cuento infantil porque es un cuento para no dormir como voy a demostrar ahora mismo.

Dice: Si los niños se duermen pronto… Esto ya te pone en guardia. O sea, a ningún niño le gusta dormirse pronto. Aquí ya hay un chantaje o algo. De momento, hay que estar muy despierto para ver que pasa.

 

Sigue: Vienen los angelitos y se los llevan. Ya está. Vienen los angelitos y se los llevan. Dios mío. Yo pasé mi infancia aterrorizado por mi ángel de la guarda. Me daba mucho miedo que alguien me siguiese. Si, además, era invisible, ni te cuento. Si era invisible, podía ser tres cosas: un fantasma, un ángel o un demonio. Decían que los fantasmas no existen pero los ángeles y los diablos, sí. Los diablos podían acercarse de vez en cuando para tentarte con polos de fresa o ganas de hacer pirola. Pero el ángel de la guarda estaba siempre detrás de ti. No había duda. Las mismas personas que te decían que los fantasmas no existen, te aseguraban que te seguía continuamente el ángel de la guarda: tu abuela, tu madre, tu monja… Había una lámina muy famosa que quizás recuerden. Un ángel de la guarda perseguía a su niño con tal determinación que el pobre corría a arrojarse por un precipicio. Parecía un invitación al suicidio infantil.

Está bien, pues “…vienen los angelitos y se los llevan”.

 

Pero, ojo, se los llevan volando a las nubes. Esto, para los niños que tenemos vértigo es fascinante. O sea, no se los llevan a una torre muy alta o a una montaña o a algo en lo que por lo menos puedan tener los pies apoyados en algo sólido, no: se los llevan a las nubes.

Y en las nubes, los angelitos les enseñan a saltar. Encima. Pegando saltos encima de las nubes. La lámina del precipicio es un juego de niños comparada con esto. Saltando en las nubes… ¿A qué fin? Es como cuando en las películas de terror, la protagonista sale de su cuarto a ver que pasa y baja hasta el sótano que no tiene otra salida que la trampilla que…

A ver, que me pierdo.

 

Y saltan tanto, que de las nubes caen gotas. Bueno, vale. Entonces, un poco más abajo, Miguel Ángel añade: Y eso es la lluvia. Ya. Y nos lo vamos a creer. Ese truco también me lo conozco. Sueñas que estás saltando encima de una nube y que llueve y lo que pasa es que te estás meando en la cama. Con el miedo que está pasando, ¿qué otra cosa puede hacer la criaturica?

 

Cuando llueve crecen los árboles. No sean mal pensados. Esta vez los árboles son los árboles. Lo que pasa es que cuando andas metido en estas aventuras y te pierdes por la noche en un bosque, los árboles tienen caras en el tronco, como los monstruos que descubrían los viajeros de la Edad Media, y las ramas son brazos que te quieren agarrar.

 

Y crece, crece y crece la hierba. Ver crecer la hierba presupone un estado de conciencia fuera de lo normal. No nos vamos a detener en esto para no liarnos. En fin, Alicia en el País de las Maravillas sabía algo al respecto.

 

Y la hierba se la comen las vacas. Por fin nos encontramos con un animal simpático y entrañable que parece anunciar un final feliz. Menos mal.

Pero, en la página siguiente, dice: …que se ponen muy gordas. Y pasamos página y remacha: Tan gordas, tan gordas que ya no caben en este cuento. Otra vez Alicia, otra vez esos estados alterados de conciencia. La vaca, además, tiene un aspecto de colcha que tira de espaldas. Recuerdo perfectamente mis noches infantiles con 39 de fiebre, cuando los dibujos de la colcha y la colcha entera crecían y crecían hasta hundirme en el colchón de lana y después menguaban hasta que casi no se veían y volvían a crecer y volvían a menguar… Parece muy bonito pero era terrorífico.

 

La vaca nos ha llevado a otro aspecto del libro que es muy interesante. El uso de textiles en las ilustraciones. Que la vaca sea una colcha y los angelitos estén bordados en la almohada refuerza la potencia de la pesadilla. Aunque el niño se despierte, seguirá inmerso en ella. Es una idea diabólica. Todo un hallazgo. Yo creo que este libro, al que auguro un gran éxito, se vendería mucho mejor acompañado de un juego de cama como el que le hizo a Daniel su abuelita, con tanto cariño. Es una idea que aporto desinteresadamente a la Batidora.

 

Bien, quizás haya exagerado un poco en mi propósito de defender la tesis de que este es un libro para no dormir, al contrario de lo que indica su subtítulo. Pero tengo pruebas que avalan mi teoría. Mi nieta no se ha dormida nunca con él. Se pasa horas y horas hojeándolo en busca de la vaca y no se duerme. También es verdad que no se duerme ni con este libro ni con nada.

 

 

1 comentario

ana -

A mi tambien me daban cangueli los p.angelitos,te quitaban toda intimidad,entre otras cosas