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de profesión incierta

Gervasio Sánchez

Gervasio Sánchez

En principio estaban los piratas, sus patas de palo, sus garfios. Admirábamos y temíamos a los piratas por la misma razón: por su salvajismo. De esa forma, las prótesis se convirtieron en atributo de los verdugos. Por otra parte, los niños dibujantes (y todos lo son) odian la simetría que es una cosa muy antipática. Los piratas resultaban simpáticos porque no eran simétricos. Aunque su bandera, con la calavera y las tibias cruzadas, sí. Como suelen serlo todos los símbolos del poder.

 

También estaba mi tío Joaquín, que venía de Melilla para pasar las fiestas del Pilar, y ningún año se traía el brazo ortopédico. Decía mi padre que lo tenía encima de la cama porque le molestaba. Y que no debíamos mirarle el brazo que le faltaba porque, además de un incongruencia, era una falta de educación. El tío Joaquín había perdido el brazo en la guerra pero, sin embargo, era un tío muy divertido. Siempre lo recuerdo sentado a la mesa, quizás porque eructaba al modo magrebí para hacer rabiar a mi madre, pero no recuerdo como comía. ¿Cómo se comía el bistec? Pero, ¿comíamos bistec en mi casa?

 

También estaba, claro, la Venus de Milo.

Y los chistes políticamente incorrectos de Manolo Summer, aquellas barbaridades que hoy ya no nos atrevemos ni a pensar.

Más tarde llegó el señor del carrito de Los Olvidados, el hombre gusano de La Parada de los Monstruos… No recuerdo como comía mi tío pero recuerdo como se encendía un cigarro aquel hombre sin piernas ni brazos.

A la Venus de Milo le faltan los dos brazos. Lo que para una persona sería un inconveniente (o una putada), para una estatua es una ventaja porque la armonía está en la simetría.

 

Primero fue John Silver, el Largo, el pirata de la Isla del Tesoro, con su pata de palo.

Después, el pobre Johnny, que, por coger su fusil, yacía a oscuras, encerrado en una habitación sin brazos ni cara ni piernas. Parece que siempre vamos a peor.

 

Gervasio es el maleducado que señala en lugar de volver la cabeza para otro lado. Eso es Gervasio.

Un testigo.

 

Y un artista. Joseph Beuys, el artista que quiso volver a ser chamán, recomendaba a los jóvenes artistas: Enseña tus heridas.

Es lo que hace Gervasio tomando las palabras del maestro al pie de la letra. Siempre que pensemos que las heridas de los otros son nuestras propias heridas, claro.

En el arte, el cómo lo es todo. No es lo mismo mostrar las heridas con la dignidad de los modelos de Gervasio que mostrar los muñones en medio de la plaza para vivir de ellos. Aunque hay artistas que lo hacen. Algunos críticos les han tildado de exhibicionistas masoquistas.

 

Más simetrías. Si las heridas de Sokheurm, Sofía, Adis y Manuel son nuestras propias heridas, los fabricantes de minas también somos nosotros. O nuestros vecinos, o nuestra familia, pa’l caso, de Tauste.

Mi tío Joaquín ya murió. Pero mi primo Javier, no. Mi primo Javier era un niño muy inteligente y estudioso. Era el primero de la clase. Se hizo ingeniero y en seguida encontró trabajo en una empresa textil del País Vasco. Cuando la empresa empezó a tener problemas económicos, se acogió a cierto tipo de reconversión industrial y en un plis plas pasó de los tejidos a las armas. Y hay que vivir, me dijo mi primo…

 

El libro de Gervasio empieza con fotografías de las minas y termina con fotografías de las prótesis. Dando otra vuelta de tuerca a la simetría, me imagino otro libro de Gervasio en el que aparecieran retratadas las víctimas, las minas y los fabricantes, en este orden. Aunque estos son ahora, los que, como Johnny, se esconden en una habitación oscura para que no les vea nadie. ¿Señalar sigue siendo de mala educación?

 

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