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de profesión incierta

Bu-Du (Buñuel y Duchamp)

Bu-Du (Buñuel y Duchamp)

Me pidieron un artículo para el centenario de Buñuel. Escribí esto. Creo que no les gustó.

 

APRENDIENDO A SER MODERNO CON BUÑUEL                            

Los Hermanos Maristas tenían extrañas costumbres pedagógicas. Dividían cada clase en dos grupos: romanos y cartagineses. Cada romano tenía un émulo cartaginés y viceversa. Cada alumno recibía un número determinado de puntos que se perdían o se incrementaban según su comportamiento. Cada 15 días, los alumnos que tenían más puntos que su émulo, eran premiados con una excursión a lo que ahora se llama Parque del Tío Jorge.

 

Y siempre cruzábamos el Ebro por el Puente de Piedra y no por la pasarela, que era de pago.Así que nunca supe cuántos maristas caben en una pasarela.

 

Por otra parte, el padre de cierto compañero de los maristas era un wagneriano patológico. En su casa sonaba constantemente la música del teutón y su busto presidía, entre cortinajes de terciopelo rojo y una iluminación histriónica, la entradita del piso. Aquello me parecía muy ridículo pero nos puede servir como banda sonora.

 

A finales de los 60, liberado ya de la tutela de los maristas, yo andaba corriendo como un gamo detrás de la modernidad. Mi único equipaje para alcanzarla era una total ignorancia sobre ella y una extraña intuición sobre la necesidad de ser absolutamente moderno, consigna que no había oído nunca pero que flotaba en el ambiente.

 

Corriendo corriendo llegué hasta los cines de arte y ensayo de Barcelona y vi una película mejicana que al principio me recordó a las de Martín Corona  que veía en el cine Fuenclara de Zaragoza. Empezábamos bien. Pero vi un cuadro de Cristo tronchándose de risa, un enano enamorado de una puta, un cura rodeado de mujeres histéricas y un charro muy macho con los labios manando sangre tras un beso. Me pregunté desconcertado qué hacía una película como esa en un cine como aquel y pensé que debía de tratarse de alguna curiosidad étnográfica.

 

Repulsión, de Roman Polansky, que vi en otro cine de arte y ensayo de Barcelona, fue para mí el paradigma de las películas modernas y experimentales. Puede que sea la película más buñuelesca de todas las que Buñuel no ha filmado, pero entonces no podía saberlo. Y, a simple vista (y yo era muy simple), ni Méjico era Londres, ni Marga López era Catherine Deneuve.

 

Poco a poco fui descubriendo quién era Buñuel, el autor de aquella película tan mejicana como desconcertante que se llamaba Nazarín, y por las diversas lecturas de Triunfo y Fotogramas obtuve un retrato que de algún modo se solapaba con el de Goya.

 

Poco después, vi en Madrid otra película suya: Ensayo de un crimen o la vida criminal de Archivaldo de la Cruz. Volví a quedarme descolocado. Aquella comedieta no se correspondía en absoluto con las expectativas goyescas que yo me había formado. Ahora me parece una de las obras maestras de Buñuel, pero entonces amorticé mi desconcierto catalogándola entre sus películas alimenticias, de las que ya había oído hablar. De joven se tiene respuesta para todo, aunque sea equivocada.

 

Por la misma época, en una visita al Museo de Arte Moderno de París, pasé por la sala de Duchamp con el mismo despiste y mayor desconcierto, si cabe, que el producido por Buñuel. Recuerdo que me agarré a la estampa de la Gioconda con bigotes como a un clavo ardiendo, en medio de aquella barahunda de cachivaches incomprensibles. Ready-made, se llamaban.

 

Algo más tarde, Vicente Pascual Rodrigo me regaló un libro de Octavio Paz titulado Los signos en rotación y otros ensayos, en el que aparecían sendos trabajos sobre Buñuel y Duchamp. Entendí algo de lo que decía Paz sobre el cine filosófico de Buñuel y su relación con Sade, pero no entendí nada de sus elucubraciones sobreLa novia puesta al desnudo por sus solteros, mismamente y su relación con Kali, la Asunción de la Virgen y Mallarmè.

 

Una vez vi a Buñuel: Estaba sentado en la terraza de la Granja Kelito, un establecimiento entre pijo y ñoño que había en el Paseo de la Independencia, vestido con un “niky” de color verde cocina. Me pareció el colmo de la independencia. Ningún moderno de la ciudad se habría atrevido a tanto.

 

Entre unas cosas y otras, acabé convencido de que Buñuel era uno de los paladines de la modernidad que yo andaba buscando. Era una suerte contar con el ejemplo de alguien que había empezado a quinientos metros escasos de mi casa y que se reía tan a gusto de los maristas y demás putrefactos.

 

En un libro, Max Aub entrevistaba a Buñuel y a 45 amigos o conocidos suyos. Cada uno contaba su historia según le había ido pero, para casi todos, incluido el propio Buñuel, el tema de la Fe, de las crisis de Fe, de la pérdida de la Fe, de la propia existencia de la Fe, parecía importantísimo.

Sin embargo, en otro libro de conversaciones, Pierre Cabanne preguntaba a Marcel Duchamp:

“P.C.– ¿Cree usted en Dios?

M.D.– No, en absoluto. ¡No diga eso! Para mí la cuestión no existe.”

De golpe, empecé a sospechar de la modernidad de Buñuel que me pareció algo castiza. Y eso, por ese sentimiento de inferioridad español, a su vez, tan castizo, me parecía un demérito.

 

Buñuel había demostrado que podía ser el más moderno. En el perro andaluz, sobre todo, pero también en su poesía, o en sus críticas cinematográficas, en las que la expresión de Buster Keaton es modesta como una botella y sus películas, bellas como un cuarto de baño, lo que nos conduce, mira por dónde, al urinario de Duchamp.

 

No sólo eso. La obra de Buñuel y la de Duchamp están relacionadas por un tema de fondo: el Deseo (o el amor y la muerte, incluso, que diría Juan Antonio Jiménez) y por un mismo talante: Los dos son unos somardas que utilizan la ironía para contar sus obsesiones al respecto y ocultar su exagerado sentido del pudor.

Pero, para Duchamp, el deseo es un problema en sí mismo y para Buñuel, en cambio, el deseo es pecado.

 

De ahí, quizás, ese casticismo con el que yo adjetivaba su modernidad y que unas veces me parecía bien y otras veces me parecía mal.

En cualquier caso, todas estas consideraciones me hacían dudar seriamente sobre las posibilidades de llegar a ser moderno que yo mismo tenía.

 

Efectivamente, no llegué a tiempo: Antes de poder alcanzarla, la modernidad se había disuelto en la postmodernidad y ésta, a su vez, en la simple actualidad.

Estando la actualidad completamente fuera de mi alcance, he de confesar que, a estas alturas de la globalización que nos embarga, con quienes me río de verdad, es con don Archivaldo de la Cruz, don Lope, Simeón el estilita o los náufragos de la calle Providencia.

 

A uno le gustaría que el año Buñuel sirviera para repasar esas y otras cuestiones similares que, pese a todo, parece que siguen teniendo vigencia (no hay más que ver la manera de ser moderno que tiene Almodóvar, por ejemplo), pero no caerá esa breva. La cultura no escapa a la contaminación sentimental que, desde la prensa rosa, infecta al resto del mundo. Parece que lo más importante, en este momento, es saber si Buñuel era un padre cariñoso o si se iba de putas. Pues, vale.

 

 

2 comentarios

cano -

Siempre se aprende de los maestros.
Pablo Picasso: Si hay algo que robar, lo robo.
José Luis Cano: Si hay algo que borrar, lo borro.

tausiet -

"...unas veces me parecía bien y otras veces me parecía mal".
José Luis Cano.

"No me parece ni bien ni mal".
Luis Buñuel.